15 marzo 2010

Manifiesto por la enseñanza de la calcopirita

Uno de nuestros insignes científicos, el fallecido hace menos de dos años Francisco J. Ynduráin, cuenta en su altamente recomendable, aunque lamentablemente descatalogado, libro ¿Quién anda ahí? que en 1492 se inauguró en España una larga época de desprecio de nuestros gobernantes hacia la ciencia. El instructivo hecho en cuestión tuvo que ver con la siguiente historia. Cuando Cristóbal Colón presentó sus ideas de viajar a la India por el camino de Occidente, evitando las rutas orientales monopolizadas por portugueses y turcos, la reina Isabel la Católica consultó a expertos de la Universidad de Salamanca, entonces uno de los centros mundiales del saber geográfico y cartográfico. Los muy competentes científicos de esta universidad recomendaron a la reina que no hiciese caso al genovés: los cálculos en que éste basaba sus previsiones de viaje eran totalmente equivocados, y el recorrido a la India por Occidente era tres veces más largo de lo que Colón pretendía. En ese acto de desprecio mencionado, la reina no hizo caso del asesoramiento de los sabios salmantinos y financió el viaje. El resultado es sobradamente conocido y, por supuesto, los expertos salmantinos tenían toda la razón. Lo que salvó la expedición de haber acabado en un acto suicida olvidado por la historia es que, en realidad, se convirtiera en un inesperado cisne negro positivo para la corona. Una oportunidad que, por desgracia, nunca se supo aprovechar.

No sé si cuando Ynduráin se refería a una larga época, tenía en mente que había finalizado o no, pero los siempre actuales debates sobre los insuficientes presupuestos de I+D, la reciente manifestación, o lo que un servidor ha podido constatar por su experiencia profesional en este campo, me llevan a concluir que esa larga época todavía no ha concluido y, por lo que lamentablemente se puede observar, no va a finalizar ni tan siquiera en el medio plazo.

Toda esta diatriba es una consecuencia de la entrada anterior. Porque detrás del problema sobre el que se ironiza –a saber, la necesidad de conocimientos financieros en la sociedad- se observa, entre otras cosas, el profundo desprecio que, no sólo nuestros gobernantes, sino gran parte de nuestra sociedad, incluido parte del mundo académico no científico – y aquí incluyo una parte del pensamiento establecido en las autodenominadas ciencias económicas, sociales y políticas-, siente por la ciencia en general y por la actividad científica en particular.

En realidad sí que creo en la necesidad de incluir conocimientos básicos y honestos de finanzas en los currículos educativos; a lo largo de nuestra vida vamos a tomar decisiones en dicha materia y conocer su funcionamiento va a ayudar, si en realidad lo queremos, a tomar mejores decisiones. Pero considero que es un gravísimo error hacerlo a costa de despreciar otros conocimientos que, como poco, son igualmente necesarios. Me refiero a los conocimientos científicos. Porque es probable que muchos alumnos de secundaria y bachilleres nunca vuelvan a toparse con la calcopirita, mientras que sí abrirán una cuenta en el banco, pero sí que le iría mejor a esta sociedad conocer cosas como el dióxido de carbono, que no es un mineral de cobre como la calcopirita sino un gas poco reactivo gracias al cual estamos aquí, pero que también podría hacer que dejáramos de estar aquí. En la actualidad existe un mercado para el intercambio de emisiones de dióxido de carbono cuyo funcionamiento se rige por mecanismos similares a los utilizados por los mercados financieros. Seguro que conocer qué es eso del “ceodos”, y su ciclo de vida, es tan importante o más que conocer el funcionamiento del mercado para tomar decisiones.

Pero… Esperad un momento… Resulta que la calcopirita también tiene repercusiones económicas, sociales y políticas bestiales –y no me quedo corto con lo de bestia como vemos ahora enseguida. La calcopirita es una fuente minera para obtener cobre. El mundo actual dejaría de existir tal y como lo conocemos si dejara de existir el cobre. Adiós a las transacciones bancarias y la compraventa de acciones. El cobre es tan importante que hasta se compra y se vende como las acciones de una empresa o las divisas, con los mismos mecanismos. El cobre ha llegado hasta ser el catalizador de un golpe de estado y el establecimiento un una brutal dictadura militar. Vaya con la calcopirita, puede llegar a afectar nuestras vidas, a pesar de que parecía que nunca nos íbamos a topar con ella.

