29 diciembre 2010

Douglas Adams on Project Management

Aprovechando la coyuntura de la entrada anterior, dejo esta perla de Douglas Adams:

“Adoro los plazos. Me gusta el silbido que producen cuando pasan a toda velocidad”.

28 diciembre 2010

Integración del proyecto: que la fuerza te acompañe

Que los proyectos difícilmente finalizan dentro del plazo previsto es un hecho tan viejo como la propia actividad: primero fue el proyecto, y en seguida vino el retraso. Y si no, que le pregunten a los faraones cuántos de ellos dispusieron de su pirámide acabada en el momento de iniciar su viaje al más allá. No me extrañaría que ese fuera un motivo de las famosas maldiciones.

Aunque no sólo de plazos vive el hombre. Puede que a los antiguos egipcios, con muchos recursos a su alcance y un concierto laboral extremadamente laxo, no les importara el coste de montar sobre la abrasadora arena del desierto una de las mitades del tercer sólido regular con bloques de piedra maciza y a gran, pero que muy gran, tamaño. Pero, a medida que la humanidad se ha ido instruyendo en economía, el coste ha sido un factor que ha ido cobrando importancia hasta tal punto que, hoy en día, muchos proyectos sólo se gestionan desde un punto de vista económico, sin importar el plazo. Así surgió desgraciadamente un nuevo término, muy importante y temido también, conocido como desviación presupuestaria.

A esto hay que añadir la gran revolución del tercer tercio del siglo XX: la aparición del cliente. Los productos y servicios ya no se vuelcan sobre el pesebre al que vamos a aprovisionarnos –aunque a veces pienso que sigue siendo así-, sino que nuestra pejiguez ha sido finalmente reconocida, para lo que se han tenido que acuñar dos nuevos términos: el requerimiento y la calidad.

Estos dos nuevos polos –requerimiento y calidad, y coste- tienen que competir con el polo primigenio –el plazo- para atraer la atención del gestor de proyecto. Que esta titánica lucha ha venido para quedarse, es un hecho que se puede constatar en el lejano futuro, y no menos lejana galaxia, del Episodio VI de la Guerra de las Galaxias. El extracto concreto lo he encontrado en el libro de Denis Cioffi, viejo conocido de este blog, “Managing Project Integration”. Lo reproduzco a continuación. Se trata del momento en el que Darth Vader hace una visita a Moff Jerjerrod, responsable de la construcción de la Estrella de la Muerte, para ver cómo van las obras.

JERJERROD: Lord Vader, esto es un placer inesperado. Nos honra con su presencia.

DARTH VADER: Puede usted ahorrarse los cumplidos, comandante. Estoy aquí para que terminen cuanto antes.

(El comandante se vuelve pálido y se pone a temblar.)

JERJERROD: Le aseguro Lord Vader que mis hombres están trabajando todo lo que pueden.

DARTH VADER: Quizás yo pueda encontrar nuevas formas para motivarles.

JERJERROD: Le aseguro que esta estación estará operativa según lo planificado.

DARTH VADER: El emperador no comparte su evaluación tan optimista de la situación actual.

JERJERROD: Pero él pide lo imposible. Necesito más hombres.

DARTH VADER: Entonces, tal vez pueda usted decírselo cuando llegue.

JERJERROD (aterrorizado): ¿El emperador vendrá aquí?

DARTH VADER: Así es, comandante. Y está muy disgustado por su aparente falta de progreso.

JERJERROD: Doblaremos nuestros esfuerzos.

DARTH VADER: Eso espero, comandante, por su propio bien. El emperador no es tan indulgente como yo.

En su libro, que, como su título indica, va de integración del proyecto, Cioffi pone este diálogo como ejemplo de una gestión equivocada, al centrarse solamente en el plazo sin tener en cuenta el coste y el alcance. En general es un error bastante común de la gestión de proyectos actual centrarse en uno solo de los polos mencionados anteriormente –plazo, coste, alcance; donde alcance tiene que ver con requerimiento y calidad-, ignorando los otros dos. La integración tiene que ver, pues, con la gestión proporcionada de estos tres polos, entre otras cosas. Su importancia es tal, que está considerada por el PMI como un área de conocimiento en sí misma. Es como el pegamento que une todas las piezas de un proyecto para que no parezca un caleidoscopio.

Cada proyecto tiene su drama. Otro drama a lo Darth Vader que se da hoy en día tiene que ver con el alcance. Imaginad a Vader viniendo cada día con nuevos requerimientos o pidiendo cambios de forma caprichosa sobre lo que ya se ha realizado. Pero sin tocar el plazo o el coste, ¡claro! ¡¡Que la fuerza acompañe a Jerjerrod!!

09 diciembre 2010

Gestión de la Incertidumbre, ¿una nueva área de conocimiento? (3)

“Me contó que fue como si alguien hubiera levantado
la tapa de la vida para mostrarle su mecanismo.”

El halcón maltés, Dashiell Hammett.


Tercera parte: Filtcraft y la tapa de la vida



Como había adelantado en la entrada anterior de esta serie, reproduzco a continuación un pequeño relato, pequeña joya de la literatura a su vez, contenido dentro de la novela “El halcón maltés” de Dashiell Hammett. Este pasaje se encuentra localizado en el capítulo 7 de la novela, cuando Sam Spade se une a Brigid O'Shaughnessy en su lucha con los otros ladrones, constituyendo el medio utilizado, a modo de parábola, para transmitirle su sentido del mundo y de la vida -advertencia: aunque haya puesto una imagen de la película, este pasaje no aparece en ella, sólo en la novela-. Ahía va:


Spade se sentó en el sillón que había junto a la mesa, y sin exordio de ninguan clase, sin frase alguna para comenzar, empezó a relatarle a Brigid una cosa que le había ocurrido unos años antes en el Noroeste. Hablaba en tono corriente, sin énfasis y sin pausas, aunque de vez en cuando repetía una frase modificándola ligeramente, como si tuviera gran importancia que cada detalle quedara relatado exactamente tal y como ocurrió.

