21 noviembre 2009

Sobre relatividad, oportunismo y saturación

Después de que hace 14 meses una avería abortara el experimento de mayor escala de la historia de la humanidad, ayer por la tarde el acelerador de protones del CERN pudo por fin volver a funcionar. A pesar de que el hecho es idéntico al de septiembre del año pasado, ambos sucesos presentan una gran diferencia desde el punto de vista mediático: el año pasado tuvo una gran repercusión que fue animando el ambiente desde meses antes del inicio del experimento –que, por cierto, nunca llego a materializarse- debido al falso, aunque muy goloso para los vende-alfombras, pronóstico de que el experimento podría destruir el universo conocido –desde luego, hay individuos a los que se les debería restringir el visionado de ciertas películas-. Y es que este año, la reanudación del experimento ha pasado prácticamente desapercibida, lo que no está nada mal.

Quizás el absurdo fenómeno de la gripe A o, ahora que han comprobado que el bulo ha causado menos efecto que la vigésimo-segunda parte de Viernes 13 o un tejano con camisa gastada y deshilachada de franela a cuadros armado con una moto-sierra, la nueva y preocupante mutación del ínclito virus a lo patrulla X le hayan robado el protagonismo. Aunque creo que es más probable que se deba a una renovación en el tipo de castigo que nos espera, un castigo que se hace de esperar más que Godot. Y es que a los judeo-cristianos nos va la marcha. Eso sí, hay que darle un toque de innovación. Porque ahora es lo que está de moda.

Y digo yo que el acojone de hace 14 años debería seguir vigente, al menos para los acojonadizos, porque entonces el experimento nunca llegó a consumarse por causa de la avería y este año, si no hay un nuevo percance, sí. La semana que viene. Así que si tenía pensado vacunarse, hágalo antes de que a los chalaos del CERN les dé por jugar al billar con protones y antiprotones. ¿Lo sabrá la patrulla gripal X?

27 octubre 2009

Gestión de la Incertidumbre, ¿una nueva área de conocimiento? (1)

“Su índice el fallo escribe: si tu piedad impetra,
si tu ingenio excogita, si tu fe intercede
por borrar una línea, tu voz nunca penetra;
ni tus lágrimas juntas lavarán una letra.”

Rubaiyat, Omar Khayyam


Primera parte: de la incompetencia inconsciente


A lo largo de estos largos cuatro años de blog se me ha preguntado bastante sobre la incertidumbre, sobretodo solicitando dónde se puede encontrar información sobre “incertidumbre”, concretamente en el contexto de los proyectos –no en balde, pues no cabe duda que la incertidumbre es uno de esos misteriosos personajes ocultos tras la penumbra de la próxima esquina que claramente acechan de manera no menos misteriosa en los proyectos-. Y, la verdad, es que lo primero que se me viene a la cabeza es coger una guitarra que nunca he podido afinar y emular a Manolo Tena y desentonar su “y yo no sé que contestar”. Bueno, en realidad, así como tal, como un tema en sí, no existe. Más que una guitarra desafinada, ni tan siquiera hay guitarra. Quién sabe si en la edición 69 del PMBOK –ahora acabamos de estrenar la cuarta-, en un futuro no se sabe cuán próximo o lejano, el capítulo 13 –buen número para tan escurridizo asunto, jeje- contenga la décima área de conocimiento, a saber, Gestión de la Incertidumbre.

Pero la verdadera verdad de la buena, es que sí que puedo dar información. Existen cosas muy interesantes ahí fuera sobre el tema sin necesidad de recurrir al agente Mulder; excepto que se encuentran dispersas formando parte de diferentes disciplinas, como pueden ser la psicología, la neurología, la biología, la filosofía, la economía, las matemáticas e, incluso, la literatura. Aunque a la incertidumbre se la conoce sobretodo experimentando la vida, viviéndola, exponiéndose a ella, aprendiendo de ella, sufriendo y/o disfrutando de algunos revolcones con ella. Todo esto que he dicho puede parecer muy pluridisciplinar y fenomenológico, pero es que un director de proyecto que se precie es un verdadero hombre del Renacimiento.

Como, hasta donde llega mi conocimiento, no he visto ningún tratamiento unificado de la incertidumbre en el contexto de los proyectos –concretamente en la línea donde confluirían los estudios de las materias que he citado anteriormente- y, además, se me suele preguntar por ello, he decidido afrontar yo mismo el reto en esta serie indefinida de entradas, a pesar de que un primer pronóstico augure un resultado bastante incierto.

Antes de entrar en cualquier discusión acerca de tan escurridizo concepto, deberíamos hacer un esfuerzo por definirlo o, al menos, acotarlo. Para ello voy a enunciar la que considero que es la mejor definición operativa de incertidumbre que, por cierto, no es nada nueva y que se debe a G. L. S. Shackle:

Incertidumbre es anticonocimiento

Y para ilustrarlo voy a valerme de la magistral metáfora que utiliza Nassim N. Taleb en su libro El cisne negro. Cuenta Taleb que Umberto Eco clasifica a los visitantes de su biblioteca personal de más de 30.000 libros en base a dos categorías: aquellos, la gran mayoría, que se quedan impresionados ante el tamaño de su biblioteca y le preguntan cuántos de esos libros ha leído; y esa pequeña minoría que ha captado la verdadera utilidad de la biblioteca como una herramienta de investigación y no como una extensión del ego. Porque, en realidad, los libros ya leídos son menos valiosos que los que quedan por leer y, cuanto mayor es el conocimiento adquirido a través de los libros que hemos leído, mayor debería ser el número de libros no leídos de nuestra biblioteca. Por el contrario, solemos tender a tratar el conocimiento como una propiedad personal que protegemos y defendemos a toda costa, como algo que nos permite escalar puestos en los diferentes niveles de nuestras sociedades, mientras ignoramos, subestimamos en el mejor de los casos, los drásticos efectos que pueden producir todas aquellas sorpresas que se encuentran ocultas en todos los libros no leídos. Nos tomamos el conocimiento demasiado en serio; como poco, mucho más en serio que el anticonocimiento, y esto nos deja en una situación muy desfavorable ante lo desconocido, a merced de la incertidumbre.

Una consecuencia muy importante de esta definición es que el riesgo no es incertidumbre. Que no sepamos en qué medida un hecho concreto y conocido, como por ejemplo que un proveedor no haga cierta entrega crítica a tiempo, pueda o no suceder en un futuro no significa que dejemos, por ello, de tener un conocimiento acerca del hecho ni de sus consecuencias en caso de hacerse una realidad. Resultados inciertos son aquellos que llegan a ocurrir sin haber tenido, ni tan siquiera, un atisbo de conocimiento acerca de su mera existencia. Para los riesgos, existe una disciplina muy bien conocida que es la Gestión de Riesgos; para la incertidumbre, en cambio, sólo podemos esperar a la salida del sol por Antequera.