Sin embargo, el conocimiento científico tiene una faceta mucho más importante que la presente en los dos ejemplos anteriores. La sociedad actual se enfrenta a problemas para cuya resolución son necesarios los conocimientos científicos, así como para tomar buenas decisiones. Y mucho me temo que la mayor parte de los que toman las decisiones adolecen, en el mejor de los casos, de dicho conocimiento. Digo en el mejor de los casos, porque, como decía al principio, la actitud puede llegar a ser de desprecio. Debates actuales, estériles y circulares, como los de la cuestión energética, la energía nuclear, el efecto invernadero, etc., estarían posiblemente resueltos si no estuvieran liderados por políticos, periodistas e intelectuales con un alto grado de analfabetismo científico y, a veces, opiniones interesadas. En definitiva, la ciencia trata del funcionamiento de la naturaleza, de la que formamos parte, por lo que es crucial comprender su funcionamiento. Después de todo, la ciencia intenta aprehender las regularidades que se observan en la naturaleza, siendo sus leyes universales descubiertas, no inventadas. En cambio, la fórmula del interés compuesto no es más que el resultado de un consenso arbitrario humano. De hecho, podría haber diferentes tipos de economía y realmente las ha habido. De entre todos los premios Nobel de Economía que ha habido, encontraremos casi tantas descripciones diferentes de un mismo hecho como nobeles ha habido. Sin embargo, todas las descripciones realizadas por los nobeles de las disciplinas científicas siguen actualmente vigentes, a pesar de que su trayectoria es mucho más dilatada y se remonta a los albores del siglo XX. Y no es porque unos sean más listos y otros más tontos, no se trata de eso y, de hecho, no lo es en absoluto. La diferencia radica en que la ciencia trata de hechos naturales objetivamente juzgados por la imparcial naturaleza. Sin embargo las teorías económicas son modas subjetivas producto de una época o una ideología. Una muestra clara de la universalidad de la ciencia es que, aunque debe haber muchos nobeles de economía que no se estudien en China, sí que estudian a los científicos como Feynman, Dirac, Einstein e, incluso, a Newton –éste último para desdicha de los discípulos de Thomas Khun y demás posmodernos y relativistas, que creen que la gravitación newtoniana es un paradigma obsoleto y superado, y que, sin embargo, es utilizada por China para poner sus satélites en órbita.

Pero recuperemos el hilo inicial de esta entrada. Decía hace cuatro párrafos que la motivación de esta entrada era la anterior. Y, aunque hace tres párrafos aclaraba que no se trataba de negar la necesidad de formación en finanzas, llegamos finalmente al eje central de la discusión. ¿Quién va a formar en finanzas? La respuesta a esta pregunta asusta. Porque claro, si los que se supone que son los expertos en finanzas son, para ser benévolo, los que han venido haciendo el más espantoso ridículo durante estos últimos dos años… Virgencita, virgencita, que me quede como estoy. Y es que el tema es de alto riesgo: aquí, aquí, aquí, aquí y aquí. Porque a ver qué se enseña, no sea que se materialice alguna de las más oscuras pesadillas de Taleb: “La formación hace al inteligente ligeramente más inteligente, pero al tonto lo hace enormemente más peligroso”.

13 marzo 2010

Papi, papi, en el cole me van a enseñar cómo se hace para hundir la economía

Si alguien pensaba que el tornillo de la economía se había quedado sin rosca, ahí va una vuelta de tuerca más: media vueltecita por aquí, media vueltecita por allá. Et voilà, no sabemos de finanzas.

La duda me corroe: ¿quién nos va a enseñar?

