03 octubre 2007

Una de órdagos, faroles y amenazas creíbles

Dicen que alguien con fama de apocado entra en su bar habitual y, con el ánimo de limpiar su triste fama, le dice al camarero de la barra en tono autoritario “¡Camarero, ponme una Coca-Cola! ¡O si no…!”, a lo que el camarero, un tipo malcarado con pinta de armario, replica “¡¡O si no qué!!”. El tipo con fama de apocado se empequeñece de repente, y con un tono ahora apenas audible le responde “O si no… una Pepsi-Cola”. No muy lejos de allí, un jefe de proyecto, harto de los retrasos en las entregas del principal proveedor de su proyecto mantenía la siguiente conversación:
- Como comprenderás, esto no puede seguir así. Con ésta, ya van siete veces que os habéis retrasado en la entrega de los materiales.
- Bueno, ya sabes que ahora estamos en un pico de trabajo y…
- Lo que tú quieras, pero aquí lo tenemos todo parado desde hace dos días. No me valen las excusas.
- Creo que mañana lo tendrás allí.
- ¡¿Crees?! Ya no me fío de vosotros. La última vez me tuviste así durante una semana.
- Ya, pero es que esa semana surgió un imprevisto que nos…
- Mira, si mañana no lo tengo te aseguro que cancelo todos los pedidos y me busco otro proveedor. ¡Y no te pago las facturas pendientes! –cuelga bruscamente.
El proveedor se queda pensando: “ya, pues a ver donde busca ahora otro proveedor”. De hecho, no hay otros proveedores.

Situaciones como la anterior ocurren varias veces a lo largo de un proyecto en cualquier nivel de interlocución: proveedores, clientes, dirección, equipo, patrocinadores, etc., y en cualquier dirección. Y cuan complicado es salir indemne de ellas. Ya que, a pesar de la aparente gravedad del ultimátum, siempre se puede esperar a que sea retirado en última instancia debido a que también tiene efectos negativos sobre quien lo lanza. Esto siempre que se asuma que ambos contendientes siguen procesos racionales en sus reflexiones sobre el problema. Desde un punto de vista racional, las amenazas de este tipo no son fácilmente creíbles. Si dejamos paso a las emociones, el escenario puede cambiar creando un riesgo de forma intencionada un riesgo reconocible por ambas partes que no se controla del todo, como nos muestra este diálogo que mantiene el detective Sam Spade con sus enemigos en “El halcón maltés”, gran ópera prima de John Huston:

KASPER: Si lo que ha dicho va en serio, lo menos que podemos hacer es tener la cortesía de escucharle hasta el final. Pero, ¿como puede asegurarnos que Wilmer no podrá hacernos ningún daño?
SPADE: Demostraré a Brian, el fiscal del distrito, que si se empeña en culparnos a todos se va a complicar la vida. Pero, no olvide que si detiene a Wilmer podrá obtener veredicto de culpabilidad muy fácilmente.
WILMER: Póngase de pie. Ya le he aguantado todo lo que puedo soportar. Le voy a matar.
SPADE: ¡El oeste salvaje! Será mejor que le diga que matarme antes de que tenga usted el halcón en sus manos será malo para el negocio.
KASPER: Calma Wilmer. No nos pongamos nerviosos, no deberías dar tanta importancia a estas cosas.
WILMER: ¡Que me deje en paz entonces!
KASPER: Tranquilo Wilmer. Su plan no me parece nada satisfactorio. Vamos a no hablar más de ello.
SPADE: De acuerdo. Tengo otra propuesta. Tal vez no sea tan buena como la primera pero es mejor que nada. ¿Está dispuesto a oírla?
KASPER: Con mucho gusto.
SPADE: Entrégueles a Cairo.
CAIRO: ¡Y por qué no entregarle a usted!, ¿eh?
SAPDE: Ustedes quieren el halcón, yo lo tengo. Una cabeza de turco es parte del precio que pido.
CAIRO: ¡Parece usted olvidar, señor Sapde, que no esta en posición de imponer ninguna condición!
KASPER: Vamos, vamos, señores, mantengamos la discusión en el plano amistoso. Pero, desde luego, tiene razón en lo que ha dicho el señor Cairo.
SPADE: Si me mata, ¿cómo va a conseguir el pájaro? Y si yo sé que no puede matarme, ¿cómo me va a asustar para que se lo dé?
KASPER: Hay otros métodos de persuasión además de matar, o amenazar con matar.
SPADE: Sí, eso es cierto. Pero ninguno de ellos sirve si no lo respalda una amenaza de muerte, ¿comprende? Si hace algo que no me gusta le pondré en la disyuntiva de matarme o dejarlo.
KASPER: Es una actitud que debe ser manejada con cuidado por ambas partes. Porque, como usted sabe, en el calor de la acción, el hombre puede olvidar sus propios intereses y dejarse llevar por sus emociones.
SPADE: Y mi estrategia consiste en que mi jugada sea lo bastante fuerte para atarle las manos, pero no lo bastante para que se enfurezca y me mate en contra de sus intereses.