Se suele vender la Gestión de Riesgos como una panacea, pero creo que no pecaría de atrevimiento temerario si afirmara que es un silencio a gritos entre la mayoría de los directores de proyecto que, en el fondo, no acaba de resolver su problema frente a la incertidumbre. Porque, en realidad, la Gestión de Riesgos nunca ha dejado de aferrarse a lo conocido. En el peor de los casos, la Gestión de Riesgos puede llegar a extrapolar el conocimiento a esa región oscura que aún le está vetada, ejercicio que puede resultar peligroso y desastroso cuando sólo conduce a falsas y erradas ilusiones.

Todos los viajes a lo desconocido son inciertos, y son viajes que deben ser realizados sin alforjas porque en la mayoría de los casos sólo son un lastre en ese viaje, unas gafas opacas que nos impiden ver con claridad el paisaje ignoto que se nos va descubriendo a medida que avanzamos. Pueden parecer viajes poco agradables. Hasta peligrosos. Pero son los únicos que ensanchan las fronteras y conducen a grandes recompensas. Porque, como una vez dijo Richard Feynman, es “en la admisión de la ignorancia y de la incertidumbre hay una esperanza para el movimiento continuo de los seres humanos en alguna dirección que no esté confinada y permanentemente bloqueada, como ha sucedido tantas veces en diversos periodos de la historia del hombre”. Y como sucede en tantos proyectos.

Por cierto, curioso título el de esta entrada…

13 septiembre 2009

Not even wrong

Si hace poco menos de un año asistimos al patético intento de redención de Paul Samuelson, ahora le toca el turno a la reciente y tierna incorporación al club de los chicos del diploma. Me refiero a Paul Krugman, pseudo-Nobel de Economía en 2008. De Paul a Paul y tiro porque me toca. Y me refiero concretamente a este artículo suyo, titulado, nada más y nada menos, ¿Cómo pudieron equivocarse tanto los economistas? Hasta en esos intentos de contrición no dejan de lado su soberbia los de su profesión. ¿Equivocarse?

Cuentan que una vez le enseñaron a Wolfgang Pauli, premio Nobel de Física, un trabajo de cierto estudiante de física para que lo examinara y diera su opinión. La respuesta de Pauli se ha hecho famosa: “No está bien. Ni tan siquiera está mal”. Amigo Krugman, en realidad nunca tuvisteis la posibilidad de tan siquiera equivocaros, porque lo único que habéis estado haciendo todos estos años es dar palos al aire en una habitación oscura. Equivocarse, además, no tiene en ciencia esa connotación negativa que planea por todo el artículo. Equivocarse en ciencia es una cosa muy digna, su razón de ser y lo que la hace avanzar. Equivocarse es una necesidad. Podríamos decir que Michelson y Morley se equivocaron cuando intentaron medir la velocidad relativa con que se mueve la Tierra respecto del éter, porque no hallaron rastro de tal velocidad. En concreto, el error había estado en la propia hipótesis sobre la existencia el éter. Pero la hipótesis del éter era una hipótesis digna de ser incorrecta, porque se podía someter al juicio de la experiencia, podía ser correcta o incorrecta. No podemos decir lo mismo de la Teoría Moderna de la Cartera o, como dice Krugman en su artículo –prestado de Keynes-, las finanzas de casino, una calenturienta elucubración de una noche de verano totalmente desconectada de la posibilidad de ser contrastada de forma empírica. Como diría Pauli, ni tan siquiera es incorrecta. En realidad es un despropósito. Y si, a veces, parece que los resultados empíricos están de acuerdo con sus predicciones, y otras, las más, están en desacuerdo, no es porque sea correcta o incorrecta sino por pura casualidad. Ni lo hace tan bien ni tan mal, es que no tiene nada que ver. No confundamos churras con merinas, como pretende hacer Krugman.

Dentro de poco se darán a conocer los premios Nobel y el diploma del Sveriges Riksbank (o mal-llamado Nobel de Economía). Como cantaban los Golpes Bajos, corren "malos tiempos para la lírica", a ver con qué diplomado nos sorprenden este año.

No podía finalizar sin aprovecharme de este juego de palabras, jeje: ha tenido que venir Pauli a poner el punto sobre la i a los Paul.

03 agosto 2009

Deudas pendientes

A lo largo del compás de espera que ha transcurrido entre la penúltima y última entradas anteriores a esta, siempre he querido responder a alguno de los comentarios a la penúltima entrada. Aunque, debido a la necesidad de centrarme en las nuevas actividades empresariales que he ido emprendiendo durante los dos últimos años, o, siguiendo el consejo de Von Clausewitz de no dispersar las fuerzas en un ataque, bastante he tenido con responder a otros comentarios relacionados más con peticiones que con expresión de opiniones. No obstante, la motivación de responder ha perdurado, pues dichos comentarios abordan cuestiones que considero interesantes. Al final, y después del tiempo transcurrido, dichas respuestas se convierten en una entrada.

Respecto al comentario de “Parque de innovación empresarial”, no veo en el discurso de Taleb una afirmación de que los emprendedores nunca hayan asumido riesgos. Efectivamente, siempre lo han hecho, lo hacen y lo harán, porque el acto de emprender no es más que un sinónimo de asumir riesgos. Lo que entiendo en el discurso de Taleb es que durante el pasado reciente, a los emprendedores se les había unido la banca, por muy maquillada que fuera con el palabro “banca de inversión”, y él espera –desea, más bien- que, en un futuro próximo, la situación vuelva a ser aquella en la que sólo los emprendedores sean los que asumen los riesgos. La banca debería ser sólo el instrumento que pone los medios financieros necesarios para emprender proyectos de medio y largo plazo, porque, para poder emprenderlos, necesitamos poner sobre la mesa, a fecha de hoy, parte del dinero que generará dicho proyecto en un futuro. La verdadera riqueza, la que está sustentada en activos tangibles, es aquella que es generada por proyectos, proyectos empresariales en particular. Y la banca no debería ser más que el engrase que facilita el funcionamiento fluido de la maquinaria de los proyectos, y que, aunque también genere riqueza, no es más que una riqueza derivada de los proyectos a los que sirve. Todos hemos podido asistir a lo que ocurre cuando esto deja de ser así. Cuando Taleb dice que la banca no debería asumir riesgos, creo que viene a decir algo así como que con el combustible no se juega: puedo asumir riesgos con el vehículo al que hace ir, si lo pierdo siempre puedo construir otro disponiendo del combustible que lo hacer ir, pero si pierdo el propio combustible no habrá más vehículos. Si a este hecho añadimos que el cálculo de riesgos financieros está basado en pseudo-teorías sin ninguna confirmación experimental, más cercanas a la astrología que a la evidencia empírica contrastada, el resultado no es más que un cóctel peligroso que, tarde o temprano, acaba por estallarnos entre las manos.

