27 febrero 2009

Calcular la Programación Ganada con MS Project 2007

Por fin, el problema que tenía la macro para calcular la Programación Ganada con la versión 2007 de MS Project ha sido resuelto. Bueno, parcialmente. Podéis descargaros aquí el ejemplo que funciona con MSP 2007. Digo parcialmente porque, en esta nueva versión, debido a los cambios que ha introducido Microsoft en el sistema de menús, en MS Project se han quedado a medias de manera que no es posible, hasta donde he podido llegar a saber, asignar una macro a un menú.

Así pues, estas son las instrucciones para proceder. Ahora, al dejar que la seguridad habilite las macros, la macro ya no se trunca como ocurría antes. Veremos que se crea el menú reportes, pero comprobaremos que no hace nada. Lo que haremos, entonces, es ejecutar la macro de forma manual. Para ello pulsaremos la combinación de teclas Alt+F8 y, en el listado de la ventana que aparece, seleccionaremos con el botón izquierdo del ratón la línea “earned_schedule_msp2007_es.mpp!EVSM”. Eso generará el informe en Excel.

Más información sobre el uso de la macro, aquí.

25 febrero 2009

El andar del borracho

La pasada primavera apareció en castellano el último libro de Leonard Mlodinow, pupilo de Feynman, guionista de Star Trek y resumidor de algunos bestsellers de Stephen Hawking, entre otras divertidas ocupaciones. Por esa misma época, daba la siguiente charla en la sede de Google:



Entre el minuto 5 y el 11, expone el siguiente y divertido ejemplo. En noviembre de 2006 apareció en CNN Money una noticia con el siguiente titular:

“El mayor gestor de fondos de nuestro tiempo”

en el que se elogian las habilidades como inversor de Bill Miller después de que los beneficios de sus fondos hayan encabezado superado el índice S&P 500 durante 15 años consecutivos, entre 1991 y 2005. Si el hecho no parece lo suficientemente impresionante, ya se encargan los expertos de remarcarlo, pues, según se puede leer en este otro artículo, la probabilidad de batir el índice S&P 500 durante 13 años consecutivos es de una entre 149.012 (en el mismo titular), mientras que la probabilidad de batirlo otro año más sería de una entre 372.529, todo ello según expertos y sesudos analistas. ¡Y Bill Miller lo ha hecho durante 15 años! Una probabilidad extremadamente baja como para que sea producto de la suerte. En otros medios lo calificaron como la mayor hazaña de los últimos 40 años. Puestas así las cosas, no debería ser algo que ocurre todos los días, la verdad. ¿Seguro?

Y ahora es cuando Leonard Mlodinow, el científico, decide analizar el fenómeno con mayor juicio. Pues, como muy bien dice, para destacar un resultado hay que diseñar experimentos de manera que lo distingan de cualquier otro producido por el mero azar. Así, vamos a considerar a qué resultado llegaríamos con un modelo basado en el azar. Por ejemplo, supongamos que la probabilidad de que un gestor encabece suepere el índice S&P 500 un año cualquiera es del 50% –como lanzar una moneda, vamos- . Entonces, la probabilidad de Bill Miller de batir el índice durante 15 años consecutivos, desde 1991 a 2005, es de una en 32.768 -1/2 multiplicado por sí mismo 15 veces-. Un orden de magnitud mejor que las estimaciones de los sesudos analistas, pero lo suficientemente bajo aún como para no echar las campanas al vuelo. Pero, claro, en realidad no tenemos sólo una persona invirtiendo en el índice, sino miles de ellas –si no es Bill Miller, ¿por qué no podría ser otro?-. Informándose Leonard en las fuentes que escriben esos artículos, pues imagina que deben saber más que él del asunto, averigua que debe haber 1000 gestores muy capaces –nos quedamos con la primera división, vamos-. Así que Leonard les coge el testigo y, claro, ahora la probabilidad de que alguien entre esos mil pueda batir el índice durante 15 años consecutivos es del 3% –la anterior sumada mil veces, o multiplicada por mil-. Uy, la cosa va subiendo. Pero, claro –sí, otra vez-, ¿y por qué restringirnos al periodo entre 1991 y 2004?, ¿por qué no entre 1990 y 2004?, ¿o entre 1984 y 1998? Ya que ha sido calificada como la mayor hazaña en 40 años, ¿por qué no cogemos todos los periodos posibles de 15 años durante los 40 últimos años hasta el 2005? Si tenemos en cuenta esto, hay 25 posibles periodos de 15 comenzando hace 40 años. Así que, ahora, la probabilidad de que alguien entre esos mil gestores de fondos pueda batir al azar el índice durante 15 años consecutivos comenzando hace 40 años es del 75% -la anterior sumada 25 veces, o multiplicada por 25-.