Al principio Brigid estuvo escuchándole sin especial atención, evidentemente más sorprendida de que Spade le estuviera contando aquello que interesada en lo que narraba, y sintiendo más curiosidad por los motivos que tuviera Space en contar el relato que por la propia historia; pero luego, según fue desarrollándose el cuento, pareció sentir mayor interés y permaneció inmóvil y escuchando con atención.

Un hombre llamado Flitcraft salió un día de su oficina de corredor de fincas para ir a comer. Salió y jamás volvió. No acudió a una cita que tenía a las cuatro de la tarde para jugar al golf, a pesar de que fue idea suya concertarla y de que lo hizo solamente media hora antes de salir para comer. Su mujer y sus hijos nunca más le volvieron a ver. El matrimonio parecía feliz. Tenía dos hijos, dos niños varones, uno de cinco años y otro de tres. Flitcraft era dueño de su casa en un buen barrio de las afueras de Tacoma, de un «Packard» nuevo y de los demás lujos que denotan el éxito feliz de una vida en Estados Unidos.

Flitcraft había heredado setenta mil dólares de su padre, y el ejercicio de su profesión de corredor de fincas aumentó aún más su peculio, que ascendía a unos doscientos mil dólares en el momento de su desaparición. Sus asuntos estaban en buen orden, aunque existían entre ellos algunos aún pendientes; el hecho de que no hubiera tratado de concluirlos era una clara prueba de que no había preparado su desaparición. Por ejemplo, un negocio que le hubiera supuesto un bonito beneficio iba a concluirse al día siguiente al de su desaparición. Nada indicaba que llevara encima más de cincuenta o sesenta dólares en el momento de esfumarse. Sus costumbres, durante los últimos meses, eran lo suficientemente conocidas como para descartar cualquier sospecha de vicios ocultos o de la existencia de otra mujer en su vida, aunque tanto lo uno como lo otro cabía dentro de lo posible.

-Desapareció -dijo Spade- como desaparece un puño cuando se abre la mano.

(...)

- ... Bueno, eso ocurrió en 1922. En 1927 yo estaba trabajando en una de las grandes agencias de detectives de Seattle. Un día se nos presentó mistress Flitcraft y nos dijo que alguien había visto en Spokane a un hombre que se parecía prodigiosamente a su marido. Fui allí. Y, efectivamente, era Flitcraft. Llevaba viviendo en Spokane un par de años bajo el nombre de Charles, nombre de pila, Pierce. Era propietario de un negocio de automóviles y tenía unos ingresos de veinte o veinticinco mil dólares al año, una esposa, un hijo de menos de un año y una buena casa en un buen barrio de las afueras de Spokane. Solía jugar al golf a las cuatro de la tarde durante la temporada.

Spade no había recibido instrucciones acerca de lo que debía hacer si encontraba a Flitcraft. Estuvo charlando con él en la habitación del hotel Davenporth. Flitcraft no sentía remordimientos de ninguna clase. Había dejado a su familia en posición desahogada, y su conducta le parecía completamente razonable. Lo único que parecía preocuparle era hacerle comprender a Spade que, efectivamente, se había conducido razonablemente. Nunca había contado a nadie todo aquello, y, por tanto, hasta ahora no había necesitado explicar a ningún interlocutor que su conducta había sido sensata. Y en ese momento estaba procurando hacerlo.

-Bueno, yo le comprendí -dijo Spade a Brigid- pero su mujer no. Todo aquello le pareció estúpido. Puede que lo fuera. En cualquier caso, la cosa acabó bien. La mujer no quería escándalos; y después de la faena que él le había hecho -faena según ella-, no quería saber nada de Flitcraft. Así que se divorciaron discretamente y todo el mundo tan contento. Lo que le ocurrió a Flitcraft fue lo siguiente. Cuando salió a comer pasó por una casa aún en obras. Todavía estaban poniendo los andamios. Uno de las andamios cayó a la calle desde una altura de ocho o diez pisos y se estrelló en la acera. Le cayó bastante cerca; no llegó a tocarle, pero sí arrancó de la acera un pedazo de cemento que fue a darle en la mejilla. Aunque sólo le produjo una raspadura, todavía notaba la cicatriz cuando le vi, Al hablarme de ella se acarició, se la acarició con cariño. Naturalmente, el susto que se llevó fue grande, me dijo; pero la verdad es que sintió más sorpresa que miedo. Me contó que fue como si alguien hubiera levantado la tapa de la vida para mostrarle su mecanismo.

Flitcraft había sido un buen ciudadano, un buen marido y un buen padre, no porque estuviera animado por un concepto del deber, sino sencillamente porque era un hombre que se desenvolvía más a gusto estando de acuerdo con el ambiente. Le habían educado así. La vida que conocía era algo limpio, bien ordenado, sensato y de responsabilidad. Y ahora, una viga al caer le había demostrado que la vida no es nada de eso. Él, el buen ciudadano, esposo y padre, podía ser quitado de en medio entre su oficina y el restaurante por una viga caída de lo alto. Comprendió que los hombres mueren así, por azar, y que viven sólo mientras el ciego azar los respeta.

Lo que le conturbó no fue, primordialmente, la injusticia del hecho, pues lo aceptó una vez que se repuso del susto. Lo que le conturbó fue descubrir que al ordenar sensatamente su existencia se había apartado de la vida en lugar de ajustarse a ella. Me dijo que, tras caminar apenas veinte pasos desde el lugar en donde había caído la viga, comprendió que no disfrutaría nunca más de paz hasta que no se hubiese acostumbrado y ajustado a esa nueva visión de la vida. Para cuando acabó de comer ya había dado con el procedimiento de ajuste. Si una viga al caer accidentalmente podía acabar con su vida, entonces él cambiaría su vida, entregándola al azar, por el sencillo procedimiento de irse a otro lado. Me dijo que quería a su familia como los demás hombres quieren corrientemente a las suyas; pero le constaba que la dejaba en buena posición, y el amor que tenía por los suyos no era de la índole que hace dolorosa la ausencia.