Vemos como la amenaza de matar a Sam Spade con el fin de conseguir el pájaro –el halcón maltés– es poco creíble y bastante mojigata –típica de películas con guión poco trabajado– debido a que impide por sí misma el logro del objetivo para el que se supone que fue hecha: conseguir el pájaro. Sin embargo, la estrategia de dejar intencionadamente que la situación pueda irse de las manos podría hacerse intolerable para la otra parte, ganando credibilidad. Esta estrategia es la que Thomas Schelling –que por cierto compartió el Nobel de economía con nuestro recientemente conocido Robert Aumann– bautizó como “funambulismo estratégico”, que fue muy popular durante la política disuasoria nuclear de los EEUU durante la guerra fría. Precisamente durante esa época se pusieron de moda todos estos juegos estratégicos provenientes de la teoría de juegos. El problema de la disuasión nuclear y cómo hacerla creíble promovió que se vertieran ríos de tinta sobre el tema, que algunos se subieran al tren a Estocolmo y, cómo no, se iluminaran metros de película. Veamos un par de ejemplos muy representativos.

En “Ultimátum a la Tierra”, de Robert Wise, un representante de una civilización extraterrestre viene a nuestro planeta junto con un robot indestructible –autómata en la transcripción– para darnos la siguiente advertencia, que transcribo:

“Tenemos una organización para la mutua protección de todos los planetas, y para la completa eliminación de la agresión. Ésta basa su autoridad, desde luego, en una fuerza de policía que la protege. Para tal policía hemos creado una raza de autómatas. Su misión es patrullar por los planetas en naves como esta para salvaguardar la paz. En caso de agresión les hemos dado poder absoluto sobre nosotros, y este poder no puede revocarse. Al primer signo de violencia actúa automáticamente contra el agresor. El castigo para las provocaciones es demasiado terrible para arriesgarse. Como resultado vivimos en paz, sin armas ni ejércitos. Seguros de que estamos libres de agresiones y guerras. Libres para emprender más beneficiosas empresas. Nosotros no pretendemos haber logrado la perfección. Pero tenemos un sistema y una labor. Y he venido a exponeros estos hechos. No nos interesan los asuntos internos de vuestro planeta. Pero si amenazáis con extender vuestra violencia, la tierra quedará reducida a un montón de cenizas. La elección es simple, con nosotros y vivir en paz. O perecer víctimas de vuestra insensata ceguera actual. Esperaremos vuestra respuesta. La decisión es asunto vuestro”.

El problema recurrente de cualquier compromiso o amenaza humana es precisamente que siempre queda la puerta abierta a desdecirnos o echarnos atrás, de ahí la credibilidad. Un problema de voluntad humana. La solución que propone “Ultimátum a la Tierra” es crear un mecanismo al margen de la voluntad humana de forma que ya no haya vuelta atrás una vez emitido el compromiso o amenaza. La escenificación más memorable de este mecanismo la encontramos en el segundo ejemplo “¿Teléfono rojo?, volamos hacia Moscú” de Stanley Kubrick, en este diálogo entre el presidente Muffley de los EEUU, el embajador ruso De Sadeski y el asesor del presidente Dr. Strangelove:

MUFFLEY: ¿Qué... qué ocurre, qué pasa?
DeSADESKI: Estúpidos. Estúpidos locos.
MUFFLEY: ¿Qué ha pasado?
DeSADESKI: El artefacto definitivo.
MUFFLEY: ¿Y qué… qué es eso del artefacto definitivo?
DeSADESKI: Algo que destruirá toda vida humana y animal sobre la tierra.
MUFFLEY: ¿Toda la vida humana y animal? (...) Me parece que no acabo de entenderle. ¿Es que nos amenaza con la explosión de ese artefacto si nuestros aviones atacan?
DeSADESKI: No señor. Es algo que no haría ningún hombre en su juicio. Esta máquina está diseñada para dispararse automáticamente.
MUFFLEY: Pero habrá un modo de evitarlo.
DeSADESKI: No. Está diseñada para que estalle en cuanto se produzca un ataque del enemigo capitalista.
MUFFLEY: ¿Automáticamente? (...) Pero esto es una verdadera locura Sr. embajador. ¿Por qué han construido tal monstruosidad? (…) Pero, ¿cómo es posible que se pueda disparar automáticamente y al mismo tiempo no haya forma humana de desarmarlo?
STRANGELOVE: Señor presidente, no solo es posible, sino esencial. Ese no es ni más ni menos el objeto de la máquina. La disuasión es el arte de producir en la mente del enemigo el miedo a atacar. Por tanto, a causa del producto de una decisión automática e irrevocable que excluye toda voluntad humana, el engendro definitivo es aterrador. Es fácil de entender y, desde luego, muy convincente. (…)
MUFFLEY: Pero esto es fantástico Strangelove. ¿Cómo puede dispararse automáticamente?
STRANGELOVE: Eso se le ocurriría a un parvulillo. Cuando uno quiere fabricar bombas, no hay límites de tamaño. Después se conectan a un gigantesco complejo de computadores. Una serie específica, clara y definida de circunstancias, bajo las cuales la bomba debe explotar, se graban en un banco de memoria. Lo que no acierto a comprender es que un invento tan maravilloso se diluya ¡por guardar el secreto! ¡¿Por qué no se lo comunicaron al mundo, eh?!
DeSADESKI: Iba a anunciarse en el congreso del partido del próximo lunes. Al jefe le encantan las sorpresas.

Algunos jefes de proyecto ya me han dicho: “yo quiero uno de esos”. Qué aterrador. Con lo divertido que es discutir con el proveedor...

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