Bueno, ante alguna risa amagada en el auditorio –la educación ante todo-, Leonard concluye su gracioso ejemplo con que, quizás, en vez del titular con el que comenzaba este ejemplo, este otro hubiera sido más adecuado:

“La esperada racha de 15 años consecutivos ha ocurrido finalmente. Bill Miller es el afortunado”

23 febrero 2009

Kahneman y Taleb juntos

El pasado 27 de enero, Daniel Kahneman y Nassim N. Taleb intervinieron en un evento organizado por Edge en Munich en el que conversaron y reflexionaron sobre la reciente crisis financiera, en concreto sobre los sesgos retrospectivos, la ilusión de los patrones, la percepción del riesgo y la negación –pinchar sobre la imagen del final para acceder al video completo-.

Al parecer, el enésimo porrazo –yo no diría de un sistema sino de un modelo que pretende autoerigirse como una ley de la naturaleza y ser capaz de predecir la evolución del sistema- de gurulandia ha sacado del olvido otra vez los resultados y conclusiones a las que llegaron Kahneman y colaboradores durante los años 70 y 80, y que le hicieron merecedor del, quizás único digno que se haya concedido, pseudonobel de Economía –me niego a reproducir el término ciencia-. Unos resultados que podría resumir, de forma muy personal y poco ortodoxa, diciendo que vienen a decir que si hay algo en ese campo que pueda denominarse gurú, desde luego es de pandereta. Y ahí lo tenemos junto con el azote más reciente que se ha erigido contra los tocapanderetas.

Está bien verlos juntos, pero he de reconocer que el debate me ha decepcionado un poco. Taleb asume el papel de poli malo cargando las tintas contra los bancos. Y, en cierta manera, me apena ver, en esta intervención y en otras cuyas grabaciones están proliferando en Youtube, que pueda convertirse en una caricatura de sí mismo. Kahneman, por el contrario, asume en ese punto un papel más compasivo de padre comprensivo con los errores de unos hijos de los que es consciente que están abocados a cometer al no tener otras alternativas. Es pues, en este punto, donde sus visiones divergen: Kahneman está dispuesto a seguir dejándoles jugar con un juguete que no tiene ninguna utilidad porque, en el fondo, es lo único que tienen, mientras que Taleb quiere quitárselo de las manos ya, sin más dilación, porque cree que es un peligro en sus manos. Pobres niños, qué harían sin sus panderetas.

20 febrero 2009

Sobre Darwin, evolución y selección natural

Esto no viene a cuento sobre el tema que caracteriza este blog –bueno, quizás un poquitín-. No me suelo prodigar en hablar sobre temas generales u otros más concretos, pero diferentes del que, como decía, caracteriza este blog, por aquello de que intento cuidar con mucho celo la especialización del mismo. A pesar de ello, alguna vez me he tomado la libertad de hacer alguna excepción, y ahora toca una de esas en la que no puedo resistir la tentación.