En segundo lugar, es evidente que el emprendizaje, como una actividad no carente de riesgos y, no mencionado aún, hasta incierta – no es lo mismo riesgo que incertidumbre, pronto abordaré estos temas en este blog-, lleva inherente cierta tasa de fracasos. Y es en el reconocimiento de este hecho empírico en el que entiendo el sentido que quiere significar Taleb cuando dice que “sin que el hecho sea noticia”. Obviamente nadie emprende nada pensando en su fracaso, aunque en una muestra de actividades emprendedoras cabrá esperar cierto porcentaje de fracasos. El objetivo, pues, de cualquier mecanismo de fomento de actividades emprendedoras, más que asegurar el éxito de todas ellas, sería el de minimizar el porcentaje de fracasos y de reincorporar al circuito los fracasos, porque, en la mayoría de los casos, el éxito depende más del número de intentos y de la perseverancia. Es decir, tentar repetidamente a la suerte.

Por último, suscribo que el tamaño, en este caso el pequeño, sí puede llegar a importar. Hace unos meses, hablaba de lo que considero que es el drama de la Dirección de Proyectos (DP), a saber, su emancipación de la Dirección de Operaciones (DO), y acababa enumerando algunos hechos por los que consideraba que la DO debería incluso acabar siendo fagocitada por la DP. ¿Qué ocurre cuando aquello a lo que se dedica una gran corporación, y que es lo único que sabe hacer, deja de ser negocio? También hemos asistido recientemente a algunos ejemplos de este tipo. Y, aunque hayan coincidido en el tiempo con las secuelas de la crisis financiera, no creo que sea la única causa, si es que ha tenido alguna influencia. Para pequeñas organizaciones es más fácil, sin embargo, abandonar la actividad obsoleta en pos de otra más acorde con los nuevos tiempos. Todo ello siempre que no se caiga en la trampa de la especialización. Desde luego, pensar como un Director de Proyecto, como un hombre del Renacimiento, ayudará a enfrentarse al cambio.

01 agosto 2009

Disfrutando de las pruebas de un nuevo producto

Los proyectos tienen momentos burocráticos, etapas de despacho, peleas con proveedores, experimentación con la naturaleza humana, sustos e imprevistos y, cómo no, estimulante trabajo de campo al que no hay que renunciar de vez en cuando :-), sobretodo para certificar el éxito de unas pruebas...







24 abril 2009

Una nueva era...

... en la que podremos "ver una vida económica más cercana a nuestro entorno biológico: compañías más pequeñas, una ecología más rica, sin apalancamientos. Un mundo en el que los emprendedores, no los banqueros, asumirán los riesgos y en el que cada día nacerán y morirán empresas sin que el hecho sea noticia."

Nassim N. Taleb en "Diez principios para un mundo a prueba de Cisnes Negros".

03 abril 2009

Pseudociencias

Amigos del G20:

Con o sin vuestras pseudoteorías financieras, la gente buena hará el bien y la gente mala hará el mal, pero para que la gente buena haga el mal hacen falta vuestras pseudoteorías financieras.

01 abril 2009

Adherencia a la programación y factor P (y 2)

Como continuación de la entrada inmediatamente anterior, finalizaremos con algo inédito que no se contó en la conferencia, al menos con este detalle. En aquella entrada seminal, en la que se abordó por primera vez el tema de la adherencia, también se decía que “para aquellas tareas cuyo progreso real en la figura 2 es menor que el de la figura 3 podríamos identificar limitaciones que impiden su avance, mientras que para aquellas cuyo progreso real en la figura 2 es mayor que el de la figura 3 podríamos identificar la posibilidad de que en un futuro se tenga que rehacer el trabajo hecho”.

Una forma de ver esto con detalle es considerar las figuras 2 y 3 de forma conjunta, como se muestra en la figura siguiente:


Entonces podemos construir la siguiente tabla en la que podemos calcular la diferencia para cada actividad entre su valor ganado (BCWP) en la fecha de reporte (Fecha de Estado) y su valor programado (BCWS) en la fecha en la que debería haberse ganado la programación ganada (Programación Ganada):


Cuando la diferencia es negativa, como en el caso de las tareas 7, 8, 9 y 10, ésta debería ser un indicador de riesgo sobre la posibilidad de existencia de algún impedimento o limitación que dificulta el avance de esas tareas -una señal de humo que debería advertir al jefe de proyecto de investigar con mayor detenimiento para determinar las causas de ese humo-. En caso de no existir ningún impedimento o limitación, la causa podría estar en un rendimiento inadecuado del trabajo que se está realizando, procesos no bien definidos o malas asignaciones de personal.

Cuando la diferencia es positiva, como en el caso de las tareas 6 y 11, ésta debería ser un indicador de que su realización no está sincronizada con la programación, con el consiguiente riesgo de tener que rehacer parte del trabajo que se está realizando. Esto es bastante obvio en la tarea 11 porque algunos de los inputs requeridos podrían estar ausentes al no estar aún finalizada una de sus tareas predecesoras –ver tarea 9-, aunque no lo es tanto en la tarea 6 que, aunque no le falta ningún requerimiento, sigue habiendo una falta de sincronía entre su realización y lo programado. El refrán “lo que va por delante, va adelante” podría no tener ningún tipo de sabiduría en este caso al estar incurriendo en el riesgo de tirar a la basura el trabajo adelantado para volverlo hacer de forma correcta.

En este sentido, la tabla anterior se puede utilizar de filtro que permite focalizar la atención del jefe de proyecto en aquellas actividades que pueden merecer especial atención en un momento dado del proyecto. En este caso cómo de adheridas van a la pogramación original y con qué nivel de sincronización se está realizando el trabajo.

31 marzo 2009

Adherencia a la programación y factor P (1)

Hace ya un tiempo hablé de una de las nuevas posibilidades que nos brinda el concepto de Programación Ganada para profundizar en el conocimiento del rendimiento de un proyecto a partir del curso real que van tomando los acontecimientos. Más recientemente incluí el tema en la primera conferencia oficial sobre la Programación Ganada que se realiza en España, en la sede del capítulo de Valencia del PMI, y cuyo material se puede descargar desde aquí. Como en el anuncio que hice en mi blog del evento prometí que si hablaba de algo inédito para el blog, escribiría sobre ello, pues ala, ya no me puedo escaquear por más tiempo. Podría salvarme de escribir más líneas aduciendo que ya está en la presentación que he citado antes, pero, al ser sólo el soporte a la presentación, no dice mucho sin las palabras del orador –bueno, igual es al revés ;-).

Antes de que prosigáis con lo que viene a continuación, os recomiendo que leáis aquella entrada. De sus figuras 1, 2 y 3 –que reproduzco a continuación-






observamos que, con un cronograma del proyecto y un método de evaluación del valor ganado, podemos conocer en un momento dado del proyecto:

  1. la distribución del trabajo que debería haberse realizado para esa fecha,

  2. como se ha realizado realmente (mediante la distribución por actividad del Valor Ganado),

  3. y como debería haberse realizado en la verdadera fecha en que habría de haberse alcanzado el valor ganado acumulado (Programación Ganada), teniendo en cuenta la distribución programada de trabajo para esa fecha.