21 noviembre 2009

Sobre relatividad, oportunismo y saturación

Después de que hace 14 meses una avería abortara el experimento de mayor escala de la historia de la humanidad, ayer por la tarde el acelerador de protones del CERN pudo por fin volver a funcionar. A pesar de que el hecho es idéntico al de septiembre del año pasado, ambos sucesos presentan una gran diferencia desde el punto de vista mediático: el año pasado tuvo una gran repercusión que fue animando el ambiente desde meses antes del inicio del experimento –que, por cierto, nunca llego a materializarse- debido al falso, aunque muy goloso para los vende-alfombras, pronóstico de que el experimento podría destruir el universo conocido –desde luego, hay individuos a los que se les debería restringir el visionado de ciertas películas-. Y es que este año, la reanudación del experimento ha pasado prácticamente desapercibida, lo que no está nada mal.

Quizás el absurdo fenómeno de la gripe A o, ahora que han comprobado que el bulo ha causado menos efecto que la vigésimo-segunda parte de Viernes 13 o un tejano con camisa gastada y deshilachada de franela a cuadros armado con una moto-sierra, la nueva y preocupante mutación del ínclito virus a lo patrulla X le hayan robado el protagonismo. Aunque creo que es más probable que se deba a una renovación en el tipo de castigo que nos espera, un castigo que se hace de esperar más que Godot. Y es que a los judeo-cristianos nos va la marcha. Eso sí, hay que darle un toque de innovación. Porque ahora es lo que está de moda.

Y digo yo que el acojone de hace 14 años debería seguir vigente, al menos para los acojonadizos, porque entonces el experimento nunca llegó a consumarse por causa de la avería y este año, si no hay un nuevo percance, sí. La semana que viene. Así que si tenía pensado vacunarse, hágalo antes de que a los chalaos del CERN les dé por jugar al billar con protones y antiprotones. ¿Lo sabrá la patrulla gripal X?

27 octubre 2009

Gestión de la Incertidumbre, ¿una nueva área de conocimiento? (1)

“Su índice el fallo escribe: si tu piedad impetra,
si tu ingenio excogita, si tu fe intercede
por borrar una línea, tu voz nunca penetra;
ni tus lágrimas juntas lavarán una letra.”

Rubaiyat, Omar Khayyam


Primera parte: de la incompetencia inconsciente


A lo largo de estos largos cuatro años de blog se me ha preguntado bastante sobre la incertidumbre, sobretodo solicitando dónde se puede encontrar información sobre “incertidumbre”, concretamente en el contexto de los proyectos –no en balde, pues no cabe duda que la incertidumbre es uno de esos misteriosos personajes ocultos tras la penumbra de la próxima esquina que claramente acechan de manera no menos misteriosa en los proyectos-. Y, la verdad, es que lo primero que se me viene a la cabeza es coger una guitarra que nunca he podido afinar y emular a Manolo Tena y desentonar su “y yo no sé que contestar”. Bueno, en realidad, así como tal, como un tema en sí, no existe. Más que una guitarra desafinada, ni tan siquiera hay guitarra. Quién sabe si en la edición 69 del PMBOK –ahora acabamos de estrenar la cuarta-, en un futuro no se sabe cuán próximo o lejano, el capítulo 13 –buen número para tan escurridizo asunto, jeje- contenga la décima área de conocimiento, a saber, Gestión de la Incertidumbre.

Pero la verdadera verdad de la buena, es que sí que puedo dar información. Existen cosas muy interesantes ahí fuera sobre el tema sin necesidad de recurrir al agente Mulder; excepto que se encuentran dispersas formando parte de diferentes disciplinas, como pueden ser la psicología, la neurología, la biología, la filosofía, la economía, las matemáticas e, incluso, la literatura. Aunque a la incertidumbre se la conoce sobretodo experimentando la vida, viviéndola, exponiéndose a ella, aprendiendo de ella, sufriendo y/o disfrutando de algunos revolcones con ella. Todo esto que he dicho puede parecer muy pluridisciplinar y fenomenológico, pero es que un director de proyecto que se precie es un verdadero hombre del Renacimiento.