El apretón viene por la moda del año en que los medios de comunicación están convirtiendo el Año Darwin. Y el filtro que provoca el poco caso que suelo hacer a la desinformación en la que suelen incurrir habitualmente, no ha evitado que, ya a estas tiernas e incipientes alturas de año, haya cosechado un número, que está empezando a dejar de ser trivial, de bobadas. Pero no os asustéis, esto no va de listas mágicas o quejas y pataletas varias. Me quedo sólo con una rectificación que quiero hacer: la evolución no es una teoría, es un hecho empírico. Y para ilustrarlo, permitidme que recurra primero a un ejemplo aparentemente diferente.

Si alguien va paseando por la calle y, de repente, un desconocido no le regala flores, sino que le lanza una maceta desde un segundo piso y el tío –ese alguien que pasea- está lo suficientemente experimentado en la vida como para responder de forma correcta a las evidencias cotidianas de la vida diaria, lo normal será que se aparte. No es que sea supersticioso el tipo. En su más o menos dilatada experiencia, ha llegado a interiorizar que un objeto abandonado a su suerte cae de arriba hacia abajo. No necesita que se lo demuestren, ni tener fe. Simplemente es un hecho cotidiano. Durante toda la vida lo ha visto y, por lo que ha oído decir a sus abuelos, sus amigos, etc., no son visiones exclusivas suyas. También pareció ser así en otros periodos pasados, pues en el Medievo se utilizaba el hecho para freír con aceite hirviendo al enemigo que asediaba una fortaleza, o los romanos para erosionar montañas y sacar oro en las Médulas. Nada le obliga a pensar que en ese momento no fuera a funcionar de la manera en que lo hace habitualmente, aunque ello no le inducirá a buen seguro a quedarse quieto a esperar que la maceta le aporree la cabeza. Y seguro que hace bien en apartarse. En resumen, que los cuerpos caigan de arriba hacia abajo es un hecho empírico.

Luego, existen lo que se llaman teorías que intentan describir las sutilezas que se esconden detrás del fenómeno. Y tenemos desde la aristotélica del lugar natural al que tienden los objetos y del impulso –tampoco es el que te regala flores-, hasta la Relatividad General de Einstein, pasando por la Gravitación Universal de Newton. De estas tres, la primera no es científica porque no se puede someter al juez imparcial que es la observación –de hecho, se podría utilizar para explicar casi cualquier cosa-, mientras que las dos segundas sí. Y, ¿qué hace tan malo que algo pueda explicar casi cualquier cosa? Pensemos en la ley de gravitación universal de Newton que establece que, en vez del ansia de ocupar su lugar natural, los cuerpos son atraídos por la Tierra por una fuerza central que es inversamente proporcional al cuadrado de su distancia al centro. Esta segunda es muy específica y muy improbable que sea un resultado del azar. Pero, sobretodo, podemos probar, observar y medir si es o no así; y con un margen de maniobra muy reducido en cuanto a los posibles resultados. Es decir, propone que sea así y no de cualquier otra manera.

- Sí, vale, ¿pero que hay de la Relatividad General, que establece que lo que en realidad hace caer la maceta no es una fuerza central sino un retorcimiento del espacio producido por una gran masa como es nuestro viejo y desvencijado planeta? –podría preguntar un contertulio de esos que alardean, como si fuera una gran virtud en este país, de su analfabetismo científico al mismo tiempo que debaten, con toda la alegría e impunidad del mundo, sobre temas con cierta base científica-, ¿no demuestra que Newton estaba equivocado?

