Me voy a enfundar la camisa de once varas otra vez. Quizás algún “experto” o “gurú” en la materia pueda pensar que no tengo la menor idea sobre lo que hablo. Y sí, es posible que tenga razón. Pero, quizás, también estemos empatados porque yo pienso lo mismo de ellos. Quizás, nuevamente, como rezaba aquel bolero, el empate no sea perfecto después de todo porque yo, al menos, soy consciente de mi ignorancia y ellos, para su propia desgracia –o, al menos, para la nuestra como pasajeros del avión que ellos “pilotan”-, no.
Y no hay nada como estas últimas semanas de montaña rusa financiera y espectáculo ferial variopinto para ilustrarlo. Que si lo compro, que si no; que si lo salvamos de la quiebra, que si lo dejamos caer con todo el equipo; que si intervengo en el mercado, que si no, que si pongo la marcha atrás; que si está bien, que si no; que si liberalismo, que si intervencionismo; que si donde dije digo, digo Diego; que si la culpa fue del cha-cha-chá. La situación me recuerda a cuando, paseando por el campo, pisas y rompes sin darte cuenta una línea de hormigas entre un hormiguero y la fuente de comida. Durante unos instantes, las hormigas que van llegando a la discontinuidad comienzan a deambular desorientadas sin rumbo claro, dando palos de ciego. Pues eso es lo que parecen nuestros flamantes expertos en estos momentos de turbulencias financieras. Por no conseguir, no consiguen ni ponerse de acuerdo –aunque reconozco que en una materia tan seudo-científica como la economía y la sociología, eso es imposible; es más una cosa de modas pasajeras, ideologías y opiniones.
El pasado octubre del año pasado, Nassim Taleb publicó un artículo en el Financial Times, precisamente con el título que yo he plagiado para el de esta entrada, que, viendo lo que se cuece estas semanas, parecería que se hubiera escrito ayer. El original en inglés lo podéis encontrar aquí. Por mi parte, he decidido reproducirlo en castellano porque, como casi todo lo de
Taleb, no tiene desperdicio. Ahí va:
El último agosto (del año 2007), el Wall Street Journal publicó unas declaraciones de un economista financiero, Matthew Rothman, en las que manifestaba su sorpresa ante una cadena de eventos que experimentaron los mercados financieros y que “suceden una vez cada 10.000 años”. Una fotografía que acompaña el artículo revela que la edad de Rothman es mucho menor que 10.000 años, por lo que es razonable asumir que su asunción no está basada en su propia experiencia empírica sino más bien en algún modelo teórico que permite calcular el riesgo de los eventos poco comunes, o lo que él percibe como eventos poco comunes.
Las teorías que Rothman estaba utilizando para calcular las probabilidades de estos eventos eran métodos desarrollados por premios Nobel pertenecientes a lo que se conoce como Teoría Moderna de la Cartera (TMC), diseñada para calcular los riesgos de carteras financieras. Los métodos de la TMC han recibido varias veces el premio Sveriges Riksbank de Ciencias Económicas en memoria de Alfred Nobel. El premio fue creado y es mantenido por el banco central de Suecia y se suele confundir con los premios Nobel creados por Alfred Nobel hasta el punto de denominarlo equivocadamente “premio Nobel de Economía”.
La TMC calcula cosas tales como “sigmas”, “betas”, “ratios de Sharpe”, “correlación”, “valor en riesgo”, “carteras óptimas” y “modelo de fijación de precios de activos de capital” que son incompatibles con la posibilidad de esos eventos poco comunes que yo llamo “cisnes negros” (debido a su rareza dado que la mayoría de los cisnes son blancos). Así, el problema no es que el premio sólo sea un insulto a la ciencia, sino que ha puesto el sistema financiero en riesgo de estallidos.
Yo fui un corredor y un gestor de riesgos durante casi 20 años (antes de sentir la fatiga de la batalla). No hay ningún modo en que el conocimiento acumulado del riesgo en los mercados por mi y mis colegas pueda pasarse a la siguiente generación. Las escuelas de negocio bloquean la transferencia de este conocimiento práctico y nuestros trucos empíricos, de manera que el conocimiento muere con nosotros. Yendo de crisis en crisis, hemos aprendido que la TMC tiene la misma validez empírica y científica que pueda tener la astrología (y sin su estética), siendo estas lecciones ignoradas en lo que se enseña a los 150.000 estudiantes en escuelas de negocio de todo el mundo.
