Hola. Soy Ramiro y ya es hora de que acabe el culebrón que comenzó el dueño de este tugurio a costa de mi persona. Aprovechando que Marina está efectuando otro simulacro de compras por Wellington, envío este mensaje via telefonía móvil –aún no lo había dicho, pero también soy un Project Manager 2.0-. No tengo mucho tiempo, pues Marina me ha dicho que, nada más acabe, nos tenemos que ir al barrio de Mordor a comprar un anillo con el que me dominará el resto de mi vida -¿y para eso teníamos que salir de Alcobendas e ir a las antípodas?-.
Pues resulta que me encontré con este artículo de Tversky y Shafir y descubrí que mi problema con la indecisión no es poco común. Resulta que padezco algo así como el efecto disyuntivo, que consiste en que nuestro poder de decisión se queda bloqueado en situaciones de incertidumbre. Se da la paradoja de que, una vez pasada la incertidumbre, hubiéramos tomado la misma decisión, cualquiera de los resultados que se hubiera producido. En mi caso, hubiera decidido ir adelante con la inversión independientemente del resultado de las elecciones, estaría aquí en Nueva Zelanda de viaje hubiera aprobado o suspendido el examen. ¿Qué diferencia había? Ninguna. Salvo la incertidumbre, somos carne de incertidumbre. Bueno, os dejo, Marina me hace señas con la mano. Qué estrés.
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