Como, hasta donde llega mi conocimiento, no he visto ningún tratamiento unificado de la incertidumbre en el contexto de los proyectos –concretamente en la línea donde confluirían los estudios de las materias que he citado anteriormente- y, además, se me suele preguntar por ello, he decidido afrontar yo mismo el reto en esta serie indefinida de entradas, a pesar de que un primer pronóstico augure un resultado bastante incierto.

Antes de entrar en cualquier discusión acerca de tan escurridizo concepto, deberíamos hacer un esfuerzo por definirlo o, al menos, acotarlo. Para ello voy a enunciar la que considero que es la mejor definición operativa de incertidumbre que, por cierto, no es nada nueva y que se debe a G. L. S. Shackle:

Incertidumbre es anticonocimiento

Y para ilustrarlo voy a valerme de la magistral metáfora que utiliza Nassim N. Taleb en su libro El cisne negro. Cuenta Taleb que Umberto Eco clasifica a los visitantes de su biblioteca personal de más de 30.000 libros en base a dos categorías: aquellos, la gran mayoría, que se quedan impresionados ante el tamaño de su biblioteca y le preguntan cuántos de esos libros ha leído; y esa pequeña minoría que ha captado la verdadera utilidad de la biblioteca como una herramienta de investigación y no como una extensión del ego. Porque, en realidad, los libros ya leídos son menos valiosos que los que quedan por leer y, cuanto mayor es el conocimiento adquirido a través de los libros que hemos leído, mayor debería ser el número de libros no leídos de nuestra biblioteca. Por el contrario, solemos tender a tratar el conocimiento como una propiedad personal que protegemos y defendemos a toda costa, como algo que nos permite escalar puestos en los diferentes niveles de nuestras sociedades, mientras ignoramos, subestimamos en el mejor de los casos, los drásticos efectos que pueden producir todas aquellas sorpresas que se encuentran ocultas en todos los libros no leídos. Nos tomamos el conocimiento demasiado en serio; como poco, mucho más en serio que el anticonocimiento, y esto nos deja en una situación muy desfavorable ante lo desconocido, a merced de la incertidumbre.

Una consecuencia muy importante de esta definición es que el riesgo no es incertidumbre. Que no sepamos en qué medida un hecho concreto y conocido, como por ejemplo que un proveedor no haga cierta entrega crítica a tiempo, pueda o no suceder en un futuro no significa que dejemos, por ello, de tener un conocimiento acerca del hecho ni de sus consecuencias en caso de hacerse una realidad. Resultados inciertos son aquellos que llegan a ocurrir sin haber tenido, ni tan siquiera, un atisbo de conocimiento acerca de su mera existencia. Para los riesgos, existe una disciplina muy bien conocida que es la Gestión de Riesgos; para la incertidumbre, en cambio, sólo podemos esperar a la salida del sol por Antequera.

Se suele vender la Gestión de Riesgos como una panacea, pero creo que no pecaría de atrevimiento temerario si afirmara que es un silencio a gritos entre la mayoría de los directores de proyecto que, en el fondo, no acaba de resolver su problema frente a la incertidumbre. Porque, en realidad, la Gestión de Riesgos nunca ha dejado de aferrarse a lo conocido. En el peor de los casos, la Gestión de Riesgos puede llegar a extrapolar el conocimiento a esa región oscura que aún le está vetada, ejercicio que puede resultar peligroso y desastroso cuando sólo conduce a falsas y erradas ilusiones.

Todos los viajes a lo desconocido son inciertos, y son viajes que deben ser realizados sin alforjas porque en la mayoría de los casos sólo son un lastre en ese viaje, unas gafas opacas que nos impiden ver con claridad el paisaje ignoto que se nos va descubriendo a medida que avanzamos. Pueden parecer viajes poco agradables. Hasta peligrosos. Pero son los únicos que ensanchan las fronteras y conducen a grandes recompensas. Porque, como una vez dijo Richard Feynman, es “en la admisión de la ignorancia y de la incertidumbre hay una esperanza para el movimiento continuo de los seres humanos en alguna dirección que no esté confinada y permanentemente bloqueada, como ha sucedido tantas veces en diversos periodos de la historia del hombre”. Y como sucede en tantos proyectos.