Los economistas académicos no son más interesados que otros profesionales. En realidad, deberíamos culpar a todos aquellos que viven en el mundo real y que les proporcionan los medios para que sean tomados en serio: a esos que tienen el premio Nobel.
En 1990, William Sharpe y Harry Markowitz recibieron el premio Nobel tres años después del estallido financiero de 1987, un evento que, como poco, destruyó por completo las ideas de los premiados acerca de la construcción de carteras. Aún más, el hundimiento de 1987 no fue ninguna excepción: el gran matemático y científico Benoît Mandelbrot mostró en los años 60 que estas variaciones salvajes juegan un rol acumulativo en los mercados –sólo son inesperados para los bobos de las teorías económicas.
Luego, en 1997, la Real Academia Sueca de las Ciencias concedió el premio a Robert Merton y Myron Scholes por su fórmula de fijación de precios de opciones. Yo (y otros muchos corredores) encontramos el premio ofensivo: mucha gente, como el matemático y corredor Ed Thorp, habían utilizado años antes un enfoque más realista a la fórmula. Lo que hicieron Merton y Scholes fue hacerla compatible con la teoría económica financiera, rederivándola asumiendo “cobertura dinámica”, un método que consiste en un ajuste continuo de las carteras mediante la compraventa de valores en respuesta a las variaciones de precio. La cobertura dinámica asume que no hay saltos –por lo que falla de forma miserable en todos los mercados y así lo hizo en 1987 (fallos que a los libros de texto no les gusta mencionar).
Más tarde, Robert Engle recibió el premio por “ARCH”, un método complicado para la predicción de la volatilidad cuyas predicciones no son mejores que las de otras reglas más simples –tuvo un éxito académico a pesar de que su rendimiento fue peor que el de las predicciones más simples que mis colegas y yo utilizábamos para ganarnos el pan.
El entorno de la economía financiera recuerda el de la medicina medieval, que rechazó la incorporación de las observaciones y experiencias de barberos y cirujanos plebeyos. La medicina solía matar más pacientes de los que salvaba –de la misma manera que la economía financiera pone en peligro el sistema creando más riesgo en vez de reducirlo. Pero, ¿cómo adquirió la economía financiera la apariencia de una ciencia? Desde luego, no mediante la experimentación (quizás el único verdadero científico que recibió el premio Nobel fue Daniel Kahneman, quien resulta ser un psicólogo en vez de un economista). Lo hizo ahogándonos en las matemáticas con “teoremas” abstractos. El libro del profesor Merton “Continuous Time Finance” contiene 339 ocurrencias de la palabra teorema (o equivalente). Un libro medio de física de la misma longitud tiene 25 ocurrencias. Así, mientras los modelos económicos, como se ha mostrado, apenas funcionan mejor que las figuraciones al azar o la intuición de un taxista, la física puede predecir un abanico amplio de fenómenos con una precisión de diez decimales.
Cada vez que he cuestionado estos métodos se me ha replicado de forma abrupta con que “ellos tienen el Nobel”, contra lo que me ha sido imposible discutir. Existen incluso asociaciones profesionales tales como la Asociación Internacional de Ingenieros Financieros que participan en el encubrimiento y promoción de esta seudo-ciencia entre las instituciones financieras. El conocimiento y la concienciación del riesgo que estamos acumulando de la crisis actual de las subprime y sus consecuencias no pasarán con toda seguridad a las escuelas de negocio. En la docena de crisis y experiencias previas no lo hizo. Irá agonizando con nosotros, a menos que desacreditemos ese absurdo premio Sveriges Riksbank de Ciencias Económicas en memoria de Alfred Nobel comúnmente llamado “Premio Nobel”.
El libro del profesor Merton “Continuous Time Finance” contiene 339 ocurrencias de la palabra teorema (o equivalente).
ResponderEliminarEs lo que podríamos denominar, luego de leer a Sokal, 'el síndrome Julia Kristeva', no en honor a su descubridora sino a una célebre afectada.
Me aventuro a proponer una posible cadena:
1) La física es terriblemente exitosa describiendo el universo.
2) La matemática es irrazonablemente efectiva describiendo/estructurando el lenguaje de la física
3) Ya que la física, hablando en lenguaje matemático es tan precisa, copiando su lenguaje obtendremos el mismo éxito y precisión... o al menos, lo parecerá y con el bono o el premio podremos asegurarnos el retiro.
Y, total, que después me vengan a buscar para que devuelva el bono.