-Se fue a Seattle -continuó Spade- aquella misma tarde, y desde allí a San Francisco. Anduvo vagando por aquella región durante un par de años, hasta que un día regresó al Noroeste, se estableció y se casó en Spokane. Su segunda mujer no se parecía a la primera físicamente, pero las diferencias entre ellas eran menores que sus semejanzas. Ya sabe usted, mujeres las dos, de esas que juegan decentemente al bridge y al golf y que son aficionadas a las nuevas recetas para preparar ensaladas. No lamentaba lo que había hecho. Le parecía razonable. No creo que nunca llegara a darse cuenta de que llevaba la misma clase de vida rutinaria de la que había huido al escapar de Tacoma. Y sin embargo, eso es lo que me gustó de la historia. Se acostumbró primero a la caída de vigas desde lo alto; y no cayeron más vigas; y entonces se acostumbró, se ajustó, a que no cayeran.

08 diciembre 2010

Gestión de la Incertidumbre, ¿una nueva área de conocimiento? (2)

“El problema de poner dos y dos juntos es
que a veces obtienes cuatro y otras veintidós.”

El hombre delgado, Dashiell Hammett.


Segunda parte: no tan elemental, querido Holmes


Leyendo el subtítulo de esta segunda entrada dedicada a la gestión de la incertidumbre, se podría pensar que, o bien me he equivocado con el carácter negativo de la aserción y con la persona querida de la famosa cita o bien, en alguna recóndita y olvidada página de algún manuscrito perdido, Sir Conan Doyle se permite realmente la travesura de mostrar al sumiso Dr. Watson echando una canita intelectual al aire y soltándose la melena fuera del bombín. Pero la verdad es que el título es totalmente alevoso y dudo, además, que exista tal subversivo manuscrito.

Puede que nuestro decimonónico y victoriano Watson nunca se hubiera atrevido a contradecir la férrea y determinista lógica inductiva de Holmes. Es más, no apostaría ni un penique a que ni tan siquiera se le hubiera ocurrido que se pudiera dar tal posibilidad. Pero, a buen seguro que si Holmes hubiera coincidido en algún abigarrado caso con el anónimo agente de la Continental o con Sam Spade –ambos personajes, también literarios, creados por Dashiell Hammett-, o con el Philip Marlowe de Raymond Chandler –incluso con el Lew Archer de Ross Macdonald-, seguro que alguno de éstos se hubiera dirigido en algún momento a Holmes en esos términos.

Así que va a ser que no. El subtítulo de esta segunda parte no es un desliz. Existe una diferencia fundamental entre el género detectivesco decimonónico representado por Conan Doyle y Agatha Christie, entre otros –aunque con honrosas excepciones como la de Wilkie Collins-, y el que inaugura Hammett y siguen Chandler y Macdonald. En el primer caso la realidad se describe como una partida que se desarrolla en base a unas reglas de transformación claras y conocidas. El detective se las tiene que ver con una información inexacta, ambigua, engañosa y hasta falsa, de manera que su trabajo consiste en un ejercicio de desambiguación que tiene como colofón la demostración razonada de que el mayordomo es quien lo hizo, o no, y por qué motivos –el “Poirot lo sabe todo” de los finales de los relatos de Agatha Christie, o el tan aclamado como falaz “una vez que se descarta lo imposible, lo que queda es la verdad por improbable que parezca” de Holmes-. Cada pieza encaja finalmente su lugar en el rompecabezas y con ello la partida llega a su fin natural.

En cambio, la realidad con la que se enfrentan Spade, Marlowe y Archer, la que tiene que ver más con la verdadera realidad, vaya, es mucho más prosaica. El abigarrado tejido que conforma las interrelaciones humanas nunca puede ser desenmarañado en su totalidad, la omnipresencia del detective decimonónico no es más que una ilusión, un mero juego de salón. Estos verdaderos detectives, como los anteriores, se enfrentan con información inexacta, ambigua, engañosa y falsa. Pero lo que descubren es que la realidad que los implicados o relacionados en el caso tienen por tal es una fabricación, una ficción, una realidad falsa y alternativa que se ha montado antes de que ellos entraran en escena. Y su misión es destruir y privar de ficción esa realidad, no para encontrar la verdadera realidad subyacente, sino para construir otra ficción “auténtica” de lo que “realmente” ocurrió, aunque no sea más plausible ni menos ambigua que las versiones con que se ha encontrado a lo largo de su investigación.

Los detectives decimonónicos desarrollan su actividad en un escenario de certidumbre, aunque inicialmente oculta pero certidumbre. Los detectives posteriores desarrollan su actividad en un escenario de incertidumbre. Y su metodología tiene que ser diferente. Porque “una vez que se descarta lo imposible, lo que queda es la verdad por improbable que parezca” sólo es aplicable en aquellos contextos en los que se puede asegurar de antemano que se conoce todo el conjunto de datos, de manera que al descartar los imposibles lo que quede es lo que vale porque no nos estamos dejando algo más. Dudo que los aferes humanos raramente entren dentro de esa posibilidad. De hecho, el único campo que conozco en el que se da ese caso es el estudio de la Naturaleza –y la metodología utilizada se conoce como Ciencia-. Es probablemente el éxito que tuvo la Física durante el siglo XIX lo que llevó a intentar extrapolar infructuosamente este escenario de certidumbre a asuntos humanos como la economía, sociología y política. Y también a las historias de detectives.