La comparación entre 2 y 3 nos da una idea de si la distribución de trabajo realizado es consistente en todo momento con la especificada para ese momento del tiempo, independientemente de si vamos con retraso o adelanto, ¡o incluso según lo programado en el total acumulado! A esa diferencia le podemos llamar adherencia a la programación, aunque nos quedamos sólo en el bautizo, no hubo caramelos. Bueno, pues ha llegado el momento. Una forma de cuantificar esa diferencia es a través de lo que vamos a denominar factor P, que no tiene nada que ver con Star Trek, sino que es el porcentaje del trabajo realizado que se ha realizado de acuerdo con la Programación Ganada. Es decir, toda la porción de valor ganado de la figura 3 que queda a la izquierda de la fecha dada por la Programación Ganada, dividido por todo el trabajo programado hasta la fecha correspondiente a la Programación Ganada (figura 3). Esto se ve mejor gráficamente en la figura 4:


Análiticamente se puede escribir de la siguiente forma:


Y no voy a entrar en más detalles sobre tracas y mascletàs matemáticas. La siguiente figura creo que es mucho más ilustrativa sobre cómo se hace el cálculo:


De donde se desprende que P=55/61=0,9 ó, lo que es lo mismo, que el 90% del trabajo realizado se corresponde con la programación.

P, como cualquier porcentaje, está entre 0 y 1 (0% y 100%). En cualquier momento del proyecto podrá ser menor que 1, pero en el momento en que el proyecto finalice, bien sea en, antes o fuera de plazo, será 1 porque ya se habrá realizado todo el trabajo programado. Es decir, a medida que el proyecto se acerca a su fin, por muy poco adherida a la programación que haya sido la realización previamente, al trabajo realizado no le quedará más remedio que corresponderse con el programado en cada momento, independientemente de que el proyecto vaya con retraso, adelanto o en plazo. Porque el factor P no es un indicador sobre el adelanto o retraso de la programación, como es el SPI(t) de la Programación Ganada, sino un indicador sobre, para un retraso o adelanto dado, si el trabajo realizado se corresponde con el que debería haberse realizado según la programación en ese momento dado –repito, sea con retraso o con adelanto-.

Para finalizar esta introducción al factor P, y para que esto vaya un poco más allá de lo que se contó en la conferencia, profundizaré un poco más en otros aspectos de los que no hablé allí. Pero eso queda para la siguiente entrada, que vendrá en breve.

27 febrero 2009

Calcular la Programación Ganada con MS Project 2007

Por fin, el problema que tenía la macro para calcular la Programación Ganada con la versión 2007 de MS Project ha sido resuelto. Bueno, parcialmente. Podéis descargaros aquí el ejemplo que funciona con MSP 2007. Digo parcialmente porque, en esta nueva versión, debido a los cambios que ha introducido Microsoft en el sistema de menús, en MS Project se han quedado a medias de manera que no es posible, hasta donde he podido llegar a saber, asignar una macro a un menú.

Así pues, estas son las instrucciones para proceder. Ahora, al dejar que la seguridad habilite las macros, la macro ya no se trunca como ocurría antes. Veremos que se crea el menú reportes, pero comprobaremos que no hace nada. Lo que haremos, entonces, es ejecutar la macro de forma manual. Para ello pulsaremos la combinación de teclas Alt+F8 y, en el listado de la ventana que aparece, seleccionaremos con el botón izquierdo del ratón la línea “earned_schedule_msp2007_es.mpp!EVSM”. Eso generará el informe en Excel.

Más información sobre el uso de la macro, aquí.

25 febrero 2009

El andar del borracho

La pasada primavera apareció en castellano el último libro de Leonard Mlodinow, pupilo de Feynman, guionista de Star Trek y resumidor de algunos bestsellers de Stephen Hawking, entre otras divertidas ocupaciones. Por esa misma época, daba la siguiente charla en la sede de Google:



Entre el minuto 5 y el 11, expone el siguiente y divertido ejemplo. En noviembre de 2006 apareció en CNN Money una noticia con el siguiente titular:

“El mayor gestor de fondos de nuestro tiempo”

en el que se elogian las habilidades como inversor de Bill Miller después de que los beneficios de sus fondos hayan encabezado superado el índice S&P 500 durante 15 años consecutivos, entre 1991 y 2005. Si el hecho no parece lo suficientemente impresionante, ya se encargan los expertos de remarcarlo, pues, según se puede leer en este otro artículo, la probabilidad de batir el índice S&P 500 durante 13 años consecutivos es de una entre 149.012 (en el mismo titular), mientras que la probabilidad de batirlo otro año más sería de una entre 372.529, todo ello según expertos y sesudos analistas. ¡Y Bill Miller lo ha hecho durante 15 años! Una probabilidad extremadamente baja como para que sea producto de la suerte. En otros medios lo calificaron como la mayor hazaña de los últimos 40 años. Puestas así las cosas, no debería ser algo que ocurre todos los días, la verdad. ¿Seguro?

Y ahora es cuando Leonard Mlodinow, el científico, decide analizar el fenómeno con mayor juicio. Pues, como muy bien dice, para destacar un resultado hay que diseñar experimentos de manera que lo distingan de cualquier otro producido por el mero azar. Así, vamos a considerar a qué resultado llegaríamos con un modelo basado en el azar. Por ejemplo, supongamos que la probabilidad de que un gestor encabece suepere el índice S&P 500 un año cualquiera es del 50% –como lanzar una moneda, vamos- . Entonces, la probabilidad de Bill Miller de batir el índice durante 15 años consecutivos, desde 1991 a 2005, es de una en 32.768 -1/2 multiplicado por sí mismo 15 veces-. Un orden de magnitud mejor que las estimaciones de los sesudos analistas, pero lo suficientemente bajo aún como para no echar las campanas al vuelo. Pero, claro, en realidad no tenemos sólo una persona invirtiendo en el índice, sino miles de ellas –si no es Bill Miller, ¿por qué no podría ser otro?-. Informándose Leonard en las fuentes que escriben esos artículos, pues imagina que deben saber más que él del asunto, averigua que debe haber 1000 gestores muy capaces –nos quedamos con la primera división, vamos-. Así que Leonard les coge el testigo y, claro, ahora la probabilidad de que alguien entre esos mil pueda batir el índice durante 15 años consecutivos es del 3% –la anterior sumada mil veces, o multiplicada por mil-. Uy, la cosa va subiendo. Pero, claro –sí, otra vez-, ¿y por qué restringirnos al periodo entre 1991 y 2004?, ¿por qué no entre 1990 y 2004?, ¿o entre 1984 y 1998? Ya que ha sido calificada como la mayor hazaña en 40 años, ¿por qué no cogemos todos los periodos posibles de 15 años durante los 40 últimos años hasta el 2005? Si tenemos en cuenta esto, hay 25 posibles periodos de 15 comenzando hace 40 años. Así que, ahora, la probabilidad de que alguien entre esos mil gestores de fondos pueda batir al azar el índice durante 15 años consecutivos comenzando hace 40 años es del 75% -la anterior sumada 25 veces, o multiplicada por 25-.

