Alrededor de unos 2.300 años antes de que se inventara la técnica del valor ganado, Aristóteles bien podría haber sentado las bases de uno de los métodos de medición del valor ganado, cuando dijo aquello de que “el principio es la mitad del todo”. Efectivamente, el método del 50/50 se utiliza para acreditar que una actividad aporta la mitad de su valor una vez se ha iniciado, y la otra mitad una vez ha finalizado. Esto puede ir bien siempre que uno no se quede pensando después de abrir la caja de las herramientas si realmente ya ha logrado la mitad del trabajo propuesto. O mejor aún, ¿tiene algún valor la mitad de algo?, ¿sirve la mitad de un puente para cruzar un río? –si se me apura, mi escepticismo empírico me hace a veces dudar de que el 100% de algo tenga algún valor: ¿sirve ese nuevo y flamante edificio para el fin para el que fue concebido?.
Pero, ¿qué tiene que ver, o mejor dicho, qué no tiene que ver esta máxima aristotélica con los proyectos inmobiliarios? Lo que sea que no tenga que ver, quizás pueda resolver una paradoja burbujeante del postladrillismo. A saber, hablas con amigos metidos en el sector, bien sea inmobiliarias, constructoras, bancos, pintores, fontaneros, chapistas, piseros, ventaneros, tallistas, etc., y ya te dicen que van teniendo menos trabajos, que no hay nuevos contratos, que se tarda en cobrar, o no se cobra, vamos, que ya no es lo que era. Pero uno pasea por cualquier lugar y de deforestación nada, sigue viendo una plantación de grúas que ríete tú de la explosión cámbrica. Claro, luego los que están ahí metidos hasta las cejas te cuentan que, obviamente, un edificio no se hace en cuatro días, que lo que se ve por ahí en construcción se comenzó a construir, o incluso se gestó su anteproyecto, antes del punto de inflexión. Y claro, el principio, ni tan siquiera la mitad, no son ni el todo ni su mitad ni la aceituna de Carpanta. Vamos, que no se lo endiñan ni a Aristóteles.
Hace un par de semanas, alguien en un evento de Dirección de Proyectos decía que su compañía producía y vendía tantas unidades al año, enfatizando el “vendía” por aquello de que el producto alcanza su verdadero valor, ya no materializado, sino cuando lo hemos entregado a un cliente, -¡y aunque vendido a un precio menor del convenido inicialmente!, aunque esto último no se dijo. Precisamente, en “El halcón maltés”, recientemente utilizado para ilustrar otras situaciones, asistimos a una escenificación notable de este hecho. En uno de los momentos de mayor clímax de la película, el detective Sam Spade se dispone a recibir por parte del villano Kasper el pago convenido por la figura del halcón:
SPADE: ¿Está dispuesto a hacer el primer pago y recibir el halcón de mis manos?
KASPER: Bien, en cuanto eso… aquí tiene –le responde entregándole un sobre que Spade abre.
SPADE: ¿Diez mil? Habíamos hablado de mucho más dinero.
KAPSER: Sí, en efecto. Pero esto es dinero de verdad. Con un dólar se puede comprar información por valor de 10.
Lo cuál nos lleva a una conversación que manteníamos algunos en una mesa, durante la comida después del evento. En el momento clímax de aquella conversación, alguien completaba la frase mencionada anteriormente del evento: producimos, vendemos, y cobramos tantas unidades al año.
Cobrar o no cobrar, ahí radica el valor. Lo que cuente el volao ese del blog de Dirección de Proyectos...
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