Afortunadamente, las historias de detectives han sabido desprenderse de dicho lastre –lamentablemente, el resto aún no-. Por lo que respecta a la Dirección de Proyectos, podemos aprender algo de Gestión de la Incertidumbre en las historias de Hammett, Chandler y Macdonald. En el próximo capítulo pondré un ejemplo a modo de parábola con una historia…

Ver la entrada anterior de esta serie.

29 noviembre 2010

Una de actualidad

"Las predicciones de los economistas asumen cualquier cosa excepto la responsabilidad".

Visto aquí.

03 octubre 2010

El principio de Peter en los Ig Nobel

1

El pasado jueves tuvo lugar la ceremonia de entrega de los premios Ig Nobel de este año, dedicados a investigaciones que hacen reír a la gente... y después pensar. Este año, por primera vez desde que fue instaurado por Improbable Research –organización que también publica la revista Annals of Improbable Research- en el año 1991, se ha concedido un premio dentro de un área inédita hasta el momento: la Gestión.

Los merecedores del galardón han sido unos investigadores italianos de la Universidad de Catania, concretamente por su trabajo “The Peter principle revisited: A computational study” –también se puede consultar aquí, por si el anterior enlace desapareciera-, aunque el motivo que esgrimieron los que concedieron el premio es más pomposo: por demostrar matemáticamente que las organizaciones serían más eficientes si promocionaran a la gente al azar. Si este extraño –¿subversivo?- título no te dice nada es que te encuentras entre los que mostraron indiferencia la primera vez que oyeron hablar del Principio de Peter. Si, por el contrario, te dice algo, perteneces sin ninguna duda al grupo de los que sonrieron cuando oyeron hablar del principio, y luego se quedaron pensando, rememorando y sonriendo nuevas y repetidas veces, jeje.

Dado que es muy improbable que nadie que esté interesado por los contenidos de este blog no haya oído hablar nunca del principio de Peter, no voy a dedicar más líneas a ello más que la necesaria para recordar su enunciado original:

En una jerarquía, tiende a ascender todo empleado a su nivel de incompetencia.

A pesar de esta popularidad, o más bien debido a ella, recomendaría la lectura del libro que escribió el descubridor de dicho principio hace ya 50 años, el psicólogo Lawrence J. Peter. La popularidad siempre puede desvirtuar el verdadero sentido de aquello a lo que ha dotado de fama, y más teniendo en cuenta las consecuencias humorísticas del principio.

Dicho esto, vayamos con lo que han hecho los premiados con el Ig Nobel de Gestión del año 2010. Pues lo que han hecho es realizar por primera vez una simulación con diferentes escenarios de la evolución de una organización jerárquica en función de la dinámica de ascensiones a través de la misma. Y la conclusión a la que han llegado, entre otras cosas, es la confirmación del Corolario de Peter:

Con el tiempo, todo puesto tiende a ser ocupado por un empleado que es incompetente para desempeñar sus obligaciones.

2

Pero veamos con detalle cómo la han hecho. Han construido una jerarquía de cierto número de niveles, con cierto número de miembros en cada nivel. En el modelo, cada miembro de la jerarquía está caracterizado por dos parámetros: su grado de competencia en un nivel dado –un número que varía entre 1 y 10- y su edad –que varía entre 18 y 60 años-. Para determinar el estado inicial de la jerarquía, los valores de cada uno de los dos parámetros anteriores se asignan de forma aleatoria dentro de una distribución normal de la siguiente manera: el grado de competencia con media 7 y desviación típica 2, la edad con media 25 y desviación típica 5.

Esta jerarquía se hace evolucionar con el tiempo siguiendo el siguiente modelo computacional:

  1. En cada paso temporal los miembros de la jerarquía en cada uno de los niveles cuyo grado de competencia está por debajo de 4 y cuya edad está por encima de 60 dejan bacante vacantes -oops! bacante es otra cosa, ¿en qué estaría pensando ;-)- el puesto para poder ser ocupado por un miembro de un nivel inferior.

  2. La edad de todos los miembros de la jerarquía desciende en una unidad.

  3. Una vez se han determinado los puestos vacantes estos se cubren mediante la ascensión de un miembro del nivel inmediatamente inferior. Esto se hace de arriba abajo, bajando progresivamente en la jerarquía hasta que se llega a su base. Los puestos vacantes en el nivel base se cubren mediante la contratación de nuevos miembros con la misma distribución de competencias y edad descrita en el estado inicial de la jerarquía.

Sólo queda por dirimir el criterio de ascensión de un miembro de un nivel a otro superior. En el modelo se que confrontan dos mecanismos de transmisión de competencia cuando un miembro de una jerarquía asciende de nivel en la misma.

  • Escenario 1: la competencia en el nuevo nivel del miembro que ha ascendido no tiene por qué estar correlacionada con la que poseía en el nivel inferior, denominado Hipótesis de Peter y que, junto con la asunción de que se asciende a los más competentes de un nivel, es lo que conduce al Principio de Peter. Así pues, se asume que la competencia en el nuevo nivel se asigna de forma aleatoria con la misma distribución descrita en estado inicial de la jerarquía.

  • Escenario 2: el miembro que ha ascendido al nuevo nivel hereda la competencia que tenía en el nivel inferior con una pequeña variación aleatoria de +1 ó -1, denominado Hipótesis de Sentido Común.

Por lo que respecta al criterio de elección acerca de qué miembros son los elegidos para ascensión, se contemplan, a su vez, tres casos para cada uno de los dos escenarios anteriores:

  • Mejor estrategia: Elegir a los más competentes, y la utilizada en el Principio de Peter.

  • Peor estrategia: elegir a los menos competentes.

  • Estrategia aleatoria: elegirlos al azar.

Finalmente necesitamos una variable que mida la eficiencia global de la jerarquía, y que viene a ser el cociente de la suma de competencias de los miembros en un momento dado entre la competencia máxima –que es la suma anterior con las competencias iguales a diez-.