Bueno, ante alguna risa amagada en el auditorio –la educación ante todo-, Leonard concluye su gracioso ejemplo con que, quizás, en vez del titular con el que comenzaba este ejemplo, este otro hubiera sido más adecuado:

“La esperada racha de 15 años consecutivos ha ocurrido finalmente. Bill Miller es el afortunado”

23 febrero 2009

Kahneman y Taleb juntos

El pasado 27 de enero, Daniel Kahneman y Nassim N. Taleb intervinieron en un evento organizado por Edge en Munich en el que conversaron y reflexionaron sobre la reciente crisis financiera, en concreto sobre los sesgos retrospectivos, la ilusión de los patrones, la percepción del riesgo y la negación –pinchar sobre la imagen del final para acceder al video completo-.

Al parecer, el enésimo porrazo –yo no diría de un sistema sino de un modelo que pretende autoerigirse como una ley de la naturaleza y ser capaz de predecir la evolución del sistema- de gurulandia ha sacado del olvido otra vez los resultados y conclusiones a las que llegaron Kahneman y colaboradores durante los años 70 y 80, y que le hicieron merecedor del, quizás único digno que se haya concedido, pseudonobel de Economía –me niego a reproducir el término ciencia-. Unos resultados que podría resumir, de forma muy personal y poco ortodoxa, diciendo que vienen a decir que si hay algo en ese campo que pueda denominarse gurú, desde luego es de pandereta. Y ahí lo tenemos junto con el azote más reciente que se ha erigido contra los tocapanderetas.

Está bien verlos juntos, pero he de reconocer que el debate me ha decepcionado un poco. Taleb asume el papel de poli malo cargando las tintas contra los bancos. Y, en cierta manera, me apena ver, en esta intervención y en otras cuyas grabaciones están proliferando en Youtube, que pueda convertirse en una caricatura de sí mismo. Kahneman, por el contrario, asume en ese punto un papel más compasivo de padre comprensivo con los errores de unos hijos de los que es consciente que están abocados a cometer al no tener otras alternativas. Es pues, en este punto, donde sus visiones divergen: Kahneman está dispuesto a seguir dejándoles jugar con un juguete que no tiene ninguna utilidad porque, en el fondo, es lo único que tienen, mientras que Taleb quiere quitárselo de las manos ya, sin más dilación, porque cree que es un peligro en sus manos. Pobres niños, qué harían sin sus panderetas.

20 febrero 2009

Sobre Darwin, evolución y selección natural

Esto no viene a cuento sobre el tema que caracteriza este blog –bueno, quizás un poquitín-. No me suelo prodigar en hablar sobre temas generales u otros más concretos, pero diferentes del que, como decía, caracteriza este blog, por aquello de que intento cuidar con mucho celo la especialización del mismo. A pesar de ello, alguna vez me he tomado la libertad de hacer alguna excepción, y ahora toca una de esas en la que no puedo resistir la tentación.

El apretón viene por la moda del año en que los medios de comunicación están convirtiendo el Año Darwin. Y el filtro que provoca el poco caso que suelo hacer a la desinformación en la que suelen incurrir habitualmente, no ha evitado que, ya a estas tiernas e incipientes alturas de año, haya cosechado un número, que está empezando a dejar de ser trivial, de bobadas. Pero no os asustéis, esto no va de listas mágicas o quejas y pataletas varias. Me quedo sólo con una rectificación que quiero hacer: la evolución no es una teoría, es un hecho empírico. Y para ilustrarlo, permitidme que recurra primero a un ejemplo aparentemente diferente.

Si alguien va paseando por la calle y, de repente, un desconocido no le regala flores, sino que le lanza una maceta desde un segundo piso y el tío –ese alguien que pasea- está lo suficientemente experimentado en la vida como para responder de forma correcta a las evidencias cotidianas de la vida diaria, lo normal será que se aparte. No es que sea supersticioso el tipo. En su más o menos dilatada experiencia, ha llegado a interiorizar que un objeto abandonado a su suerte cae de arriba hacia abajo. No necesita que se lo demuestren, ni tener fe. Simplemente es un hecho cotidiano. Durante toda la vida lo ha visto y, por lo que ha oído decir a sus abuelos, sus amigos, etc., no son visiones exclusivas suyas. También pareció ser así en otros periodos pasados, pues en el Medievo se utilizaba el hecho para freír con aceite hirviendo al enemigo que asediaba una fortaleza, o los romanos para erosionar montañas y sacar oro en las Médulas. Nada le obliga a pensar que en ese momento no fuera a funcionar de la manera en que lo hace habitualmente, aunque ello no le inducirá a buen seguro a quedarse quieto a esperar que la maceta le aporree la cabeza. Y seguro que hace bien en apartarse. En resumen, que los cuerpos caigan de arriba hacia abajo es un hecho empírico.

Luego, existen lo que se llaman teorías que intentan describir las sutilezas que se esconden detrás del fenómeno. Y tenemos desde la aristotélica del lugar natural al que tienden los objetos y del impulso –tampoco es el que te regala flores-, hasta la Relatividad General de Einstein, pasando por la Gravitación Universal de Newton. De estas tres, la primera no es científica porque no se puede someter al juez imparcial que es la observación –de hecho, se podría utilizar para explicar casi cualquier cosa-, mientras que las dos segundas sí. Y, ¿qué hace tan malo que algo pueda explicar casi cualquier cosa? Pensemos en la ley de gravitación universal de Newton que establece que, en vez del ansia de ocupar su lugar natural, los cuerpos son atraídos por la Tierra por una fuerza central que es inversamente proporcional al cuadrado de su distancia al centro. Esta segunda es muy específica y muy improbable que sea un resultado del azar. Pero, sobretodo, podemos probar, observar y medir si es o no así; y con un margen de maniobra muy reducido en cuanto a los posibles resultados. Es decir, propone que sea así y no de cualquier otra manera.

- Sí, vale, ¿pero que hay de la Relatividad General, que establece que lo que en realidad hace caer la maceta no es una fuerza central sino un retorcimiento del espacio producido por una gran masa como es nuestro viejo y desvencijado planeta? –podría preguntar un contertulio de esos que alardean, como si fuera una gran virtud en este país, de su analfabetismo científico al mismo tiempo que debaten, con toda la alegría e impunidad del mundo, sobre temas con cierta base científica-, ¿no demuestra que Newton estaba equivocado?