Por lo pronto, deberían salir corriendo despavoridos de los estudios donde se dedican a platicar de forma calenturienta, pues, para su construcción, se han seguido precisamente las leyes de Newton y no las de Einstein. Decir eso es lo mismo que decir que, a partir del momento en que Einstein formuló su teoría de la Relatividad General, todos los edificios del mundo deberían haberse caído de forma instantánea al dejar de ser válidas las leyes bajo las cuales se había basado su construcción. No parece haber sido el caso. La observación manda. Es un hecho empírico que no se han caído. Es más, como unos 90 años después de dicha formulación, se siguen utilizando las leyes de Newton para, entre otras cosas, poner satélites en órbita o enviar misiones a Marte. Pues sí que andaba errado el pobre Newton. Lo que suele ocurrir en realidad es que una buena teoría científica no deja de ser válida de la noche a la mañana, ni se cambian los paradigmas ni se dan otro tipo de memeces de las que cuenta Kuhn en su libro. De hecho, es más correcto interpretar la Relatividad General como una extensión de la Gravitación Universal, cosa que es en realidad y que, como test de consistencia, reproduce la teoría de Newton cuando se restringe al ámbito de aplicación de esta última. Este hecho es más grandioso de lo que aparenta, y corrobora que el método científico es muy potente a la hora de describir la naturaleza, y no una cuestión de opiniones, acuerdos o modas como proponen los posmodernos.

Pero volvamos a Darwin. La evolución es un hecho tan empírico como que una maceta cae, pese a no ser tan trivial y obvio. Los registros fósiles muestran que en un pasado existieron especies que ahora no existen, la nuestra tiene unos 250.000 años. El ADN, la mínima unidad de construcción de un ser vivo no es una máquina exacta de replicación. Compartimos estructuras moleculares similares a las de un ratón o una mosca. Es más, hubo una época en la que no hubo vida en la tierra, y nuestra presencia en el universo no es más que una lágrima en la lluvia como diría Roy Batty, el Nexus 6 de Blade Runner. Somos literalmente –aparte de que suene poético- polvo de estrellas, pues el material del que estamos hechos, aparte de en los sueños, se forjó en las estrellas y fue lanzado al espacio mediante la explosión de supernovas. Y todo esto que cuento no son discursos calenturientos de un contertulio en una noche de verano, sino evidencias empíricas, observables aquí y en Katmandú, sobre la Tierra, en órbita y más allá de Plutón. Quizás fue Darwin el primero en darse cuenta de este hecho, pero lo que además hizo fue formular la primera teoría científica que puede explicar la evolución, y el nombre correcto es el de teoría de la Selección Natural. Esta teoría podrá ser más o menos precisa, ahora mismo existen debates científicos sobre detalles concretos acerca de si esa selección es continua o discontinua, pero el hecho inmutable es que allí donde miremos, vemos los efectos de la evolución. La confusión del término “teoría de la evolución” no se debe a Darwin, sino que debe ser posterior, pues él se refirió, con suma precisión, a “origen de las especies por medio de la selección natural”. A veces también se suele referir a “teoría de la selección natural sobre la evolución”, que viene a decir que la selección natural es una teoría que trata un hecho empírico como es el de la evolución. Es como si Newton hubiera decidido poner un nombre alternativo a su teoría como el de “teoría de la fuerza central sobre la caída de los cuerpos”. A nadie se le ocurriría decir en estos tiempos, probablemente ni tan siquiera a un contertulio, “teoría de la caída de los cuerpos”. Pues tampoco con la evolución.

Hecha esta aclaración, lo de los creacionistas, visto desde este prisma, es digno de despropósito. Ya, ni tan siquiera, se meten con la ciencia, sino con los mismos hechos empíricos. Es como negar la caída de la maceta. Eso sí, si un desconocido les regala flores, eso es impulso.



Postscriptum.

Al comienzo de esta entrada decía que quizás sí tenía un poco que ver con el tema de este blog. Que sea el gran Feynman quien lo explique (la negrita es mía):

“Los científicos están acostumbrados a tratar con la duda y la incertidumbre. Todo conocimiento científico es incierto. Esta experiencia con la duda y la incertidumbre es importante. Creo que tiene mucho valor, un valor que se extiende más allá de las ciencias. Creo que para resolver cualquier problema que no haya sido resuelto nunca antes tenemos que dejar la puerta abierta a lo desconocido. Tenemos que admitir la posibilidad de que no tengamos toda la razón. De lo contrario, si uno ha tomado ya su decisión, es muy posible que no lo resuelva”.

