
En la comedia de Lubitsch, “La octava mujer de Barbazul”, un turista americano entra en una tienda de una población turística de la costa azul francesa para comprar un pijama. Una vez elegido el pijama, que cuesta 200 francos, le entrega 100 al dependiente diciéndole que sólo necesita la parte superior, a lo que el dependiente replica que no se vende la chaqueta sin el pantalón, que si es una cuestión de precio tiene pijamas más baratos. El cliente, indignado, argumenta que duerme sin el pantalón del pijama, que el 90% de los hombres lo hacen así y se ven obligados a comprar algo que no necesitan. Ante la insistencia del cliente, un encargado de la tienda le dice que tiene que consultarlo con un superior y sube presurosamente unas escaleras hacia una planta superior, vaya, donde se encuentra el despacho del gerente de la tienda. A través del cristal del despacho vemos cómo el encargado pone al gerente al tanto de la situación. Éste, sorprendido por la misma, también se siente incapaz de solucionarla y sale de su despacho seguido del encargado. Ambos suben igualmente presurosos unas escaleras hacia otra planta más superior aún, vaya vaya, donde se encuentra el vicepresidente del negocio. Después de ser informado, el vicepresidente, perplejo, coge el teléfono y realiza una llamada. En el plano siguiente, típico del gran Lubitsch, vemos al mayordomo del presidente, que se encuentra en la cama leyendo el periódico de la mañana, anunciándole la llamada. A continuación, el presidente, dejando el periódico, se levanta de la cama para atender la llamada y observamos cómo va con chaqueta de pijama y sin sus correspondientes pantalones. Informado de la situación, les dice que es imposible, que si no le pueden vender al cliente otra cosa.
La disfunción de los resultados de un proyecto no tiene por qué deberse solamente a funcionalidades no satisfechas, sino a la existencia de funcionalidades no requeridas. Pase que a la hora de delimitar el alcance de un proyecto, el riesgo de dejarnos algún requerimiento que entra dentro de esos límites no sea baladí; pero, en cambio, sí es mucho más sencillo realizar el ejercicio de eliminación de determinar aquello que seguro no entra dentro del proyecto. Definir el alcance de un proyecto no es solamente determinar todo aquello que hay que hacer para obtener los resultados del proyecto, sino, además, determinar todo aquello que no es necesario hacer para obtenerlos, o simplemente es espurio para el proyecto. En el primer caso nos enfrentamos al obstáculo que supone nuestra incapacidad o falta de voluntad de hacer el trabajo de preparar una lista de tareas exhaustiva y lógica, la ambigüedad interesada o no de algunas de las partes implicadas o, sencillamente, el temor al compromiso que supone pactar un alcance concreto. En el segundo, el obstáculo suele ser del estilo de la soberbia de algunos arquitectos que suplantan los objetivos funcionales por otros más intimistas o, simplemente, esa facilidad que tenemos los humanos, como en el film de Lubitsch, de perder el sentido común a la hora de hacer pequeños ejercicios de abstracción sobre aspectos de la vida cotidiana. No deja de ser puñetero que, en ambos casos, los obstáculos sean una creación nuestra.