Los resultados que se obtienen para una jerarquía de 160 miembros distribuidos en 6 niveles -81 miembros en el nivel 6 o más bajo, 41 en el nivel 5, 21 en el 4, 11 en el 3, 5 en el 2 y 1 el 1 o más alto-, son los siguientes:


En el eje vertical se representa la eficiencia global de la jerarquía que hemos definido al final, y en el eje horizontal el tiempo. Por lo tanto, en el grafico se observa la evolución de la eficiencia global de la jerarquía para cada uno de los escenarios y sus respectivos criterios de ascensión: en rojo tenemos los tres casos del escenario correspondiente a la Hipótesis de Peter y en negro los tres casos del escenario correspondiente al escenario de Sentido Común. Todos parten de una eficiencia global inicial igual a 69,68%, que corresponde a los valores definidos en el estado inicial.

A destacar el escenario correspondiente al Principio de Peter –Hipótesis de Peter más mejor estrategia-, para el que se obtiene el mayor empeoramiento de la eficiencia según indica el Corolario de Peter. Por el contrario la mejor estrategia funciona muy bien para el caso de la estrategia de Sentido Común –la que el Principio de Peter se encarga de invalidar-. Pero el caso que puede resultar sorprendente es el escenario que ha resultado ser el óptimo: Hipótesis de Peter junto con la ascensión de ¡los más incompetentes!. Pero si uno se pone a pensar un poco verá que es el resultado de evitar vaciar un nivel de personas competentes, beneficiándose a su vez de que un incompetente ascendido de un nivel inferior sea competente en el nuevo nivel.

3

Por un lado vemos que el modelo computacional corrobora el Principio de Peter. Pero el modelo enseña mucho más que eso, y de ahí su novedad y la razón del galardón. Para entender los nuevos resultados tenemos que echar mano del concepto de estrategia utilizado en Teoría de Juegos.

En la evolución dinámica de la jerarquía se han considerado dos escenarios más o menos antagónicos: el de Sentido Común y el de la Hipótesis de Peter. Aunque el Principio de Peter se encarga de invalidar cualquier excepción al principio, incluido el escenario del sentido común, vamos a pesar de ello a darle el beneficio de la duda al Sentido Común. Y vamos a considerar también que cuando ascendemos a una persona de un nivel a otro superior, es difícil discernir si la ascensión ha seguido el Sentido Común o la Hipótesis de Peter. Donde, en principio, tenemos poder de decisión es en el criterio de elección: ascender al más competente, al menos competente o al azar. En verdad el Principio de Peter también se encarga de asegurar que una jerarquía sólo se asciende al más competente, pero nuevamente vamos a dejar el beneficio de la duda a las otras dos elecciones posibles. Bien, estas tres elecciones son nuestras estrategias. Y, teniendo en cuenta los dos escenarios posibles, podemos construir la siguiente matriz de resultados:


Donde los resultados son unos valores numéricos con los que intento valorar cada uno de las posibles seis situaciones: positivo si incrementan la eficiencia y negativo si disminuyen la eficiencia.

Se observa que los mejores resultados se obtienen cuando se decide ascender al menos competente y se da el escenario de la Hipótesis de Peter, o se decide ascender al más competente y se da es escenario de Sentido Común. Pero con cualquiera de estas dos estrategias el resultado puede ser fatal –una disminución de la eficiencia- si el escenario fuera el contrario; no son estrategias estables. Sin embargo, si se decide seguir la estrategia de ascender al azar, aunque los resultados no son tan buenos como los que se podrían conseguir con las dos estrategias anteriores, la elección es mucho más robusta porque sea cualquiera que sea el escenario el resultado supone una mejora de la eficiencia; esta estrategia es estable. Por tanto elegir al azar los miembros para un ascenso es la mejor forma de mejorar la eficiencia de una organización. Para los más curiosos, la estrategia estable es lo que se conoce como equilibrio de Nash.

4

En el ejemplo discutido en el artículo de los investigadores italianos, se ha considerado una organización con 160 miembros, una jerarquía piramidal de 6 niveles con la distribución por niveles mencionada más arriba. Pero los investigadores ha probado con diferentes configuraciones y los resultados son los mismos. De hecho, han desarrollado una aplicación para realizar los cálculos con diferentes configuraciones. Esta aplicación está disponible de forma on-line aquí. Cada uno puede hacer sus propias pruebas y experimentos, y cualquier departamento de Recursos Humanos de cualquier organización debería probarlo.

Yo mismo, he estado probado y, acuciado por la posibilidad de que tengamos que vivir del trabajo hasta que la muerte nos separe, probé con edades de jubilación más altas. No creo que los resultados que he encontrado modifiquen la batalla entre políticos, sindicatos, empresarios y trabajadores, ni provoque un ciclón en los mercados: pasé el resultado equivalente al del gráfico anterior a frecuencias dentro del espectro auditivo humano, lo metí en un sintetizador de sonidos y me salió la voz de Julio Iglesias cantando “la vida sigue igual”.

5. Epílogo

No puedo dejar esta entrada sin nombrar a otros de los premiados en los Ig Nobel de este año, concretamente a los premiados en el área de Economía.

Los galardonados son los ejecutivos y directivos de Goldman Sachs, AIG, Lehman Brothers, Bear Stearns, Merrill Lynch, y Magnetar por crear y promocionar nuevas formas de invertir dinero –maneras que maximizan el beneficio financiero y minimizan el riesgo financiero de la economía mundial, o de una parte de la misma.

Creo que sobran los comentarios. Yo, además, hubiera añadido “y por hacer payasadas con ecuaciones y fórmulas matemáticas”. De todas las 10 áreas galardonas, fue la única en que ningún premiado fue a recoger el galardón. Desde luego, hay que ver lo paradójico que resulta observar el gran sentido del humor que posee la gente que se dedica a trabajar en cosas serias, y el poco del que adolecen los que se dedican a, digámoslo de una manera neutra, otras cosas.