Por cierto, curioso título el de esta entrada…

13 septiembre 2009

Not even wrong

Si hace poco menos de un año asistimos al patético intento de redención de Paul Samuelson, ahora le toca el turno a la reciente y tierna incorporación al club de los chicos del diploma. Me refiero a Paul Krugman, pseudo-Nobel de Economía en 2008. De Paul a Paul y tiro porque me toca. Y me refiero concretamente a este artículo suyo, titulado, nada más y nada menos, ¿Cómo pudieron equivocarse tanto los economistas? Hasta en esos intentos de contrición no dejan de lado su soberbia los de su profesión. ¿Equivocarse?

Cuentan que una vez le enseñaron a Wolfgang Pauli, premio Nobel de Física, un trabajo de cierto estudiante de física para que lo examinara y diera su opinión. La respuesta de Pauli se ha hecho famosa: “No está bien. Ni tan siquiera está mal”. Amigo Krugman, en realidad nunca tuvisteis la posibilidad de tan siquiera equivocaros, porque lo único que habéis estado haciendo todos estos años es dar palos al aire en una habitación oscura. Equivocarse, además, no tiene en ciencia esa connotación negativa que planea por todo el artículo. Equivocarse en ciencia es una cosa muy digna, su razón de ser y lo que la hace avanzar. Equivocarse es una necesidad. Podríamos decir que Michelson y Morley se equivocaron cuando intentaron medir la velocidad relativa con que se mueve la Tierra respecto del éter, porque no hallaron rastro de tal velocidad. En concreto, el error había estado en la propia hipótesis sobre la existencia el éter. Pero la hipótesis del éter era una hipótesis digna de ser incorrecta, porque se podía someter al juicio de la experiencia, podía ser correcta o incorrecta. No podemos decir lo mismo de la Teoría Moderna de la Cartera o, como dice Krugman en su artículo –prestado de Keynes-, las finanzas de casino, una calenturienta elucubración de una noche de verano totalmente desconectada de la posibilidad de ser contrastada de forma empírica. Como diría Pauli, ni tan siquiera es incorrecta. En realidad es un despropósito. Y si, a veces, parece que los resultados empíricos están de acuerdo con sus predicciones, y otras, las más, están en desacuerdo, no es porque sea correcta o incorrecta sino por pura casualidad. Ni lo hace tan bien ni tan mal, es que no tiene nada que ver. No confundamos churras con merinas, como pretende hacer Krugman.

Dentro de poco se darán a conocer los premios Nobel y el diploma del Sveriges Riksbank (o mal-llamado Nobel de Economía). Como cantaban los Golpes Bajos, corren "malos tiempos para la lírica", a ver con qué diplomado nos sorprenden este año.

No podía finalizar sin aprovecharme de este juego de palabras, jeje: ha tenido que venir Pauli a poner el punto sobre la i a los Paul.

03 agosto 2009

Deudas pendientes

A lo largo del compás de espera que ha transcurrido entre la penúltima y última entradas anteriores a esta, siempre he querido responder a alguno de los comentarios a la penúltima entrada. Aunque, debido a la necesidad de centrarme en las nuevas actividades empresariales que he ido emprendiendo durante los dos últimos años, o, siguiendo el consejo de Von Clausewitz de no dispersar las fuerzas en un ataque, bastante he tenido con responder a otros comentarios relacionados más con peticiones que con expresión de opiniones. No obstante, la motivación de responder ha perdurado, pues dichos comentarios abordan cuestiones que considero interesantes. Al final, y después del tiempo transcurrido, dichas respuestas se convierten en una entrada.

