26 octubre 2008

Pero qué jeta

La que tiene Paul Samuelson al escribir esto. Ante la enésima prueba de que los mercados no siguen sus leyes cientifistas sobre la racionalidad, la optimización, la maximización y el equilibrio termodinámico -cuando un verdadero científico habla de termodinámica, digamos en un foro sobre el cambio climático, todo el mundo aparta la vista y piensa qué co*azo; mientras que si es un economista, y además galardonado con el seudo-nobel, entonces todo ese mundo hace como que presta atención y capta algo de esa jerga chamánica y alquimista- tan sólo queda poner cara de circunstancias, hacer largos pases de 180 grados con los ojos de nunca haber roto un plato… y echar balones fuera. Sobretodo echar balones fuera. Aunque algún remordimiento protestante debe tener cuando en el punto 7 de su perorata explicatoria de la crisis dice que puede que él y alguno de sus amiguetes –esos del diploma del Sovereign Bank Sveriges Riksbank colgado en la pared- “lo pasen mal cuando se enfrenten a San Pedro en las puertas del cielo” –mientras, el resto de los mortales sin diploma, sufriremos las 10 plagas aquí en la tierra-.

Con San Pedro no lo sé, pero si se encontrara con el fallecido Tversky, creo que difícilmente podría mirarle a la cara. Precisamente Tversky y Kahnemanviejos conocidos de este blog- dinamitaron con sus estudios realizados en los años 70 y 80 todo el edificio que Samuelson construyó basado en las premisas de racionalidad, optimización y maximización. Pero eso es otra historia. Porque lo que quiero es hacer hincapié en que el superficial acto de contrición que hace Samuelson es un reflejo de lo que ha venido repitiéndose ad nauseam en todos los medios acerca de la crisis financiera. Y que se puede resumir con esta frase de su artículo:

“¿Cuál es el problema? Es verdad que los derivados y los créditos recíprocos pueden proporcionar un reparto racional del riesgo y, por consiguiente, reducir el riesgo total, pero también pueden destruir por completo cualquier transparencia”.

Al final el único chivo expiatorio es la debilidad humana de dejarse arrastrar por la codicia y la corrupción. Pues menudo descubrimiento. Que nos den a todos el diploma.

Está claro que se han realizado operaciones financieras, como las hipotecas subrpime, por debajo de los umbrales de riesgo tolerados por las fórmulas ortodoxas de cálculo de riesgos de los pupilos de Samuelson, y que eso ha llevado a lo que ha llevado. Está claro también que otros, sin rigor ético, quizás aprovechándose de una falta de transparencia, han camuflado esos productos de alto riesgo en otros de bajo riesgo, y que eso ha llevado también a lo que ha llevado. Pero lo que no reconoce Samuelson es que, en el fondo, no es verdad que los derivados, los créditos recíprocos y todos esos constructos alquimistas pueden proporcionar un reparto racional del riesgo, reduciendo el riesgo total. Así, que no se produzcan las prácticas temerarias y deshonestas que se han mencionado no significa, ni mucho menos, que no puedan producirse crisis financieras –en realidad, frente a lo que nuestro instinto de primate pueda decirnos, en un sistema no lineal que se autoorganiza, como pueden ser los mercados, no hace falta una gran causa para desencadenar un gran efecto, también puede ser una pequeñita. Y las formulitas de tipo samuelsoniano no tienen en cuenta esto –entre otras cosas porque los mercados no están en equilibrio termodinámico-, por lo que pueden crearnos la ilusión de que no hay riesgo cuando lo hay, y tomar decisiones sumamente arriesgadas o descabelladas creyendo todo lo contrario.

Lejos de reconocerlo, Samuelson se permite la soberbia de tachar a “directores generales desde Nueva York hasta California” de ignorantes porque “ninguno de ellos entendió nunca nada de las fórmulas de Black, Scholes y Merton para valorar activos”, cuando unas líneas antes no se olvida de recordarnos que él mismo fue un “estudiante brillante de la Universidad de Chicago” –hay que mear bien el terreno-. Nuevamente, no son las fórmulas el problema sino la falta de inteligencia y/o de ética del resto de los mortales. En realidad, y como no es extraño en su disciplina, suele recurrir a argumentos de autoridad –desde luego no podría utilizar la naturaleza como juez como haría una verdadera ciencia- para defender sus fórmulas de aquellos quienes tienen dudas sobre su validez. Según cuenta Nassim N. Taleb en su libro “El cisne negro”, Samuelson solía intimidar a aquellos que cuestionaban sus técnicas diciendo que “el que puede hace ciencia y el resto metodología”, refiriéndose por hacer ciencia al uso de las matemáticas en economía. No sé en qué lado de esa frontera de lumbreras habría que ponerle a él cuando, en su libro “Economía” dice que:

“La economía no puede efectuar los experimentos controlados de los químicos y de los biólogos porque no está en condiciones de controlar todos los otros factores. Como los astrónomos o los meteorólogos, los economistas deben limitarse en gran medida a observar pasivamente”.