28 septiembre 2010

La persistencia de la memoria

Un día como hoy de hace treinta años se escucharon por primera vez en la televisión estas palabras:

“El Cosmos está constituido por todo lo que es, lo que ha sido, o lo que será”.

Se trataba del estreno en EEUU de la monumental serie de divulgación científica Cosmos. En concreto, es la frase con que comienza el primer capítulo de la serie, emitida por primera vez el 28 de septiembre de 1980.

Cosmos es una serie documental que probablemente muchos recordarán, aunque no creo que tan intensamente, tan a flor de piel, con tal hormigueo en la espina dorsal, como la gente de mi generación. En realidad, en España tuvimos que esperar cuatro años a que fuera emitida por TVE durante el invierno de 1984-85. Pero, en verdad, fue el momento justo para aquellos privilegiados que hace veintiséis años teníamos 14 septiembres, más o menos. Estoy seguro que con diez años no hubiera sido lo mismo. Pero en ese momento justo, cuando comienza a despuntar el alba de los amores de la vida, justo en ese momento sirvió para fundamentar vocaciones incipientes, si no iniciarlas desde la ausencia. Aún hoy, se me pone la carne de gallina cuando escucho la misma música que podéis estar escuchando vosotros si le habéis dado al play sobre el widget musical que encabeza esta entrada.

Aunque a primera vista Cosmos es una serie que narra el esfuerzo titánico que el ser humano ha realizado para explicar el vasto mundo que le rodea y comprender su posición en el mismo, en realidad es mucho más que eso. Tiene que ver con la inquietud intelectual, la capacidad de hacerse preguntas, la falta de pereza a la hora de no dar nada por sentado, la honestidad frente a los hechos, el placer por descubrir… Una serie de habilidades que el creador de la serie, Carl Sagan, supo imprimir a través de una narración elocuente y precisa, a la vez que poética, y que es en gran medida responsable de su éxito internacional. Una serie de habilidades que la Naturaleza ha seleccionado de entre el amplio acervo humano como aquéllas idóneas para desvelar sus secretos. Una serie de habilidades que, en definitiva, constituyen lo que conocemos como Ciencia.

Si bien estas habilidades sólo son requeridas de manera estricta por el juez de la Naturaleza, no cabe duda que constituyen una excelente enseñanza y una buena influencia a la hora de transitar por otros campos, como la Economía, la Sociología y la Política –por qué no el Management e incluso la Dirección de Proyectos- que no disponen de un juez estricto como el de la Naturaleza pero que se pueden beneficiar igualmente del uso de dichas habilidades. Sin embargo, no deja de ser curioso, cuando no aterrador –el siglo XX está repleto de ejemplos de este último tipo-, que supuestas grandes figuras de estos campos dictaminen que sí existe dicho juez –así lo es cuando afirman que son disciplinas científicas- cuando la aplicación en dichos campos de las habilidades que he citado anteriormente brilla en la mayoría de los casos por su más total y absoluta ausencia. En este sentido, Cosmos no es un mero documental de divulgación científica. Además transmite una serie de valores muy útiles para enfrentarse al mundo y a la vida en sus diversas facetas.

Para mí, existe un capítulo de la serie que ilustra a la perfección este espíritu. Me refiero al tercer capítulo, donde se narra la lucha de Kepler contra el celo de los planetas en desvelar su caprichoso movimiento alrededor del Sol. Y la lucha, no menos dramática, consigo mismo. El capítulo da comienzo con la siguiente frase enigmática:

“Hay dos formas de ver las estrellas. Como son realmente y como desearíamos que fuesen”.

Kepler dedicó gran parte de su vida a intentar desvelar qué hacía que los planetas se movieran alrededor del Sol en la manera que lo hacían. La primera parte de este esfuerzo, durante las postrimerías del siglo XVI, está marcada por el intento frustrado de enmarcar las pocas observaciones de las que disponía con ideas vigentes muy arraigadas desde los tiempos de Aristóteles y Platón, como son el círculo y los cinco sólidos regulares. Con el advenimiento del nuevo siglo XVII, y en disposición de un mayor número de observaciones, además de mucho más precisas, descubre que la única manera de dar cuenta de las observaciones es renunciar a las órbitas circulares y sustituirlas por elipses. Además, como regalo por haber enfocado el problema desde la orientación adecuada, obtuvo “gratis” la manera de calcular las posiciones de los planetas en cualquier momento además de otras relaciones. Esto que ahora puede parecer muy trivial, no lo era en la época de Kepler. Hacia el final del capítulo, la voz de Carl Sagan prosigue:

“Cuando (Kepler) vió que sus apreciadas creencias no concordaban con las observaciones precisas, aceptó la triste realidad. Prefirió la cruda verdad a sus más queridas ilusiones”.

Después de un silencio tenso, resuelve:

“Ese es el corazón de la ciencia”.

La serie está llena de momentos como éste. Aún recuerdo muchos de esos momentos tal como los viví esas noches mágicas del invierno de 1984-85. Pero lo fascinante de todo ello es que, después de 26 años, un par o dos de revisiones, y haber llegado sus contenidos a ser incluso mi trabajo durante algún tiempo, sigo sintiendo un hormigueo en la espina dorsal cada vez que los veo. Los momentos se han sucedido incluso después de la serie. Sirva el siguiente montaje como colofón a esta nota conmemorativa.


No sabría decir en qué medida aquella experiencia del invierno de 1984-85 ha marcado mi vida. Pero a buen seguro le debo parte de lo que he llegado a ser, lo que he sido durante los últimos veintiséis años, o lo que seré.

02 julio 2010

Profetas en un mundo globalizado

Supe por primera vez de la historia allá por los años noventa cuando la leí en el absolutamente imprescindible “El hombre anumérico” de John Allen Paulos; un título que debería ser el libro de cabecera en la futurible asignatura de educación financiera en la escuela. Leedlo y sabréis por qué.

