La que tiene
Paul Samuelson al escribir
esto. Ante la enésima prueba de que los mercados no siguen sus
leyes cientifistas sobre la racionalidad, la optimización, la maximización y el equilibrio termodinámico -cuando un verdadero científico habla de termodinámica, digamos en un foro sobre el cambio climático, todo el mundo aparta la vista y piensa
qué co*azo; mientras que si es un economista, y además galardonado con el seudo-nobel, entonces todo ese mundo hace como que presta atención y capta algo de esa jerga chamánica y alquimista- tan sólo queda poner cara de circunstancias, hacer largos pases de 180 grados con los ojos de nunca haber roto un plato… y echar balones fuera. Sobretodo echar balones fuera. Aunque algún remordimiento protestante debe tener cuando en el punto 7 de su perorata explicatoria de la crisis dice que puede que él y alguno de sus amiguetes –esos del diploma del
Sovereign Bank Sveriges Riksbank colgado en la pared-
“lo pasen mal cuando se enfrenten a San Pedro en las puertas del cielo” –mientras, el resto de los mortales sin diploma, sufriremos las 10 plagas aquí en la tierra-.

Con San Pedro no lo sé, pero si se encontrara con el fallecido
Tversky, creo que difícilmente podría mirarle a la cara. Precisamente Tversky y
Kahneman –
viejos conocidos de este blog- dinamitaron con sus estudios realizados en los años 70 y 80 todo el edificio que Samuelson construyó basado en las premisas de racionalidad, optimización y maximización. Pero eso es
otra historia. Porque lo que quiero es hacer hincapié en que el superficial
acto de contrición que hace Samuelson es un reflejo de lo que ha venido repitiéndose
ad nauseam en todos los medios acerca de la crisis financiera. Y que se puede resumir con esta frase de su
artículo:
“¿Cuál es el problema? Es verdad que los derivados y los créditos recíprocos pueden proporcionar un reparto racional del riesgo y, por consiguiente, reducir el riesgo total, pero también pueden destruir por completo cualquier transparencia”.
Al final el único chivo expiatorio es la debilidad humana de dejarse arrastrar por la codicia y la corrupción. Pues menudo descubrimiento. Que nos den a todos el diploma.
Está claro que se han realizado operaciones financieras, como las hipotecas
subrpime, por debajo de los umbrales de riesgo tolerados por las fórmulas ortodoxas de cálculo de riesgos de los pupilos de Samuelson, y que eso ha llevado a lo que ha llevado. Está claro también que otros, sin rigor ético, quizás aprovechándose de una falta de transparencia, han camuflado esos productos de alto riesgo en otros de bajo riesgo, y que eso ha llevado también a lo que ha llevado. Pero lo que no reconoce Samuelson es que, en el fondo,
no es verdad que los derivados, los créditos recíprocos y todos esos constructos alquimistas pueden proporcionar un reparto racional del riesgo, reduciendo el riesgo total. Así, que no se produzcan las prácticas temerarias y deshonestas que se han mencionado no significa, ni mucho menos, que no puedan producirse crisis financieras –en realidad, frente a lo que nuestro instinto de primate pueda decirnos, en un sistema no lineal que se autoorganiza, como pueden ser los mercados,
no hace falta una gran causa para desencadenar un gran efecto, también puede ser una pequeñita. Y las formulitas de tipo samuelsoniano no tienen en cuenta esto –entre otras cosas porque los mercados no están en equilibrio termodinámico-, por lo que
pueden crearnos la ilusión de que no hay riesgo cuando lo hay, y tomar decisiones sumamente arriesgadas o descabelladas creyendo todo lo contrario.

Lejos de reconocerlo, Samuelson se permite la soberbia de tachar a
“directores generales desde Nueva York hasta California” de ignorantes porque
“ninguno de ellos entendió nunca nada de las fórmulas de Black, Scholes y Merton para valorar activos”, cuando unas líneas antes no se olvida de recordarnos que él mismo fue un
“estudiante brillante de la Universidad de Chicago” –hay que mear bien el terreno-. Nuevamente, no son las fórmulas el problema sino la falta de inteligencia y/o de ética del resto de los mortales. En realidad, y como no es extraño en su disciplina, suele recurrir a argumentos de autoridad –desde luego no podría utilizar la naturaleza como juez como haría una verdadera ciencia- para defender sus fórmulas de aquellos quienes tienen dudas sobre su validez. Según cuenta
Nassim N. Taleb en su libro
“El cisne negro”, Samuelson solía intimidar a aquellos que cuestionaban sus técnicas diciendo que
“el que puede hace ciencia y el resto metodología”, refiriéndose por
hacer ciencia al
uso de las matemáticas en economía. No sé en qué lado de esa frontera de lumbreras habría que ponerle a él cuando, en su libro
“Economía” dice que:
“La economía no puede efectuar los experimentos controlados de los químicos y de los biólogos porque no está en condiciones de controlar todos los otros factores. Como los astrónomos o los meteorólogos, los economistas deben limitarse en gran medida a observar pasivamente”.Una sentencia que, por lo que se refiere al modo en que astrónomos y meteorólogos
actúan hacen su trabajo, no hace más que revelar su ignorancia sobre lo que es ciencia e investigación científica.