04 febrero 2009

El epistemólogo impaciente (4)

Lee antes la tercera parte de esta historia


Cuarta parte


“No cloud, no relique of the sunken day
Distinguishes the West, no long thin slip
Of sullen Light, no obscure, trembling hues”.
The Nightingale, S. T. Coleridge


Cuando entraba de nuevo en el edificio Hennings me tropecé con Bill, un profesor del departamento que fue contratado durante la época de mi estancia con Ian.
- Qué sorpresa, Santiago. No sabía que andabas por aquí.
- En realidad, acabo de llegar, Bill. He venido por asuntos de negocios y he aprovechado para hacerle una visita a Ian.
A pesar de que lo veía bastante de cuando en cuando, y la distancia entre cuandos solía ser de meses, incluso más de un año, la edad que parecía mostrar Bill siempre era la misma, detenida en algún momento indefinido de su adolescencia a pesar de que ya debía rondar la cincuentena; quizás debido a su rostro imberbe, quizás a su melanina que se resistía a ser desvirgada por los rayos del sol, quizás porque jugara al doctor Fausto en sus ratos libres. Una sonrisa en W se perfiló en su yermo rostro por unos breves instantes antes de que se disipara como lo hace un día soleado ante la llegada de un frente frío.
- No lo he visto desde ayer por la mañana -respondió-. Aunque estuvo casi todo el tiempo encerrado en su despacho. Puede que siga ahí, estos últimos días ha estado muy poco sociable, debe de ir detrás de algún resultado importante. Pero, ¿qué hacemos aquí?, podemos echar un vistazo.
Mientras nos acercábamos intercambiamos algunas impresiones sobre el acontecer de nuestras vidas desde la última vez que nos vimos. Cuando llegamos a la altura de la puerta, ésta estaba entornada y casi cerrada.
- ¿Ian? -llamó Bill al tiempo que golpeaba la puerta con los nudillos.
Cuando abrió del todo la puerta y accedimos a la estancia no vimos a nadie. Al fondo, la ventana por la que había saltado el espárrago estaba ahora cerrada.
- Creo que estará por aquí -al girarme para mirar a Bill me percaté de que en la pizarra no quedaba rastro de los restos de las fórmulas que había visto momentos antes; habían sido completamente borrados-, tiene el abrigo colgando del perchero.
No hice caso del perchero ni de las elucubraciones de Bill, algo a los pies de la pizarra me había llamado la atención y me acerqué para recogerlo. Resultó ser una caja de cerillas.
- ¿Qué es eso? -preguntó Bill.
Se lo enseñé. En una de las caras ponía Wickaninnish Inn. La retiré de su vista y aproveché que la dejaba sobre la mesa del escritorio para efectuar una inspección rápida de lo que allí había, o quedaba. Finalmente me dispuse para dejar la estancia.
- Está bien Bill. Si no lo veo por ahí fuera ya pasaré en otro momento.
Y me deshice de él.

Mientras me tomaba un pollo al curry en el Earls de Broadway con Fir, llamé a Kimberly para decirle que tendríamos que posponer nuestra cita para otro día. Le dije que tenía que atender unos asuntos en la isla y que la avisaría cuando regresara a la ciudad.
- Te prometo que no será después de que tengas que volar de nuevo.
- Está bien, me contentaré con la reposición que hacen de The Spanish Prisoner en la filmoteca –concedió con un tono coqueto, después de intentar apelar infructuosamente a mi falta de palabra durante toda la conversación para ver si cambiaba de plan.
Colgué habiendo echado de menos la evolución de las curvaturas de su nariz durante la conversación y con la incómoda sensación de miedo a que no tuviera otra oportunidad para verla de nuevo. Pagué la cuenta y, tras pasarme por mi habitación del hotel para asearme y cambiar de indumentaria por segunda vez en el día, me fui a alquilar un coche.
- Here you go, Mr. Margaix –dijo el dependiente entregándome las llaves de un Buick Lucerne de color gris plateado y con un apenas perceptible y minúsculo arañazo en la aleta posterior izquierda, esto último pronunciado con dos acentuaciones tónicas sobre las palabras “apenas” y “minúsculo”-, plaza número 17.
Tras salir del aparcamiento, me incorporé a Cordova Street para evitar el tráfico que pudiera haber en el cruce de Burrard con Pender. Atravesé el parque Stanley y crucé el puente hasta la orilla norte de la bahía para tomar la transcanadiense, que atraviesa todo el país de este a oeste, y consumir sus últimos kilómetros que mueren en la terminal de ferry de Horseshoe Bay. Cuando ya no pude avanzar más, me detuve detrás de un Toyota azul, en la cola de uno de los carriles de acceso al ferry que va a Nanaimo, en la isla de Vancouver.