Bueno, en defensa de Merton, su libro y los otros nobeles que cita Taleb en su artículo, yo no diría que son unos impostores en el sentido de la crítica de Sokal. Desde luego que el tratamiento matemático que utilizan es riguroso y en todo momento saben lo que se hacen -de hecho algunos de estos "economistas" vienen en realidad de campos como el de las matemáticas y la física-. El problema radica más bien en las hipótesis de partida: racionalidad del ser humano, optimización, hipótesis del mercado eficiente y su consiguiente teoría del paseo aleatorio, la utilización de la distribución normal (quizás el más criticado por Taleb y a cuyo uso llama el Gran Fraude Intelectual), etc.
ResponderEliminarAsumidas esas hipótesis, construyen un edificio de una forma rigurosa que nada tiene que envidiar a otras construcciones teóricas de la ciencia propiamente dicha. El problema es que los "experimentos" se empeñan en rechazar sus predicciones, por lo que hemos de pensar que el punto de partida no es correcto. Será una casa muy bonita, pero construida sobre arenas movedizas. De hecho, ya prácticamente todos los investigadores en economía financiera estarían de acuerdo en que esos resultados no son más que aproximaciones y están trabajando en nuevas soluciones que contemplan la complexidad del sistema financiero -de hecho hay una nueva disciplina muy reciente, la econofísica, que se ocupa de ello-. Eso no quita que Taleb, como un empirista escéptico a la Hume que es, opine que el conocimiento es una quimera y los mercados siempre serán impredecibles, ámbito en el que, dada la imposibilidad de efectuar experimentos controlados y repetibles, no tiene cabida la aplicación del método científico y yo estaría de acuerdo en que poco se puede hacer aplicando ecuaciones de la física en esos contextos.
Donde comienzo ha discrepar con Taleb (para que todo no sea alabarlo) es cuando se pone Humiano radical e intenta extrapolar, aunque muy tímidamente, su escepticismo al conocimiento científico. Utilizando sus lugares Mediocristán y Extremistán, diría que sí, que los mercados financieros habitan en Extremistán, pero la naturaleza y sus leyes habitan, para fortuna de los científicos, en Mediocristán; la naturaleza se deja abrazar por el conocimiento. Pero creo que si sigo, lo único que voy a comenzar a crear es confusión, por lo que lo dejo y ya haré una incursión por estos lares en alguna entrada -a costa de espantar a algunos de los lectores del blog ;-)
Para finalizar donde comenzaba, digamos que aunque los economistas objetivo de la cruzada de Taleb y los filósofos posmodernos basen sus construcciones en arenas movedizas, los economistas suelen utilizar buenos materiales (aunque al final de poco les sirvan) y los posmodernos cuatro palos y un guijarro puestos de mala manera.
Aprovecho para comentar otra situación que describe Taleb en su artículo: Cada vez que he cuestionado estos métodos se me ha replicado de forma abrupta con que “ellos tienen el Nobel”. Es el síntoma claro de algo huele a podrido en esa disciplina. En una verdadera ciencia, la autoridad no la tiene una persona ni lo que diga, sino la naturaleza a través de sus manifestaciones; como no podría ser de otra manera.
ResponderEliminarEn física, por ejemplo, a nadie se le ocurriría decir que los quarks existen por que lo dice Murray Gell-Mann que tiene un premio Nobel de física, y mucho menos utilizarlo como argumento para convencer a otro (esto último sólo produciría las carcajadas del otro o la compasión en el mejor de los casos). En realidad, se produce el efecto contrario, a Gell-Mann le dieron el Nobel precisamente porque la Naturaleza dio su veredicto ineludible al permitirnos ver unas partículas cuya existencia había predicho Gell-Mann que deberían existir para que una teoría en ciernes pudiera dar cuenta de otros hechos ya observados y que había que encajar. Si no se hubieran observado experimentalmente, hubiera sido un signo de que la teoría en ciernes no era correcta y habría que buscar otros caminos, por mucho que Gell-Mann, u otro que ya contara con un Nobel, se empeñara en lo contrario.
Lamentablemente, fuera de los campos científicos es muy frecuente encontrase con esos argumentos "ad verecundiam", como por ejemplo en la empresa -quizás es por eso que es donde nos encontramos con mayor número de gurú por metro cuadrado.
Antes de meterme en la obra de un autor, suelo mirar antes su biografía en Wikipedia. Si miran ustedes el anticipo sobre Deirdre McCloskey, encontrarán la siguiente referencia:
ResponderEliminar"Los progresos de la ciencia económica se han visto seriamente dañados. No se puede creer todo lo que sale. Ni una palabra. Resulta absurdo, pero las futuras generaciones de economistas tendrán que hacer todo de nuevo. La mayor parte de lo que parece en las mejores revistas de economía es basura poco científica. Creo que es indeciblemente triste. Todos mis amigos (...) en economía han perdido su tiempo (...); ellos carecen de valor para la ciencia.
