11 diciembre 2008

Un físico en la corte del emperador

Es esta una noticia que alegra el día. Y más sorprendente, si es que realmente era para tanto, que el que Barack Obama haya llegado a la presidencia del Imperio –después de todo, que un abogado sea presidente de algún imperio, estado o taifa es algo más visto que la Charito-. La noticia, por si habéis resistido la tentación de bifurcaros por el enlace a la misma –esto de la Internet es como un inmenso jardín de senderos que se bifurcan- seguís aquí y aún no la sabéis, es que el próximo gobierno que formará Obama tendrá como Secretario de Energía a Steven Chu.

Steven Chu es un físico que recibió el Nobel de física, junto con otros dos físicos más, en el año 1997 por el desarrollo de métodos para enfriar y detener átomos mediante luz láser. Por aquel entonces llevaba ya 10 años en la Universidad de Stanford, y cuando yo estuve allí en 1999 aún continuaba la fiesta porque Chu fue el segundo de tres nobeles seguidos que obtuvo Stanford en aquel trienio mágico de 1996-98 –en total llevan 9 y otros 6 por gente que en algún momento de su trayectoria profesional pasó por allí-.

Pero no es por esa memoria recobrada por lo que me alegro, sino por el hecho de la incorporación de científicos en un gobierno. En unos tiempos en que vivimos, en los que nuestro futuro puede estar condicionado por nuestra comprensión de la naturaleza, y por que esta comprensión se tenga en cuenta en las decisiones políticas –hecho este último que puede parecer una perogrullada pero que, en mi opinión, brilla por su más manifiesta y escalofriante ausencia-; unos tiempos en que la ciencia –la única forma de conocimiento que ha tenido éxito en avanzar en dicha comprensión y ha conseguido obtener resultados objetivos, reproducibles y cuantificables, no como otros- no puede tener peor imagen en la sociedad –aunque paradójicamente se utilice para vender ideas-; unos tiempos en los que el apabullante nivel de intrincación de nuestro modo de vida –al menos en los países avanzados- con el de la tecnología resultante de la aplicación –buena o mala- de los avances científicos –asépticos- se queda corto comparado con la ignorancia científica generalizada de la sociedad; unos tiempos marcados por la paradoja de que se asevere que las leyes de la naturaleza no son más que un constructo humano totalmente subjetivo al mismo tiempo que se adjetiva el término ciencia para que acompañe y dote de prestigio a otras disciplinas que indudablemente no lo merecen; unos tiempos en los que, en cambio, el pensamiento mágico, los dogmas, los integrismos, la ausencia de un espíritu crítico y un escepticismo sano campan por sus reales fueros; en unos tiempos, en definitiva, en los que se vive de espaldas a una ciencia en claro declive, puede que sea cuando más necesitemos de ella para salir de las encrucijadas a las que nos enfrentamos.

Chu es desde 2004 el director del Laboratorio Lawrence Berkeley, y uno de los pioneros en la búsqueda de soluciones científicas al cambio climático –personalmente creo que el adjetivo científicas es redundante para el caso-. Su capacidad de liderazgo está detrás de iniciativas como el Instituto de Bioenergía, el Instituto de Biociencias de la Energía, y el centro multidisciplinar de ciencias energéticas Helios. Y la alegría no es doble sino triple, porque al hecho de que se tenga en cuenta a científicos en las políticas gubernamentales hay que añadir el hecho de que se intente romper el falso e infantil mito de que a los científicos sólo les interesa vivir encerrados en su mundo –arraigado en ambos lados-. Chu, valiente, coge la toalla y, aunque a muchos científicos les importe un bledo -y no les falta parte de la razón- la opinión que la sociedad pueda tener de su actividad porque, a fin de cuentas, la ciencia y su avance son en sí mismos inmunes a esta visión negativa, es crucial en estos tiempos que se impliquen en los centros de decisión y contaminen de ideas frescas, honestas y rigurosas a aquellos que tradicionalmente se han ocupado de llevar las riendas de la sociedad –con los resultados que todos podemos observar-, e incluso se encarguen de tomar las decisiones. Y es crucial porque, aunque la ciencia sea inmune en sí misma, no lo son las implicaciones sobre nuestro futuro de la compresión que conseguimos a través de ella del mundo natural. Seguro que Chu está más capacitado que otro Nobel, aunque este de coña, como Gore y su enfoque meramente mediático y circense para liderar nuestra comprensión del fenómeno del cambio climático.

Ya veremos lo que dura esta nueva historia de amor entre ciencia y política.