19 enero 2009

Hombres del renacimiento


No creo que pueda existir hoy en día un perfil profesional mejor cualificado y preparado para intentar enfrentarse con ciertas garantías de éxito a los retos que se ciernen sobre el horizonte próximo de cualquier organización –incluso de cualquier propósito humano- que el de Director de Proyecto. Aunque tampoco creo que nunca haya sido de otra manera, actualmente vuelve a ser patente la necesidad de enfoques más pluridisciplinares, visiones más poliédricas y organizaciones más transversales en la gestión, frente a las filosofías más tradicionales basadas en la especialización funcional, visiones unidimensionales únicas e inmutables y el constreñimiento jerárquico; precisamente estos últimos, lugares habituales por los que transita la Dirección de Operaciones.

Hace unas semanas hablaba en un foro sobre lo que considero que es el gran drama de la Dirección de Proyectos, a saber, la perniciosa influencia que la alargada sombra de la Dirección de Operaciones ejerce sobre la primera –tema que ya he tratado aquí, acá, allá, más acá y más allá, y que suelo resumir con aquello de que todo el mundo gestiona proyectos y muy pocos gestionan por proyectos-. En realidad, la Dirección de Proyectos es un nuevo sistema de gestión para las organizaciones, y así titulé la ponencia. La tesis esencial es que no debemos gestionar proyectos utilizando la Dirección de Operaciones –que es como se hace habitualmente- sino utilizando la Dirección de Proyectos. Pero algo más ocurrió ese día. El debate que propició esa ambición de diferenciación creo que acabó por asentar en mi mente un reconocimiento cuyos fragmentos habían venido orbitando en mi cabeza, fundiendo poco a poco sus trayectorias, desde hacía un tiempo. No sólo los proyectos se deben gestionar mediante Dirección de Proyectos, sino que las propias operaciones parece que están perdiendo poco a poco parte de las características que una vez las definieron:


  • Cada vez más reducen los productos y servicios su tiempo de vida, de manera que la continuidad de las operaciones se ve cada vez más fragmentada y la discontinuidad comienza a dominar el proceso. La propia función primordial de las operaciones como base para la continuidad del negocio parece evaporarse cuando es el propio negocio el que ya no es, en realidad eterno; ¿son algunas de las crisis que se han producido en algunos sectores consecuencias sintomáticas de nuestra incapacidad de reconocer que las operaciones que las sustentan no son en realidad continuas?

  • Cada vez los productos y servicios poseen mayor diferenciación, habiendo mayor variedad de cada uno de ellos con pequeñas diferencias entre los mismos. Este hecho, unido al anterior, hace que la producción masiva, que tradicionalmente ha encumbrado el mundo de las operaciones a sus más altas cotas, comience a ser algo del pasado. A ello quizás también esté comenzando a contribuir el hecho de que se esté pasando de una economía de la escasez a una economía de la abundancia, como postula Chris Anderson en su libro “La Economía Long Tail” –leer aquí en castellano el artículo original que motivó el libro-, en la que el consumidor ya no se conforma en adquirir entre un espectro reducido, y uniforme para todo el mundo, de productos, sino entre un espectro mucho mayor donde encuentra el producto que le satisface a él, y probablemente sólo a él.

  • Cada vez es más difusa la frontera que separa las diferentes líneas de especialización funcional que intervienen de forma transversal en un producto o servicio, haciendo aflorar su verdadera interdependencia y su nivel de intrincación. El expertise abandona su papel preponderante en la gestión cediendo el testigo a lo pluridisciplinar.

  • Cada vez es más importante centrar el esfuerzo hacia el resultado final que es el producto o servicio que quiere su cliente, y no dividirlo entre las diferentes partes que lo conforman, especialización funcional, tecnología y recursos, como si estos fueran un fin en sí mismo.

Todo ello hace que la función de la gestión deba poseer un enfoque generalista antes que analista, un estilo facilitador antes que experto, una responsabilidad de los resultados antes que de la tecnología y recursos. Justamente las de un Director de Proyecto. Porque los directores de proyecto son los hombres del Renacimiento en la actualidad. Son las farolas que pueden iluminar la oscuridad en esta barbarie de la especialización en la que ha caído el mundo de la gestión.