En esa misma época ya habían pasado unos pocos años desde la última reposición que TVE hizo en los 80 de la serie de televisión “Alfred Hitchcock Presenta”; la original, la de finales de los años 50. Y entonces no sabía lo que ahora acabo de descubrir: que dicha historia fue llevada a la pantalla en uno de los episodios de la serie. Probablemente no viera ese capítulo en mi adolescencia, aunque intentaba no perderme ni uno; existen un total de 273 episodios. Quizás lo viera realmente, pero se perdiera en el laberinto de poros que conforma la memoria. El caso es que hasta hoy, el libro de Paulos era la fuente más primigenia que tenía de dicha historia. Hasta hoy.

El segundo episodio de la tercera temporada de la serie, titulado “Profeta por correo” es una pequeña joya educativa que también debería formar parte del currículo de nuestra necesitada asignatura de educación financiera.

Pero vamos con la historia. Voy a contar la versión de la historia que se puede encontrar en el libro de Paulos, y os dejo para que salgáis corriendo luego a haceros con el episodio presentado por Hitchcock y disfrutéis de su dramatización para la pantalla. Un episodio que, como diría un periodista típico, es de rabiosa actualidad pese a sus 53 años.

Paulos plantea la historia de la siguiente manera. Si durante seis semanas seguidas recibierais por correo las predicciones de un asesor de bolsa acerca de cierto índice del mercado de valores y las seis fueran acertadas, ¿estaríais dispuestos a pagar por recibir la séptima predicción? Pues ojo al siguiente timo: alguien que se hace pasar por asesor financiero envía 32.000 cartas a otras tantas personas. Las cartas hablan de un elaborado sistema informático, de experiencia financiera y contactos. En 16.000 de las cartas predice que cierto valor de bolsa subirá, mientras que en las 16.000 restantes que bajará. Tanto si sube el valor como si baja, envía una segunda carta pero sólo a las 16.000 personas que recibieron la predicción “correcta”, fuera esta la que fuera. En 8.000 de ellas predice un alza para la semana siguiente y una caída en las restantes 8.000. Repite el procedimiento una tercera vez con las 8.000 personas en el que el pronóstico ha sido el “acertado”. Siguiendo el procedimiento, al final de la sexta carta enviada a los 1.000 “supervivientes” hasta ese momento, quedan 500 personas que han recibido seis predicciones “correctas”. En la siguiente carta, la séptima, se les recuerda esto y se les dice que para seguir recibiendo tan valiosa información habrán de aportar 500 €. Si todos pagan, nuestro asesor se saca 250.000 € y que salga el sol por Antequera. Dice Paulos que si esto se hace a sabiendas y con intención de defraudar, es un timo ilegal. Aunque se acepta si lo hacen involuntariamente unos editores, serios pero ignorantes, de boletines informativos sobre la bolsa.

La lista de Paulos parece muy corta, creo que para evitar ser políticamente incorrecto. Pero existe una variopinta pléyade de personajes, que ahora mismo tengo en mente y que vosotros os podéis imaginar fácilmente, que alargaría, y de qué manera, la susodicha lista. Porque es que son legión. Una consecuencia del mundo globalizado de la que no se suele hablar. Y también del anumerismo generalizado de la sociedad. Dicen que nadie es profeta en su tierra. Obviamente, este refrán tiene su origen en un mundo menos poblado o, al menos, no interconectado. En la aldea global, por el contrario, el profeta es una consecuencia inevitable del azar. Quién le iba a decir a Demócrito que la necesidad podía ser una consecuencia del azar. Sobre esto ya escribí en una entrada antigua. Una aplicación del mismo fenómeno a otro tipo de “éxitos”. Otra entrada de temática parecida es ésta.

Y ahora es el momento de hacerse con el episodio y verlo. Si creéis que os lo he contado todo, no es así. El episodio tiene un final sorprendente, haciendo honor al estilo de la serie.

15 marzo 2010

Manifiesto por la enseñanza de la calcopirita

Uno de nuestros insignes científicos, el fallecido hace menos de dos años Francisco J. Ynduráin, cuenta en su altamente recomendable, aunque lamentablemente descatalogado, libro ¿Quién anda ahí? que en 1492 se inauguró en España una larga época de desprecio de nuestros gobernantes hacia la ciencia. El instructivo hecho en cuestión tuvo que ver con la siguiente historia. Cuando Cristóbal Colón presentó sus ideas de viajar a la India por el camino de Occidente, evitando las rutas orientales monopolizadas por portugueses y turcos, la reina Isabel la Católica consultó a expertos de la Universidad de Salamanca, entonces uno de los centros mundiales del saber geográfico y cartográfico. Los muy competentes científicos de esta universidad recomendaron a la reina que no hiciese caso al genovés: los cálculos en que éste basaba sus previsiones de viaje eran totalmente equivocados, y el recorrido a la India por Occidente era tres veces más largo de lo que Colón pretendía. En ese acto de desprecio mencionado, la reina no hizo caso del asesoramiento de los sabios salmantinos y financió el viaje. El resultado es sobradamente conocido y, por supuesto, los expertos salmantinos tenían toda la razón. Lo que salvó la expedición de haber acabado en un acto suicida olvidado por la historia es que, en realidad, se convirtiera en un inesperado cisne negro positivo para la corona. Una oportunidad que, por desgracia, nunca se supo aprovechar.

No sé si cuando Ynduráin se refería a una larga época, tenía en mente que había finalizado o no, pero los siempre actuales debates sobre los insuficientes presupuestos de I+D, la reciente manifestación, o lo que un servidor ha podido constatar por su experiencia profesional en este campo, me llevan a concluir que esa larga época todavía no ha concluido y, por lo que lamentablemente se puede observar, no va a finalizar ni tan siquiera en el medio plazo.