Por lo pronto, deberían salir corriendo despavoridos de los estudios donde se dedican a platicar de forma calenturienta, pues, para su construcción, se han seguido precisamente las leyes de Newton y no las de Einstein. Decir eso es lo mismo que decir que, a partir del momento en que Einstein formuló su teoría de la Relatividad General, todos los edificios del mundo deberían haberse caído de forma instantánea al dejar de ser válidas las leyes bajo las cuales se había basado su construcción. No parece haber sido el caso. La observación manda. Es un hecho empírico que no se han caído. Es más, como unos 90 años después de dicha formulación, se siguen utilizando las leyes de Newton para, entre otras cosas, poner satélites en órbita o enviar misiones a Marte. Pues sí que andaba errado el pobre Newton. Lo que suele ocurrir en realidad es que una buena teoría científica no deja de ser válida de la noche a la mañana, ni se cambian los paradigmas ni se dan otro tipo de memeces de las que cuenta Kuhn en su libro. De hecho, es más correcto interpretar la Relatividad General como una extensión de la Gravitación Universal, cosa que es en realidad y que, como test de consistencia, reproduce la teoría de Newton cuando se restringe al ámbito de aplicación de esta última. Este hecho es más grandioso de lo que aparenta, y corrobora que el método científico es muy potente a la hora de describir la naturaleza, y no una cuestión de opiniones, acuerdos o modas como proponen los posmodernos.

Pero volvamos a Darwin. La evolución es un hecho tan empírico como que una maceta cae, pese a no ser tan trivial y obvio. Los registros fósiles muestran que en un pasado existieron especies que ahora no existen, la nuestra tiene unos 250.000 años. El ADN, la mínima unidad de construcción de un ser vivo no es una máquina exacta de replicación. Compartimos estructuras moleculares similares a las de un ratón o una mosca. Es más, hubo una época en la que no hubo vida en la tierra, y nuestra presencia en el universo no es más que una lágrima en la lluvia como diría Roy Batty, el Nexus 6 de Blade Runner. Somos literalmente –aparte de que suene poético- polvo de estrellas, pues el material del que estamos hechos, aparte de en los sueños, se forjó en las estrellas y fue lanzado al espacio mediante la explosión de supernovas. Y todo esto que cuento no son discursos calenturientos de un contertulio en una noche de verano, sino evidencias empíricas, observables aquí y en Katmandú, sobre la Tierra, en órbita y más allá de Plutón. Quizás fue Darwin el primero en darse cuenta de este hecho, pero lo que además hizo fue formular la primera teoría científica que puede explicar la evolución, y el nombre correcto es el de teoría de la Selección Natural. Esta teoría podrá ser más o menos precisa, ahora mismo existen debates científicos sobre detalles concretos acerca de si esa selección es continua o discontinua, pero el hecho inmutable es que allí donde miremos, vemos los efectos de la evolución. La confusión del término “teoría de la evolución” no se debe a Darwin, sino que debe ser posterior, pues él se refirió, con suma precisión, a “origen de las especies por medio de la selección natural”. A veces también se suele referir a “teoría de la selección natural sobre la evolución”, que viene a decir que la selección natural es una teoría que trata un hecho empírico como es el de la evolución. Es como si Newton hubiera decidido poner un nombre alternativo a su teoría como el de “teoría de la fuerza central sobre la caída de los cuerpos”. A nadie se le ocurriría decir en estos tiempos, probablemente ni tan siquiera a un contertulio, “teoría de la caída de los cuerpos”. Pues tampoco con la evolución.

Hecha esta aclaración, lo de los creacionistas, visto desde este prisma, es digno de despropósito. Ya, ni tan siquiera, se meten con la ciencia, sino con los mismos hechos empíricos. Es como negar la caída de la maceta. Eso sí, si un desconocido les regala flores, eso es impulso.



Postscriptum.

Al comienzo de esta entrada decía que quizás sí tenía un poco que ver con el tema de este blog. Que sea el gran Feynman quien lo explique (la negrita es mía):

“Los científicos están acostumbrados a tratar con la duda y la incertidumbre. Todo conocimiento científico es incierto. Esta experiencia con la duda y la incertidumbre es importante. Creo que tiene mucho valor, un valor que se extiende más allá de las ciencias. Creo que para resolver cualquier problema que no haya sido resuelto nunca antes tenemos que dejar la puerta abierta a lo desconocido. Tenemos que admitir la posibilidad de que no tengamos toda la razón. De lo contrario, si uno ha tomado ya su decisión, es muy posible que no lo resuelva”.

04 febrero 2009

El epistemólogo impaciente (4)

Lee antes la tercera parte de esta historia


Cuarta parte


“No cloud, no relique of the sunken day
Distinguishes the West, no long thin slip
Of sullen Light, no obscure, trembling hues”.
The Nightingale, S. T. Coleridge


Cuando entraba de nuevo en el edificio Hennings me tropecé con Bill, un profesor del departamento que fue contratado durante la época de mi estancia con Ian.
- Qué sorpresa, Santiago. No sabía que andabas por aquí.
- En realidad, acabo de llegar, Bill. He venido por asuntos de negocios y he aprovechado para hacerle una visita a Ian.
A pesar de que lo veía bastante de cuando en cuando, y la distancia entre cuandos solía ser de meses, incluso más de un año, la edad que parecía mostrar Bill siempre era la misma, detenida en algún momento indefinido de su adolescencia a pesar de que ya debía rondar la cincuentena; quizás debido a su rostro imberbe, quizás a su melanina que se resistía a ser desvirgada por los rayos del sol, quizás porque jugara al doctor Fausto en sus ratos libres. Una sonrisa en W se perfiló en su yermo rostro por unos breves instantes antes de que se disipara como lo hace un día soleado ante la llegada de un frente frío.
- No lo he visto desde ayer por la mañana -respondió-. Aunque estuvo casi todo el tiempo encerrado en su despacho. Puede que siga ahí, estos últimos días ha estado muy poco sociable, debe de ir detrás de algún resultado importante. Pero, ¿qué hacemos aquí?, podemos echar un vistazo.
Mientras nos acercábamos intercambiamos algunas impresiones sobre el acontecer de nuestras vidas desde la última vez que nos vimos. Cuando llegamos a la altura de la puerta, ésta estaba entornada y casi cerrada.
- ¿Ian? -llamó Bill al tiempo que golpeaba la puerta con los nudillos.
Cuando abrió del todo la puerta y accedimos a la estancia no vimos a nadie. Al fondo, la ventana por la que había saltado el espárrago estaba ahora cerrada.
- Creo que estará por aquí -al girarme para mirar a Bill me percaté de que en la pizarra no quedaba rastro de los restos de las fórmulas que había visto momentos antes; habían sido completamente borrados-, tiene el abrigo colgando del perchero.
No hice caso del perchero ni de las elucubraciones de Bill, algo a los pies de la pizarra me había llamado la atención y me acerqué para recogerlo. Resultó ser una caja de cerillas.
- ¿Qué es eso? -preguntó Bill.
Se lo enseñé. En una de las caras ponía Wickaninnish Inn. La retiré de su vista y aproveché que la dejaba sobre la mesa del escritorio para efectuar una inspección rápida de lo que allí había, o quedaba. Finalmente me dispuse para dejar la estancia.
- Está bien Bill. Si no lo veo por ahí fuera ya pasaré en otro momento.
Y me deshice de él.