Varios vehículos más esperaban alineados en sus respectivos carriles la salida del próximo ferry. Así que apagué el motor y me acomodé para la espera. En la línea de la derecha, a mi altura, el conductor de una van miraba con satisfacción hacia el horizonte. Daba la impresión de que tenía ante sí un horizonte muy placentero, todo lo contrario del horizonte de incertidumbre que se cernía sobre el camino que había emprendido el día anterior cuando había tomado el avión en Toronto. No somos una especie cuyo pasado evolutivo nos haya preparado para lidiar sin estrés con la incertidumbre, al menos el tipo de incertidumbre que han creado las intrincadas interrelaciones de la sociedad humana. Nuestro instinto es incapaz de reconocer que existen huecos en el conocimiento que podemos elaborar acerca de los acontecimientos que pueden afectar a nuestras vidas y nuestras decisiones. Por eso siempre hacen que nuestro inconsciente trate de rellenarlos con trozos de una realidad aparente que, ante nuestros sentidos, forma un conjunto coherente, pero que la mayor parte de las veces resultan ser meras ilusiones que, una vez desvanecidas, dejan entrever que nuestro otrora conjunto coherente no era más que una imagen deformada y grotesca de lo realmente acontecido. Es como andar a tientas en medio de una espesa niebla entre la que, de vez en cuando, vislumbramos atisbos de lo que parecen ser pedazos de realidad. Llega un momento en que casi parece que el conjunto se materializa ante nuestros ojos, pero justo en ese momento se esfuma, cerrándose de nuevo la niebla y teniendo que deambular en ella recolectando nuevos atisbos para que se nos escape de nuevo en el momento que creíamos tenerlo de nuevo. Y así sucesivamente. Como nunca llegamos a juntar todos esos atisbos de realidad, no nos queda más remedio que conformarnos con el mayor número posible y juntarlos rellenando los huecos como nuestro inconsciente nos dé a entender. Y no hacernos más preguntas, porque cuando reconocemos el procedimiento tan azaroso mediante el que hemos construido nuestras certezas, incluso la más insensata parece admirablemente clara y evidente por sí misma. Y, si dejamos que se nos escape, nos vemos de nuevo sumergidos en la niebla de confusión.

El movimiento de los primeros coches de la cola disipó por completo la niebla de reflexiones en que me encontraba inmerso para devolverme a la irrefutable realidad del presente. El tipo al volante del vehículo de mi derecha parecía ahora que se había fundido en un éxtasis con el horizonte. Puse en marcha el motor y me preparé para el momento en que tuviera que avanzar. Un movimiento que rompió la monotonía del vehículo de mi derecha hizo que desviara de nuevo mi vista hacia el mismo. Un nuevo torso y cabeza se habían elevado desde la parte que el límite inferior de la ventanilla ocultaba de mi vista y vi como una mujer se había incorporado sobre el asiento del copiloto. El Toyota azul avanzó y lo seguí con un ligero golpe de pedal. Mi viaje hacia el oeste prosiguió después de desembarcar en Nanaimo. Al final de mi persecución del sol de poniente, conseguí llegar a la costa oeste de la isla justo en el momento en que se disponía a desaparecer en medio del Pacífico.



Continuará...


© Diego Navarro. Todos los derechos reservados.