Respecto al comentario de “Parque de innovación empresarial”, no veo en el discurso de Taleb una afirmación de que los emprendedores nunca hayan asumido riesgos. Efectivamente, siempre lo han hecho, lo hacen y lo harán, porque el acto de emprender no es más que un sinónimo de asumir riesgos. Lo que entiendo en el discurso de Taleb es que durante el pasado reciente, a los emprendedores se les había unido la banca, por muy maquillada que fuera con el palabro “banca de inversión”, y él espera –desea, más bien- que, en un futuro próximo, la situación vuelva a ser aquella en la que sólo los emprendedores sean los que asumen los riesgos. La banca debería ser sólo el instrumento que pone los medios financieros necesarios para emprender proyectos de medio y largo plazo, porque, para poder emprenderlos, necesitamos poner sobre la mesa, a fecha de hoy, parte del dinero que generará dicho proyecto en un futuro. La verdadera riqueza, la que está sustentada en activos tangibles, es aquella que es generada por proyectos, proyectos empresariales en particular. Y la banca no debería ser más que el engrase que facilita el funcionamiento fluido de la maquinaria de los proyectos, y que, aunque también genere riqueza, no es más que una riqueza derivada de los proyectos a los que sirve. Todos hemos podido asistir a lo que ocurre cuando esto deja de ser así. Cuando Taleb dice que la banca no debería asumir riesgos, creo que viene a decir algo así como que con el combustible no se juega: puedo asumir riesgos con el vehículo al que hace ir, si lo pierdo siempre puedo construir otro disponiendo del combustible que lo hacer ir, pero si pierdo el propio combustible no habrá más vehículos. Si a este hecho añadimos que el cálculo de riesgos financieros está basado en pseudo-teorías sin ninguna confirmación experimental, más cercanas a la astrología que a la evidencia empírica contrastada, el resultado no es más que un cóctel peligroso que, tarde o temprano, acaba por estallarnos entre las manos.

En segundo lugar, es evidente que el emprendizaje, como una actividad no carente de riesgos y, no mencionado aún, hasta incierta – no es lo mismo riesgo que incertidumbre, pronto abordaré estos temas en este blog-, lleva inherente cierta tasa de fracasos. Y es en el reconocimiento de este hecho empírico en el que entiendo el sentido que quiere significar Taleb cuando dice que “sin que el hecho sea noticia”. Obviamente nadie emprende nada pensando en su fracaso, aunque en una muestra de actividades emprendedoras cabrá esperar cierto porcentaje de fracasos. El objetivo, pues, de cualquier mecanismo de fomento de actividades emprendedoras, más que asegurar el éxito de todas ellas, sería el de minimizar el porcentaje de fracasos y de reincorporar al circuito los fracasos, porque, en la mayoría de los casos, el éxito depende más del número de intentos y de la perseverancia. Es decir, tentar repetidamente a la suerte.

Por último, suscribo que el tamaño, en este caso el pequeño, sí puede llegar a importar. Hace unos meses, hablaba de lo que considero que es el drama de la Dirección de Proyectos (DP), a saber, su emancipación de la Dirección de Operaciones (DO), y acababa enumerando algunos hechos por los que consideraba que la DO debería incluso acabar siendo fagocitada por la DP. ¿Qué ocurre cuando aquello a lo que se dedica una gran corporación, y que es lo único que sabe hacer, deja de ser negocio? También hemos asistido recientemente a algunos ejemplos de este tipo. Y, aunque hayan coincidido en el tiempo con las secuelas de la crisis financiera, no creo que sea la única causa, si es que ha tenido alguna influencia. Para pequeñas organizaciones es más fácil, sin embargo, abandonar la actividad obsoleta en pos de otra más acorde con los nuevos tiempos. Todo ello siempre que no se caiga en la trampa de la especialización. Desde luego, pensar como un Director de Proyecto, como un hombre del Renacimiento, ayudará a enfrentarse al cambio.

01 agosto 2009

Disfrutando de las pruebas de un nuevo producto

Los proyectos tienen momentos burocráticos, etapas de despacho, peleas con proveedores, experimentación con la naturaleza humana, sustos e imprevistos y, cómo no, estimulante trabajo de campo al que no hay que renunciar de vez en cuando :-), sobretodo para certificar el éxito de unas pruebas...