Mientras me tomaba un pollo al curry en el Earls de Broadway con Fir, llamé a Kimberly para decirle que tendríamos que posponer nuestra cita para otro día. Le dije que tenía que atender unos asuntos en la isla y que la avisaría cuando regresara a la ciudad.
- Te prometo que no será después de que tengas que volar de nuevo.
- Está bien, me contentaré con la reposición que hacen de The Spanish Prisoner en la filmoteca –concedió con un tono coqueto, después de intentar apelar infructuosamente a mi falta de palabra durante toda la conversación para ver si cambiaba de plan.
Colgué habiendo echado de menos la evolución de las curvaturas de su nariz durante la conversación y con la incómoda sensación de miedo a que no tuviera otra oportunidad para verla de nuevo. Pagué la cuenta y, tras pasarme por mi habitación del hotel para asearme y cambiar de indumentaria por segunda vez en el día, me fui a alquilar un coche.
- Here you go, Mr. Margaix –dijo el dependiente entregándome las llaves de un Buick Lucerne de color gris plateado y con un apenas perceptible y minúsculo arañazo en la aleta posterior izquierda, esto último pronunciado con dos acentuaciones tónicas sobre las palabras “apenas” y “minúsculo”-, plaza número 17.
Tras salir del aparcamiento, me incorporé a Cordova Street para evitar el tráfico que pudiera haber en el cruce de Burrard con Pender. Atravesé el parque Stanley y crucé el puente hasta la orilla norte de la bahía para tomar la transcanadiense, que atraviesa todo el país de este a oeste, y consumir sus últimos kilómetros que mueren en la terminal de ferry de Horseshoe Bay. Cuando ya no pude avanzar más, me detuve detrás de un Toyota azul, en la cola de uno de los carriles de acceso al ferry que va a Nanaimo, en la isla de Vancouver.

Varios vehículos más esperaban alineados en sus respectivos carriles la salida del próximo ferry. Así que apagué el motor y me acomodé para la espera. En la línea de la derecha, a mi altura, el conductor de una van miraba con satisfacción hacia el horizonte. Daba la impresión de que tenía ante sí un horizonte muy placentero, todo lo contrario del horizonte de incertidumbre que se cernía sobre el camino que había emprendido el día anterior cuando había tomado el avión en Toronto. No somos una especie cuyo pasado evolutivo nos haya preparado para lidiar sin estrés con la incertidumbre, al menos el tipo de incertidumbre que han creado las intrincadas interrelaciones de la sociedad humana. Nuestro instinto es incapaz de reconocer que existen huecos en el conocimiento que podemos elaborar acerca de los acontecimientos que pueden afectar a nuestras vidas y nuestras decisiones. Por eso siempre hacen que nuestro inconsciente trate de rellenarlos con trozos de una realidad aparente que, ante nuestros sentidos, forma un conjunto coherente, pero que la mayor parte de las veces resultan ser meras ilusiones que, una vez desvanecidas, dejan entrever que nuestro otrora conjunto coherente no era más que una imagen deformada y grotesca de lo realmente acontecido. Es como andar a tientas en medio de una espesa niebla entre la que, de vez en cuando, vislumbramos atisbos de lo que parecen ser pedazos de realidad. Llega un momento en que casi parece que el conjunto se materializa ante nuestros ojos, pero justo en ese momento se esfuma, cerrándose de nuevo la niebla y teniendo que deambular en ella recolectando nuevos atisbos para que se nos escape de nuevo en el momento que creíamos tenerlo de nuevo. Y así sucesivamente. Como nunca llegamos a juntar todos esos atisbos de realidad, no nos queda más remedio que conformarnos con el mayor número posible y juntarlos rellenando los huecos como nuestro inconsciente nos dé a entender. Y no hacernos más preguntas, porque cuando reconocemos el procedimiento tan azaroso mediante el que hemos construido nuestras certezas, incluso la más insensata parece admirablemente clara y evidente por sí misma. Y, si dejamos que se nos escape, nos vemos de nuevo sumergidos en la niebla de confusión.

El movimiento de los primeros coches de la cola disipó por completo la niebla de reflexiones en que me encontraba inmerso para devolverme a la irrefutable realidad del presente. El tipo al volante del vehículo de mi derecha parecía ahora que se había fundido en un éxtasis con el horizonte. Puse en marcha el motor y me preparé para el momento en que tuviera que avanzar. Un movimiento que rompió la monotonía del vehículo de mi derecha hizo que desviara de nuevo mi vista hacia el mismo. Un nuevo torso y cabeza se habían elevado desde la parte que el límite inferior de la ventanilla ocultaba de mi vista y vi como una mujer se había incorporado sobre el asiento del copiloto. El Toyota azul avanzó y lo seguí con un ligero golpe de pedal. Mi viaje hacia el oeste prosiguió después de desembarcar en Nanaimo. Al final de mi persecución del sol de poniente, conseguí llegar a la costa oeste de la isla justo en el momento en que se disponía a desaparecer en medio del Pacífico.



Continuará...


© Diego Navarro. Todos los derechos reservados.

Otras aventuras de Santiago Margaix.

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“Ni una nube, ni un asomo del día que extingue
distingue al oeste, no hay ni una sola estría alargada
de luz mortecina, ni colores oscuros temblorosos”.
El Ruiseñor, S. T. Coleridge.

03 febrero 2009

Charla sobre la Programación Ganada en Valencia

El próximo jueves 19 de febrero a las 19:30 horas, dentro de las Sesiones de Trabajo del Capítulo de Valencia del Project Management Institute, impartiré una ponencia sobre la Programación Ganada bajo el título de

Cómo convertir el Valor Ganado en un reloj del proyecto

La asistencia es gratuita y, como miembro del capítulo, estáis invitados todos aquellos que estéis interesados en una herramienta tan novedosa -y vuestra línea espacio-temporal intersecte o pase cerca de Valencia ese día.

Podéis encontrar más información, incluido el lugar de celebración, en la Web del capítulo.