Toda esta diatriba es una consecuencia de la entrada anterior. Porque detrás del problema sobre el que se ironiza –a saber, la necesidad de conocimientos financieros en la sociedad- se observa, entre otras cosas, el profundo desprecio que, no sólo nuestros gobernantes, sino gran parte de nuestra sociedad, incluido parte del mundo académico no científico – y aquí incluyo una parte del pensamiento establecido en las autodenominadas ciencias económicas, sociales y políticas-, siente por la ciencia en general y por la actividad científica en particular.

En realidad sí que creo en la necesidad de incluir conocimientos básicos y honestos de finanzas en los currículos educativos; a lo largo de nuestra vida vamos a tomar decisiones en dicha materia y conocer su funcionamiento va a ayudar, si en realidad lo queremos, a tomar mejores decisiones. Pero considero que es un gravísimo error hacerlo a costa de despreciar otros conocimientos que, como poco, son igualmente necesarios. Me refiero a los conocimientos científicos. Porque es probable que muchos alumnos de secundaria y bachilleres nunca vuelvan a toparse con la calcopirita, mientras que sí abrirán una cuenta en el banco, pero sí que le iría mejor a esta sociedad conocer cosas como el dióxido de carbono, que no es un mineral de cobre como la calcopirita sino un gas poco reactivo gracias al cual estamos aquí, pero que también podría hacer que dejáramos de estar aquí. En la actualidad existe un mercado para el intercambio de emisiones de dióxido de carbono cuyo funcionamiento se rige por mecanismos similares a los utilizados por los mercados financieros. Seguro que conocer qué es eso del “ceodos”, y su ciclo de vida, es tan importante o más que conocer el funcionamiento del mercado para tomar decisiones.

Pero… Esperad un momento… Resulta que la calcopirita también tiene repercusiones económicas, sociales y políticas bestiales –y no me quedo corto con lo de bestia como vemos ahora enseguida. La calcopirita es una fuente minera para obtener cobre. El mundo actual dejaría de existir tal y como lo conocemos si dejara de existir el cobre. Adiós a las transacciones bancarias y la compraventa de acciones. El cobre es tan importante que hasta se compra y se vende como las acciones de una empresa o las divisas, con los mismos mecanismos. El cobre ha llegado hasta ser el catalizador de un golpe de estado y el establecimiento un una brutal dictadura militar. Vaya con la calcopirita, puede llegar a afectar nuestras vidas, a pesar de que parecía que nunca nos íbamos a topar con ella.

Sin embargo, el conocimiento científico tiene una faceta mucho más importante que la presente en los dos ejemplos anteriores. La sociedad actual se enfrenta a problemas para cuya resolución son necesarios los conocimientos científicos, así como para tomar buenas decisiones. Y mucho me temo que la mayor parte de los que toman las decisiones adolecen, en el mejor de los casos, de dicho conocimiento. Digo en el mejor de los casos, porque, como decía al principio, la actitud puede llegar a ser de desprecio. Debates actuales, estériles y circulares, como los de la cuestión energética, la energía nuclear, el efecto invernadero, etc., estarían posiblemente resueltos si no estuvieran liderados por políticos, periodistas e intelectuales con un alto grado de analfabetismo científico y, a veces, opiniones interesadas. En definitiva, la ciencia trata del funcionamiento de la naturaleza, de la que formamos parte, por lo que es crucial comprender su funcionamiento. Después de todo, la ciencia intenta aprehender las regularidades que se observan en la naturaleza, siendo sus leyes universales descubiertas, no inventadas. En cambio, la fórmula del interés compuesto no es más que el resultado de un consenso arbitrario humano. De hecho, podría haber diferentes tipos de economía y realmente las ha habido. De entre todos los premios Nobel de Economía que ha habido, encontraremos casi tantas descripciones diferentes de un mismo hecho como nobeles ha habido. Sin embargo, todas las descripciones realizadas por los nobeles de las disciplinas científicas siguen actualmente vigentes, a pesar de que su trayectoria es mucho más dilatada y se remonta a los albores del siglo XX. Y no es porque unos sean más listos y otros más tontos, no se trata de eso y, de hecho, no lo es en absoluto. La diferencia radica en que la ciencia trata de hechos naturales objetivamente juzgados por la imparcial naturaleza. Sin embargo las teorías económicas son modas subjetivas producto de una época o una ideología. Una muestra clara de la universalidad de la ciencia es que, aunque debe haber muchos nobeles de economía que no se estudien en China, sí que estudian a los científicos como Feynman, Dirac, Einstein e, incluso, a Newton –éste último para desdicha de los discípulos de Thomas Khun y demás posmodernos y relativistas, que creen que la gravitación newtoniana es un paradigma obsoleto y superado, y que, sin embargo, es utilizada por China para poner sus satélites en órbita.

Pero recuperemos el hilo inicial de esta entrada. Decía hace cuatro párrafos que la motivación de esta entrada era la anterior. Y, aunque hace tres párrafos aclaraba que no se trataba de negar la necesidad de formación en finanzas, llegamos finalmente al eje central de la discusión. ¿Quién va a formar en finanzas? La respuesta a esta pregunta asusta. Porque claro, si los que se supone que son los expertos en finanzas son, para ser benévolo, los que han venido haciendo el más espantoso ridículo durante estos últimos dos años… Virgencita, virgencita, que me quede como estoy. Y es que el tema es de alto riesgo: aquí, aquí, aquí, aquí y aquí. Porque a ver qué se enseña, no sea que se materialice alguna de las más oscuras pesadillas de Taleb: “La formación hace al inteligente ligeramente más inteligente, pero al tonto lo hace enormemente más peligroso”.

13 marzo 2010

Papi, papi, en el cole me van a enseñar cómo se hace para hundir la economía

Si alguien pensaba que el tornillo de la economía se había quedado sin rosca, ahí va una vuelta de tuerca más: media vueltecita por aquí, media vueltecita por allá. Et voilà, no sabemos de finanzas.

La duda me corroe: ¿quién nos va a enseñar?