Otras aventuras de Santiago Margaix.

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“Ni una nube, ni un asomo del día que extingue
distingue al oeste, no hay ni una sola estría alargada
de luz mortecina, ni colores oscuros temblorosos”.
El Ruiseñor, S. T. Coleridge.

03 febrero 2009

Charla sobre la Programación Ganada en Valencia

El próximo jueves 19 de febrero a las 19:30 horas, dentro de las Sesiones de Trabajo del Capítulo de Valencia del Project Management Institute, impartiré una ponencia sobre la Programación Ganada bajo el título de

Cómo convertir el Valor Ganado en un reloj del proyecto

La asistencia es gratuita y, como miembro del capítulo, estáis invitados todos aquellos que estéis interesados en una herramienta tan novedosa -y vuestra línea espacio-temporal intersecte o pase cerca de Valencia ese día.

Podéis encontrar más información, incluido el lugar de celebración, en la Web del capítulo.

02 febrero 2009

Programación Ganada: cálculo mediante regresión matemática

Con este título me llega la siguiente contribución a la Programación Ganada de unos compañeros de profesión de Perú:


Programación Ganada
Cálculo mediante regresión matemática

Por Thomas Del Solar Knell y Jorge Mosca Corro
Lima - Perú / Enero 2009


Luego de leer el articulo de Programación Ganada, publicada por Diego Navarro en el blog, no fue muy difícil entender el valioso aporte que este índice brinda al control de proyectos, y consecuentemente generó la curiosidad de cómo calcularlo. La forma más simple de presentar nuestro desarrollo es usando un ejemplo; para ello tomemos como valores de Costo Presupuestado (CP) y de Valor Ganado (VG) la información mostrada en la Tabla No.1. En este ejemplo usamos datos de un proyecto en el que se ha excedido el tiempo programado.


Observando el argumento gráfico de lo que significa la Programación Ganada, se nota que este concepto se podría definir geométricamente como la intersección entre la curva del Costo Presupuestado (CP) y la recta horizontal correspondiente al valor numérico de la curva de Valor Ganado (VG) en el periodo a evaluar, esta intersección da como resultado un punto, cuya coordenada en el eje X es el tiempo en el cual debería haberse alcanzado el Valor Ganado y es lo que llamamos Programación Ganada. Ver Graf. 1.


Según este enfoque, para calcular de una manera sencilla la Programación Ganada, lo que nos restaría sería encontrar la ecuación de la curva del costo presupuestado y evaluarla con el valor ganado. Usualmente, el costo presupuestado es una curva en forma de “S” que relaciona dos magnitudes: el costo y el tiempo. Si observamos la curva cuidadosamente, veremos que presenta una forma curva en los extremos y casi recta en el medio, entonces podemos dividir la curva en tres sectores de tal forma que facilite hacer una regresión de segundo grado para los extremos y una lineal para la zona central. Ver grafico. 2.


Fácilmente con el uso de Microsoft Excel se puede obtener la regresión y las ecuaciones para cada rango de datos, con el objeto de finalmente unirlos y formar la curva completa buscada. Inclusive se podría dividir en más sectores en el caso que la curva que grafica el Costo presupuestado sea más compleja. El objetivo es obtener ecuaciones de fácil solución que representen a la curva del Costo Presupuestado (CP) con la misma precisión con la que fue estimada éste.

En el Graf. 3, se puede observar las diferencias entre los dos conceptos de índices de avance de proyecto, el SPI(c) y PG. El SPI(c) inicialmente decrece hasta llegar al mes 13 aprox., donde comienza a mejorar supuestamente, hasta llegar al valor de 1, mientras la PG indica un atraso y recién se muestra una mejora a partir del mes 25, que corresponde con el comportamiento real del valor ganado del proyecto.


Esperamos que esta sugerencia les ayude a calcular la Programación Ganada. Para cualquier comentario favor no duden en contactarnos:

Thomas Del Solar Knell
Jorge Mosca Corro