02 febrero 2009

Programación Ganada: cálculo mediante regresión matemática

Con este título me llega la siguiente contribución a la Programación Ganada de unos compañeros de profesión de Perú:


Programación Ganada
Cálculo mediante regresión matemática

Por Thomas Del Solar Knell y Jorge Mosca Corro
Lima - Perú / Enero 2009


Luego de leer el articulo de Programación Ganada, publicada por Diego Navarro en el blog, no fue muy difícil entender el valioso aporte que este índice brinda al control de proyectos, y consecuentemente generó la curiosidad de cómo calcularlo. La forma más simple de presentar nuestro desarrollo es usando un ejemplo; para ello tomemos como valores de Costo Presupuestado (CP) y de Valor Ganado (VG) la información mostrada en la Tabla No.1. En este ejemplo usamos datos de un proyecto en el que se ha excedido el tiempo programado.


Observando el argumento gráfico de lo que significa la Programación Ganada, se nota que este concepto se podría definir geométricamente como la intersección entre la curva del Costo Presupuestado (CP) y la recta horizontal correspondiente al valor numérico de la curva de Valor Ganado (VG) en el periodo a evaluar, esta intersección da como resultado un punto, cuya coordenada en el eje X es el tiempo en el cual debería haberse alcanzado el Valor Ganado y es lo que llamamos Programación Ganada. Ver Graf. 1.


Según este enfoque, para calcular de una manera sencilla la Programación Ganada, lo que nos restaría sería encontrar la ecuación de la curva del costo presupuestado y evaluarla con el valor ganado. Usualmente, el costo presupuestado es una curva en forma de “S” que relaciona dos magnitudes: el costo y el tiempo. Si observamos la curva cuidadosamente, veremos que presenta una forma curva en los extremos y casi recta en el medio, entonces podemos dividir la curva en tres sectores de tal forma que facilite hacer una regresión de segundo grado para los extremos y una lineal para la zona central. Ver grafico. 2.


Fácilmente con el uso de Microsoft Excel se puede obtener la regresión y las ecuaciones para cada rango de datos, con el objeto de finalmente unirlos y formar la curva completa buscada. Inclusive se podría dividir en más sectores en el caso que la curva que grafica el Costo presupuestado sea más compleja. El objetivo es obtener ecuaciones de fácil solución que representen a la curva del Costo Presupuestado (CP) con la misma precisión con la que fue estimada éste.

En el Graf. 3, se puede observar las diferencias entre los dos conceptos de índices de avance de proyecto, el SPI(c) y PG. El SPI(c) inicialmente decrece hasta llegar al mes 13 aprox., donde comienza a mejorar supuestamente, hasta llegar al valor de 1, mientras la PG indica un atraso y recién se muestra una mejora a partir del mes 25, que corresponde con el comportamiento real del valor ganado del proyecto.


Esperamos que esta sugerencia les ayude a calcular la Programación Ganada. Para cualquier comentario favor no duden en contactarnos:

Thomas Del Solar Knell
Jorge Mosca Corro

19 enero 2009

Hombres del renacimiento


No creo que pueda existir hoy en día un perfil profesional mejor cualificado y preparado para intentar enfrentarse con ciertas garantías de éxito a los retos que se ciernen sobre el horizonte próximo de cualquier organización –incluso de cualquier propósito humano- que el de Director de Proyecto. Aunque tampoco creo que nunca haya sido de otra manera, actualmente vuelve a ser patente la necesidad de enfoques más pluridisciplinares, visiones más poliédricas y organizaciones más transversales en la gestión, frente a las filosofías más tradicionales basadas en la especialización funcional, visiones unidimensionales únicas e inmutables y el constreñimiento jerárquico; precisamente estos últimos, lugares habituales por los que transita la Dirección de Operaciones.

Hace unas semanas hablaba en un foro sobre lo que considero que es el gran drama de la Dirección de Proyectos, a saber, la perniciosa influencia que la alargada sombra de la Dirección de Operaciones ejerce sobre la primera –tema que ya he tratado aquí, acá, allá, más acá y más allá, y que suelo resumir con aquello de que todo el mundo gestiona proyectos y muy pocos gestionan por proyectos-. En realidad, la Dirección de Proyectos es un nuevo sistema de gestión para las organizaciones, y así titulé la ponencia. La tesis esencial es que no debemos gestionar proyectos utilizando la Dirección de Operaciones –que es como se hace habitualmente- sino utilizando la Dirección de Proyectos. Pero algo más ocurrió ese día. El debate que propició esa ambición de diferenciación creo que acabó por asentar en mi mente un reconocimiento cuyos fragmentos habían venido orbitando en mi cabeza, fundiendo poco a poco sus trayectorias, desde hacía un tiempo. No sólo los proyectos se deben gestionar mediante Dirección de Proyectos, sino que las propias operaciones parece que están perdiendo poco a poco parte de las características que una vez las definieron:


  • Cada vez más reducen los productos y servicios su tiempo de vida, de manera que la continuidad de las operaciones se ve cada vez más fragmentada y la discontinuidad comienza a dominar el proceso. La propia función primordial de las operaciones como base para la continuidad del negocio parece evaporarse cuando es el propio negocio el que ya no es, en realidad eterno; ¿son algunas de las crisis que se han producido en algunos sectores consecuencias sintomáticas de nuestra incapacidad de reconocer que las operaciones que las sustentan no son en realidad continuas?

  • Cada vez los productos y servicios poseen mayor diferenciación, habiendo mayor variedad de cada uno de ellos con pequeñas diferencias entre los mismos. Este hecho, unido al anterior, hace que la producción masiva, que tradicionalmente ha encumbrado el mundo de las operaciones a sus más altas cotas, comience a ser algo del pasado. A ello quizás también esté comenzando a contribuir el hecho de que se esté pasando de una economía de la escasez a una economía de la abundancia, como postula Chris Anderson en su libro “La Economía Long Tail” –leer aquí en castellano el artículo original que motivó el libro-, en la que el consumidor ya no se conforma en adquirir entre un espectro reducido, y uniforme para todo el mundo, de productos, sino entre un espectro mucho mayor donde encuentra el producto que le satisface a él, y probablemente sólo a él.

  • Cada vez es más difusa la frontera que separa las diferentes líneas de especialización funcional que intervienen de forma transversal en un producto o servicio, haciendo aflorar su verdadera interdependencia y su nivel de intrincación. El expertise abandona su papel preponderante en la gestión cediendo el testigo a lo pluridisciplinar.

  • Cada vez es más importante centrar el esfuerzo hacia el resultado final que es el producto o servicio que quiere su cliente, y no dividirlo entre las diferentes partes que lo conforman, especialización funcional, tecnología y recursos, como si estos fueran un fin en sí mismo.

Todo ello hace que la función de la gestión deba poseer un enfoque generalista antes que analista, un estilo facilitador antes que experto, una responsabilidad de los resultados antes que de la tecnología y recursos. Justamente las de un Director de Proyecto. Porque los directores de proyecto son los hombres del Renacimiento en la actualidad. Son las farolas que pueden iluminar la oscuridad en esta barbarie de la especialización en la que ha caído el mundo de la gestión.