El físico Richard Feynman llamó esas actividades 'culto de la carga en Ciencias' .... En 'El culto de la carga' significa que parecía ciencia todo lo que había de duro en matemáticas y estadística, muchas palabras complejas, pero lo real para la ciencia, la investigación real del mundo, no se logra. Me temo que mi ciencia de la economía ha llegado a la misma conclusión."
(Deirdre McCloskey, The Secret Sins of Economics (2002), 41, 55f)
http://en.wikipedia.org/wiki/Deirdre_McCloskey
Es cierto. Tal vez no sean comparables con quienes utilizan la matemática en forma espurea sin tener idea de que se trata.
ResponderEliminarPero si alguien, particularmente formado en ciencias (me niego a llamarlas 'duras' porque eso implicaría la existencia de ciencias blandas) propone una teoría infalsable o, peor, que se contradice con las observaciones está siendo deshonesto intelectualmente.
No lo extendería hacia las ciencias naturales, pero no tengo problemas en pensar que los mercados son intrinsecamente impredecibles. Has leído 'Shadows of the mind' de Penrose?. Él hace unos argumentos apoyando la idea de que nuestros procesos mentales no son computables. Pienso que si Penrose tuviera razón, dado que los mercados son emergencias de nuestros procesos mentales, tampoco serían computables (ni predecibles)
Me ha encantado ver como alguien ha sido capaz de poner en buena prosa una idea que me ha rondado desde hacia tiempo:
ResponderEliminarLos pronósticos de los analistas económicos son como los de Rapell: solo acierta en predecir el pasado.
No es raro que una teoría científica se ajuste bien a los sucesos conocidos, pero falle en las predicciones. Entonces la teoría es desechado, pues se ha comprobado su invalidez.
Ya que se ha mencionado a Mandelbrot (padre de los fractales y la teoría del caos)hay que añadir que la física clásica es extraordinariamente precisa cuando trabaja en sistemas lineales, pero las cosas cambian mucho al entrar en sistemas de caos (y la economía lo es).
Me explico. Un sistema lineal es aquel donde una variación pequeña de las condiciones iniciales desemboca en una variación pequeñas de las condiciones finales. Por ejemplo, si al apuntar un cañón yerro ligeramente el ángulo de tiro, el obús no acertará en el objetivo, pero caerá cerca de el.
En un sistema de caos, por el contrario, una variación minúscula de las condiciones iniciales puede llevar a cambios catastróficos en las condiciones finales. Siguiendo con nuestro ejemplo, el obús no acierta en el nido de los peligrosos taliban, que eran nuestro objetivo, sino en casa del vecino de al lado. A resultas de ese pequeño error unas personas viven, hacen cosas con pequeñas o grandes implicaciones mundiales, mientras que otras no verán nacer a sus nietos que, miran por donde, iban a inventar la solución para el cambio climático o engendrar al siguiente Bush de la historia.
Lo más duro es que los sistemas de caos no son en absoluto aleatorios, y tienen pautas que no son absolutamente impredecibles. Su problema es que la cantidad de valores iniciales que permitirían tratarlo como lineales no es finita...
Ya hay teóricas de la economía trabajando en modelos fractales que intentan aplicar a la evolución de precios de materias primas y valores de bolsa. Pero el asunto del cálculo fractal es todo un mundo y, como dijo Ende, eso es otra historia.
Por cierto, ¿vuestros proyectos se parecen más a los sistemas lineales, o los de caos...?
Manuel, gracias por darme a conocer a McCloskey. Aunque no es el único. A continuación cito un extracto del discurso de Friedrich A. Hayek en la ceremonia de entrega de su "premio Nobel en Economía" de 1974, titulado "la pretensión de conocimiento". Otro ejemplo de cómo no parece haber pasado el tiempo desde entonces:
ResponderEliminar""La ocasión que me brinda este momento tan particular, combinada con el gran problema práctico al que se enfrentan los economistas hoy en día, han hecho que la elección del tema de mi discurso sea casi inevitable. Por un lado, la aún reciente instauración del Premio Nobel en Economía marca un paso significativo en el proceso por el que, en opinión del gran público, se le ha concedido a la Economía parte de la dignidad y prestigio que posee la Física. Por otro lado, los economistas están en este momento llamados a decir cómo librar al mundo libre de la seria amenaza de una inflación acelerada que, debe ser admitido, ha sido provocada por políticas que la mayoría de economistas recomendaron e incluso instaron a los gobiernos a seguir. En este momento tenemos, de hecho, pocos motivos para el orgullo: como profesión lo hemos echado todo a perder.