Una sentencia que, por lo que se refiere al modo en que astrónomos y meteorólogos actúan hacen su trabajo, no hace más que revelar su ignorancia sobre lo que es ciencia e investigación científica.

3 comentarios:

  1. Yo tuve que sufrir el tcho de libro de este perdedor. Lo peor de todo es que los profesores de macro lo creían a pie juntillas...

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  2. Perdedor?. Samuelson es un ganador, perdedores somos nosotros que estamos a merced de semejantes oscurantistas.

    Me divertí estos últimos días discutiendo con un economista en los foros del center for inquiry. Sus argumentos eran maravillosos: el argumento de autoridad (él además de economista era físico), argumento de complejidad (la matemática de la economía es más avanzada que la matemática del principia de newton), argumento del 'y vos más' (atacar a los economistas porque no pueden explicar algo es como atacar a los físicos porque no pudieron construir un reactor de fusión), y por último, ceder algo para conservar la mayor parte: 'bueno, en la macro hay problemas, pero la micro es una ciencia'.

    Y por supuesto, sin poder argumentar por qué la demanda y la oferta de un determinado bien pueden representarse como funciones diferenciables del precio y la riqueza para prostituir el concepto de elasticidad.

    Cayendo en otra pseudociencia (el psicoanálisis, que para algo soy argentino ;-) ), diría que le envidian el pene a la física.

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  3. Pues sí, de perdedor no tiene nada. Dices muy bien, neneindy, con lo de creer porque es la única actitud que se puede tomar ante eso, porque creer es una actividad que se puede realizar totalmente al margen de la comprensión y la verdadera existencia del objeto de la creencia. También me gusta el ejemplo del físico economista, porque no se trata de una cuestión de la autoridad de la formación recibida por el sujeto que emite un juicio, sino de la posibilidad de someter al juicio de la naturaleza aquello que se dice. Y un científico, como persona que es no se escapa de ello. Por eso, lo que muestre un científico no será asumido por otros porque lo ha dicho un científico, o tenga una formación que pueda acreditarle como tal, sino porque es algo que puede ser contrastado y reproducido por cualquiera que quiera hacerlo, sea científico o no. Lo mismo ocurriría si quien lo dice no es un científico –Einstein no tenía ninguna titulación en física ni era reconocido como científico antes de sus publicaciones de 1905, algunas de las cuales le condujeron a la concesión del Nobel de física-.

    Un ejemplo de argumento de autoridad utilizado por un científico es –aunque no está nada claro de que ocurriera realmente- el que protagonizó el gran matemático suizo Leonard Euler. Durante una de sus estancias en la corte rusa de Catalina la Grande, el filósofo francés de la ilustración Denis Diderot visitó la corte. Conocedor Euler del ateísmo de Diderot y -esto es lo que no está tan claro- de su desconocimiento de las matemáticas, lo retó a un debate sobre la existencia de Dios frente a la zarina Catalina –parece ser que en la época corrían rumores de que Euler poseía una prueba matemática de su existencia-, un debate que Diderot aceptó de forma inocente. El gran día del duelo de titanes del pensamiento de la época, Euler tomó la iniciativa y dirigiéndose a Diderot en tono fuerte y contundente dijo: “señor, (a+b^n)/n=x, y por tanto Dios existe; replicad”. A lo que Diderot no pudo responder y su silencio sólo fue roto por las carcajadas de los presentes que sí entendían matemáticas.

    Obviamente, esta expresión no figura entre sus contribuciones a la ciencia, por mucho que lo dijera Euler, y sí su ecuación de la curva elástica, por citar un ejemplo; no porque lo dijera él sino porque describe un fenómeno de la naturaleza –en realidad, Euler tiene el reconocimiento que tiene por hechos del tipo de este último y no al revés, es decir, que los hechos no son verdad por que lo diga Euler-. Si hoy sabemos algo acerca de esa anécdota sólo es por su curiosidad. Si algún eminente científico utilizara un argumento de ese tipo en alguna de sus publicaciones o comunicaciones en congresos, sólo conseguiría hacer el más espantoso y completo ridículo. Hecho que, al parecer, no ocurre en otras disciplinas.

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