Hoy, y bastante a mi pesar, no voy a tener que pagar una ronda de cañas. La razón es que la selección española de fútbol perdió anoche ante la francesa en el cruce de octavos de final del mundial de fútbol que se disputa en Alemania. Quizás una ronda de cañas no sea un motivo suficiente para hacer esa separación entre el corazón y la cabeza. Un proyecto sí. O debería. Y me explico, ¿qué me decía la cabeza para apostar por la eliminación de nuestra selección?: simple y llanamente lo que dicen las estadísticas. España nunca ha ganado un partido de octavos de final en adelante, de un mundial, cuando se ha enfrentado con una selección de las que históricamente se han caracterizado por cumplir regularmente en estos partidos finales y/o llegan a semifinales y/o se alzan con el campeonato, como por ejemplo Francia. Este hecho no hace, evidentemente, que sea imposible ganarles, de hecho alguna vez lo ha conseguido en partidos de otras características como los amistosos. Pero no estoy hablando de certidumbre sino de la falta de ella, y en este caso no era imposible ganar aunque sí poco probable, dados los resultados acumulados a lo largo de la historia.
A todo aquél que se escandalice por tan frío análisis, que se pasee por una línea de montaje o producción de cualquier producto, digamos varillas de un metro de longitud por poner un ejemplo simple pero potente. Los operarios saben desde los albores de la industria que no todas las piezas producidas miden lo mismo –de hecho ninguna mide exactamente un metro. No hay ninguna ley que lo diga, simplemente es así aquí y en Katmandú, hoy o pasados más de mil años como canta el bolero –por cierto, lo mismo podemos decir de la duración de una actividad concreta de un proyecto. Lo que han aprendido los ingenieros a fuerza de humilde realidad es que a lo máximo a que pueden aspirar es a tener el proceso de fabricación de varillas bajo lo que se llama control estadístico. Y esto significa algo así como asegurar que 95 de cada 100 varillas producidas no miden más o menos de un milímetro de la longitud establecida, que es un metro. De fijar y asegurar esos límites se encargan precisamente los controles de calidad. Pero, ¿hay alguna explicación a esa variación? ¿Acaso funcionan mal las máquinas de producción? No es eso, simplemente ocurre que, en la práctica, la precisión infinita no existe. Consideremos el lanzamiento de una moneda. No podemos saber con certeza si va a salir “cara”, lo máximo a que podemos aspirar es a asignarle una probabilidad del 50%. En realidad, si pudiéramos determinar con exactitud la altura desde la que se lanza, su peso, la temperatura del aire en todo momento de su trayectoria, que rotación se le imprime, la dirección y velocidad del viento, sus irregularidades y las turbulencias que se van a crear a su alrededor, y así una lista de factores que se podría hacer eterna, si pudiéramos hacer todo esto, digo, entonces sí podríamos determinar con certeza el resultado. Esto para una moneda, imaginemos una línea de montaje o la duración de un proyecto. Afortunadamente, la estadística funciona muy bien en estos casos.
En nuestro símil futbolístico ocurre algo parecido. ¿Por qué ha perdido nuestra selección? Si reunimos a un grupo de expertos, tendríamos encima de la mesa una serie de posibles razones: juventud, inexperiencia, miedo, cohesión del equipo, era una mala fecha, había mucha humedad en el campo, etc. En realidad, y que no se me cabreen los expertos (el pragmatismo es una buena filosofía en estos casos), no necesitaba de ninguna de estas dudosas teorías para realizar mi apuesta. Habiendo estadísticas, con ello me bastaba para tomar una buena decisión a la hora de invertir unos eurillos en una apuesta. Al menos en los proyectos, donde nos jugamos mucho más que unas simples birrillas, debería ser así. Aprovecho la coyuntura para lanzar una nota para navegantes a los castigadores de errores, un perfil que abunda en nuestro país. ¿Habría tomado una mala decisión si hubiera perdido la apuesta? Un sistema para la toma de decisiones mal sistema es si depende del resultado final. Quizás el hecho de situarnos en qué terreno nos movemos nos ayude a deshacer el entuerto. El contexto es la falta de certidumbre, no podemos saber con certeza el resultado, si lo supiéramos no habría ninguna decisión posible. La decisión era buena porque el resultado, aunque no imposible (eso sería certidumbre y, por tanto, no hay apuesta que valga) era bastante improbable. No se puede castigar a alguien sólo por eso, es el camino más recto que hay hacia el estancamiento y la mediocridad.
Por último, no puedo evitar hacer un comentario respecto a una frase muy popular, muy manida en estas situaciones como contraejemplo, y que muy bien pudiera haber sido un titular de prensa en caso de haber ganado España. Me refiero a “las estadísticas están para romperlas”. Pues, en realidad, no es correcta en el sentido que generalmente se le atribuye, ya que confunde imposible con poco probable. Cuando sucede un hecho poco probable no se ha roto la estadística sino todo lo contrario: se ha dado uno de los casos posibles. Lo que ocurrirá es que, dada su baja probabilidad, se repetirá muy pocas veces.
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