Me parece que este fracaso de los economistas para trazar políticas más exitosas está íntimamente unido a su propensión a imitar tan de cerca como sea posible los procedimientos de las brillantes y exitosas Ciencias Físicas –un intento que en nuestro campo podría conducir a un completo error. Podríamos definir este enfoque como la actitud cientifista –una actitud que, como adelanté hace 30 años, “es decididamente acientífica en el sentido más puro de la palabra, dado que implica una aplicación mecánica y nada crítica de unos hábitos de pensamiento a otros campos distintos de aquellos en los que se formaron”. Hoy quiero comenzar explicando cómo algunos de los errores más graves de las políticas económicas recientes son una consecuencia directa de este error cientifista.
La teoría que ha estado guiando las políticas monetarias y financieras durante los últimos 30 años, y de la que afirmo que es en gran parte el producto de una concepción equivocada del propio método científico (...)
Esto me lleva a la cuestión fundamental. Al revés de lo que ocurre en la Física, en la Economía y otras disciplinas que se ocupan de fenómenos esencialmente complejos, los aspectos de los hechos que deben explicarse, y sobre los que podemos obtener datos cuantitativos, son necesariamente limitados y podrían no estar incluidos los más importantes. Mientras en las Ciencias Físicas se supone generalmente, quizás con razón, que todo factor importante que determine los hechos observados podrá ser observable y medible directamente, en el estudio de fenómenos tan complejos como el mercado, que depende de las acciones de muchos individuos, es muy improbable que puedan conocerse o medirse por completo todas las circunstancias que determinarán el resultado de un proceso, por razones que explicaré más tarde. Y, mientras que en las Ciencias Físicas el investigador es capaz de medir lo que considera importante de acuerdo con una teoría previa, en las ciencias sociales se trata a menudo como importante lo que resulte ser accesible a la medición. Esto se lleva en ocasiones hasta el punto de que se exige que las teorías se formulen en términos tales que se refieran sólo a magnitudes medibles.
Difícilmente podría negarse que dicha exigencia limita de forma arbitraria los hechos que podrían admitirse como causas posibles de los hechos que ocurren en el mundo real. Este punto de vista, que a menudo se acepta con cierta ingenuidad como algo requerido por el procedimiento científico, tiene algunas consecuencias bastante paradójicas. Por supuesto que sabemos de muchos hechos referentes al mercado y estructuras sociales similares que no pueden medirse y sobre los que, de hecho, apenas tenemos alguna información muy imprecisa y general. Y, dado que los efectos de estos hechos no se pueden confirmar con pruebas cuantitativas en cualquier caso particular, se descartan simplemente por quienes se han comprometido a admitir sólo lo que consideran como pruebas científicas; luego proceden alegremente con la ficción de que los factores que pueden medir son los únicos importantes.""
Improbable, la verdad es que es un tema espinoso (aunque no lo debería, quizás no sea más que uno de los innumerables indicios del declive de la ciencia en Occidente). Si lo piensas fríamente, no es más que un despropósito porque, en el fondo, si fallan las premisas, cualquier cosa que hagas a partir de ahí es un sinsentido por muy lógico y razonado que sea el proceso, y continuar a sabiendas es fallar al rigor científico. Pero está tan enraizado que ya parece hasta normal. Hay profesores y catedráticos en universidades que se supone de prestigio, titulaciones y posgrados universitarios, etc. Algunos con caras como adoquines y otros con tratamientos cosméticos. Y si comienzas a tirar de la manta...
ResponderEliminarCésar: bueno, los hechos están ahí (por mucho que les pese a los posmodernos). Sí, la verdad es que se ha avanzado en el tratamiento de los mercados como un sistema complejo no lineal y se trabaja (en econofísica) en modelos que se supone deberían ser más aproximados o realistas. Pero, ¿hasta qué punto no es prologar la agonía en pos de una quimera? Pues esos modelos, por más avanzados que sean, no dejan de ser postdictivos, o narrativos como dice Taleb. Y eso entraña el peligro de convertirnos a todos en el pavo que la víspera de un día de Navidad, después de un largo historial que confirma que cada día es alimentado por sus bondadosos dueños, es sacrificado de forma repentina y, según su modelo económico, contra todo pronóstico.